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Cultura

Demoledora actuación de un gran pianista, cimbra el Peón Contreras

Ariel Avilés Marín

No cabe duda que las buenas acciones rinden réditos incalculables; el Concurso de Piano “José Jacinto Cuevas”, que con el patrocinio de la marca Yamaha se lleva a cabo aquí en Mérida, Yucatán, ha quedado altamente calificado con la presentación de su ganador del año pasado, con la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Vladimir Petrov dio una inusual cátedra de técnica y sentimiento en un concierto dominical que ha quedado inscrito en los anales de la historia del movimiento sinfónico en Yucatán. Y afirmamos que este concierto dominical fue histórico por fundadas razones. Cada una de las tres obras interpretadas, motivó tremenda y sonora ovación de pie, pues las tres tuvieron interpretaciones de una calidad superior; prueba inequívoca de la madurez de nuestra orquesta, de su asimilada integración con su director y de la atinada selección de las obras que integraron el programa, que llenó las expectativas del numeroso público que, domingo a domingo, abarrota el coliseo de la cultura, y que con su persistente asistencia califica el buen camino y desempeño de la orquesta. Tchaikovski, Rachmaninov y Schumann supieron llegar a la más profunda entraña del respetable y sus tremendas ovaciones son la calificación objetiva de esta aprobación.

Durante los muchos años de asistir a las salas de concierto, este cronista ha tenido verdaderos privilegios que disfrutó profundamente; en el caso del piano, dos conciertos marcan un precedente ineludible en lo que a este instrumento se refiere, ambos ocurridos en el año de 1970, uno en octubre, y el segundo en noviembre. El primero de ellos, el histórico concierto de György Sándor, pianista húngaro reconocido mundialmente, en el desaparecido Teatro Colonial. En el Teatro del Seguro Social, y con motivo del segundo centenario del nacimiento de Beethoven, se presentó Angélica Morales von Sauer, en noviembre de ese año. Hay que mencionar también las actuaciones en esta ciudad de Jorge Noli y Jorge Federico Osorio. Ahora, Vladimir Petrov, por mérito propio, se une a este selecto grupo de nombres, y se le recordará por mucho tiempo por su demoledora interpretación de la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Sergei Rachmaninov, en la que, técnica depurada y magistral quedo evidenciada, y la profundidad de un alma que se dio plenamente en los pasajes de tremenda emotividad, y que arrancaron gruesas lágrimas desde el fondo del corazón. Llorar, por el placer incomparable que produce la interpretación de una obra musical, no tiene comparación alguna en esta vida, y Vladimir nos hizo ese regalo este domingo.

El Mtro. Juan Carlos Lomónaco tuvo un gran tino al seleccionar el programa de este quinto concierto de la XXXII temporada de la orquesta, pues son tres joyas del romanticismo musical universal, y las tres están llenas de una carga emotiva tremenda; el haber juntado esas tres obras en un solo programa llevaba un riesgo profundo, pues es tanta su carga emotiva, que pudieron lograr un reacción negativa del respetable, por exceso de emociones; pero no fue así, y las tremendas, históricas y larguísimas ovaciones, dan cuenta de la explícita aprobación del numeroso multicéfalo que repletó la sala hasta el último nivel, y que se entregó sin reservas a la orquesta y su director. Muy pocas veces hemos tenido la oportunidad de atestiguar ovaciones tan largas y sonoras como las de este domingo pasado. Y fueron plenamente justificadas, pues orquesta, director y concertista se pusieron en un plano de calidad de excelencia.

Abre programa, la Marcha Eslava, Op. 31 de Piotr Ilich Tchaikovski, obra enérgica, sonora y muy brillante. La inician los chelos y se une las violas y en seguida todas las cuerdas, suenan las flautas y los trombones al fondo. Durante toda la obra, el sonido brillante de los platillos marca el compás, destacan las voces de flauta y oboe en sentidos diálogos, las cuerdas son las encargadas de los pasajes melódicos. Hay un tema central, muy conocido y gustado, sobre el cual se va construyendo el desarrollo de la obra; la emotividad va creciendo y cuando el tutti aborda el tema con gran fuerza, es para ir subiendo la emotividad y llevarnos al brillante, largo y sonoro final. Tremenda ovación estalla, con el respetable puesto de pie y con gritos de bravo. El director va poniendo de pie a los solistas que también reciben merecida ovación.

Viene en seguida la Rapsodia sobre un tema de Paganini, del romántico ruso, Sergei Rachmaninov. El tema de Paganini es sumamente conocido y se ha usado en varias obras inspiradas o basadas en él. Ya Liszt lo ha usado con gran éxito en “La Campanella”, primera obra de música descriptiva; Rachmaninov lo retoma y construye sobre él una verdadera prueba de fuego para los concertistas de piano. La obra exige del intérprete una técnica total y virtuosista, así como un temperamento profundo y sumamente sensible. Los primeros compases los dan las cuerdas y entra el piano con gran fuerza. Durante la obra, el concertista ha de poner en juego todas sus virtudes técnicas, ya que la partitura contiene todos los escollos imaginables y no imaginables; acordes difíciles, complicados, fuertes y emotivos; arpegios sensibles, de ejecución delicada y por momentos acrobática que requiere de una flexibilidad extrema de las manos del intérprete; las escalas son verdaderos prodigios de agilidad y velocidad apabullante; y ¿qué decir de los trinos? De velocidad prodigiosa y un nivel técnico de excelencia. El conocidísimo tema de Paganini corre por el teclado y es replicado por la orquesta. Llega el recitativo de la obra, y el alma de Vladimir se vuelca sobre el teclado y le arranca verdaderas sutilezas y otras frases fuertes, de emotividad desbordada, el piano solo, transmite profundos sentimientos, pero al entrar la orquesta, es inevitable que las lágrimas corran irrefrenables por el rostro, líquido humor que se desborda por el estado de sensible agitación del alma. Se retoma la parte técnica y complicada, para volver a lo emotivo, el final es delicadísimo, acariciante; el sutil final sorprende al respetable que está como hipnotizado, tocado por el sentimiento de la obra, y tarda unos segundos en reaccionar; entonces, estalla una de las ovaciones más grandes y sonoras de las que tengamos memoria en el Teatro Peón Contreras, larga, sonora, vibrante, acompañada de fuertes y persistentes gritos de ¡Bravo! Concertista y director tienen que salir repetidas veces a escena, y la ovación no cesa; materialmente el Peón Contreras se cimbra y cae. Viene un ancore, y es nada menos que el Pass de Deux del Cascanueces de Tchaikovski, en el que Vladimir vuelve a dar cátedra de dominio técnico. Nueva ovación larga y sonora obliga a un segundo ancore, que es Chispitas, del propio Piotr Ilich, que es una nueva demostración de dominio absoluto del piano. Con tremenda ovación, larga y de pie, nos vamos al intermedio.

Reanuda el programa, para cerrar el concierto, la Sinfonía No. 2 de Robert Schumann, una verdadera joya del romanticismo musical y otra obra de profunda emotividad desbordada. La componen cuatro movimientos: Sostenuto assai; Allegro ma non troppo, Scherzo: Allegro vivace, Adagio expressivo y Allegro molto vivace. El primer movimiento inicia suavemente con la voz del corno, la trompeta y el trombón que cantan con gran dulzura, flauta y fagot sostienen un diálogo, los timbales marcan y entran las cuerdas y va subiendo la emoción para volver al dulce pasaje inicial, los timbales marcan un cambio y se aborda un alegre pasaje; durante el movimiento se va dando diálogos entre cuerdas y maderas, trompeta y cornos, y es el tutti el que desborda con su entrada las más profundas emociones y el que nos lleva al brillante final del movimiento. Sucede algo que ya no solía ocurrir, el público aplaude al final del primer movimiento. ¿Será que, después de quince años, estamos retrocediendo a cosas ya superadas totalmente?

El segundo movimiento, lo inician con emoción las cuerdas con el acento de los cornos, las flautas cantan y se aborda fuerte pasaje en el que dialogan flautas y violines y los metales son los encargados de poner los acentos, flautas y cuerdas reanudan el diálogo y en seguida, canta la flauta con los cornos y el tutti aborda melódico pasaje, hay un dulce solo del oboe que responden los chelos y entra el tutti y va subiendo la fuerza que se va desbordando con gran alegría que nos lleva al final del movimiento. Nuevo aplauso fuera de lugar del respetable. El tercer movimiento inicia muy sentido por las cuerdas y entra el oboe con gran dulzura y se le une la flauta, canta un corno solitario y se le unen los demás cornos con gran dulzura y se agregan las cuerdas, dulcemente también. Hay un dulce solo de flauta y se deja oír la voz del clarinete, responde la flauta e interviene el oboe y se arma un rico concertante dulce y armónico, las cuerdas entran con pasión y oboe y flauta retoman su diálogo, entran las cuerdas en forma muy sentida y nos llevan a un delicado y suave final del movimiento.

El cuarto movimiento, lo inician las cuerdas con gran energía y el acento de los cornos y se suelta el tutti con gran fuerza y la trompeta levanta la voz, le responde el corno y dialoga con la flauta para pasar a un rápido y alegre pasaje en el que la pasión se va desbordando, las cuerdas cantan con las flautas y luego hay un diálogo entre oboe y flauta; entra la trompeta con suave y delicada voz y canta con las cuerdas y va subiendo la alegría, un fuerte redoble de los timbales marca un cambio y entra brillante el tutti con fuerza y alegría y estalla sonoro y va subiendo más y más para llegar a alegre, sonoro y brillante final del movimiento y la obra. Estalla tremenda ovación con sonora gritería que se prolonga largamente, insistentemente, y obliga al director a salir varias veces al escenario, y luego va poniendo de pie a todos los solistas que también reciben nutrida y sonora ovación.

Salimos del Peón Contreras con el alma vibrando por un memorable concierto y un pianista que merecen ser recordados por mucho tiempo.

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