I
Fabulística, la nueva contadora de fábulas, enrimela sus pestañas mientras canta como Kitty de Hoyos en La sombra del Caudillo (1960), cuando baila en la pasarela del teatro:
Marinero, ay marinero
que navegas en las aguas del amor
y que no puedes ser feliz
porque la causa del dolor
es no tener dentro de ti
cariño de mujer gentil.
En eso se da cuenta de nuestra presencia. Echa la cabeza hacia atrás y pone cara de sorpresa y turbación.
“Perdón público amable, bienvenidos a este espacio, que como todos los días, se vuelve su espacio de diversión y reflexión. Disculpen, pero es cuando llegaron yo “andaba” recordando esa hermosa canción de los alegres años del Tequila Town, como se llamó a esa bella parte del centro de la hermosa Ciudad de los Palacios, donde se encontraban todos los teatros de revista en los que actuaban Conesa, Montalván, Rivas Cacho y Vélez. Almas alegres las de esas rataplanas de nuestro universo musical y teatral mexicano.
A veces me da por recordar esos años idos y maravillosos entre balazos de los generales, fumaderos de opio, gonorrea, sífilis, cabaretes de mala muerte y la juventud dorada que bailaba charlestón, danzón, y tango milonguero y remolón en El Pirata, ese cabaret de Toñita Rivas Mercado.
Fue a esos lares a los que una chica de buen ver quiso incursionar. Para ello le pidió a su madre que le hiciera una caperuza roja, porque le quería llevar galletitas a su abuelita, una tiple retirada de gran fama en su momento. Ella nunca había ido sola a casa de su Mamá
Grande, siempre su mamacita la acompañaba.
La madre le hizo gustosa la caperuza y compró en El Molino, unas pastitas estilo italiano. Después de hacerle 40 mil recomendaciones a Caperucita Rouge –pues tenía miedo de que su hija heredara las bajas aficiones de su abuelita– la dejó partir por primera vez sola al Tequila Town.
La niña, al ver bares, restaurantes, las luces de los teatros y los carteles donde se anunciaban las revistas del momento, oír a los revendedores de boletos y los “claxons” de los foritos, se sintió citadina y cosmopolita.
“Ayyyyy, soy toda una chica IT, una Clara Bow mexica. Hasta podría filmar en cintas de plata historias de amor o truculencias como las que vive Lillian Gish en la pantalla”.
Su corazón latía rápido y veloz como un caballo desbocado pensando que un galán como Ramón Novarro, podría robarle un beso y ella desmayarse en sus brazos y pasar una noche de amor con fondo musical de violines zíngaros.
Había leído tantas revistas de cine, que su imaginación estaba repleta de fotos de bellos galanes de ojos enrimelados y labios maquillados con Max Factor.
De pronto a su paso, salió un apuesto adonis de grandes bigotes y enormes orejas peludas.
–¡Qué bella caperuza! ¿A dónde vas tan presurosa niña hermosa?
–A ver a mi abuelita que tiene gripe.
–¿Y quién es esa abuelita gripienta?
–Rita la Fornarina y vive a unos pasos del teatro Principal.
Continuará.