Síguenos

Última hora

Se prevé un bloqueo carretero en el municipio de Bacalar por falta de suministro eléctrico

Cultura

Virgilio, el inefable

Pedro de la Hoz

En la mañana del 18 de octubre de 1979, Virgilio Piñera sintió una punzada en el corazón. Subió al apartamento de los altos de su casa y pidió a una vecina una tisana de tilo. Bajó y dijo sentirse mejor. Falso. Le dio un patatús y fue a parar al hospital Calixto García en la frontera entre el Vedado y Centro Habana. Cuando el corazón dejó de latir, se miró desde la altura de la inmortalidad para burlarse seguramente de la camilla donde, descalzo y en el hueso, a los 67 años de edad, parecía emprender viaje montado en un trineo.

Al morir hace cuarenta años estaba al margen de todo. Había ido de la cima a la sima, aunque no estoy seguro que ni lo primero ni lo segundo fueran realidad. Incómodo, irreverente, maldito vivió y murió como le dio la gana, sin concesiones ni pedir nada a cambio. Cuarenta años después es una estación obligatoria en la cultura cubana, latinoamericana y universal, referente inexcusable para quien quiera saber de qué sustancia se nutre el oficio de escribir y no desfallecer en el intento.

A ese Virgilio lo celebramos en La Habana, gústele o no al ectoplasma que se supone planea por libros, espacios escénicos y cuentos de camino. En la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba nos juntamos exégetas y actores, poetas y lectores para evocar a un Virgilio que nos da deseos de vivir la poesía o la antipoesía.

México, según confirma la investigadora Lucila Navarrete, jugó un papel central en la diseminación internacional de la obra de Virgilio, fundamentalmente a partir de la década de los noventa, al publicarse un grueso significativo de su narrativa, poesía, dramaturgia y crítica en editoriales como Vuelta/Heliópolis y Lectorum, con destaque para los programas de Conaculta. Esta hospitalidad mexicana, explica Navarrete, ha estado encabezada por escritores, periodistas culturales y editores cubanos y mexicanos, que han introducido esta figura a la lista de autores imprescindibles.

Todo ello, no obstante, es insuficiente. Si lo es en Cuba misma, no digo yo en México. Virgilio es una isla tan isla que acabamos por asumirlo como un continente, o simplemente no lo asumimos.

Situemos algunas de sus coordenadas. Nació en 1912 en Cárdenas, Matanzas, pero se formó espiritualmente en Camagüey. En los años cuarenta escribió sus primeros versos. Ya en La Habana publica en 1941 su primer poemario: Las furias. Ese mismo año escribe su pieza teatral Electra Garrigó, acaso la mejor y más importante de todo su vasto repertorio.

En 1943 aparece su extenso poema La isla en peso, texto fundamental dentro de la historia de la poesía cubana del siglo XX y todo un paradigma de la obra piñeriana por la heterodoxia de su conceptualización, su antipoesía y la ruptura de los cánones de la lírica tradicional; su intenso dramatismo, que emerge del envés de la realidad, de su visión del sinsentido de lo real, marca importantes diferencias con respecto a las visiones de la insularidad que se observan en obras de José Lezama Lima, Cintio Vitier y Eliseo Diego.

En 1944 publica Poesía y prosa, donde reúne varios textos importantes, entre ellos el poema Vida de Flora. Viaja a Buenos Aires una y otra vez, se vincula al poeta polaco exiliado Witold Gombrowicz.

Aire frío (1958) marca un hito en la dramaturgia cubana.

Al triunfo de la Revolución, regresa a Cuba. En el famoso encuentro de Fidel Castro con los intelectuales de junio de 1961, es el detonante cuando dice tener miedo. En su cabeza habitan los miedos del realismo socialista, de la normatividad estética de la Unión Soviética y los países del Este europeo, pero también los vaivenes de las luchas por la hegemonía cultural en la joven revolución. Es el mismo escritor que cree en que los nuevos tiempos garantizan la dignidad del intelectual nunca antes alcanzada en la historia de la isla, El mismo ha debido costearse antes la edición de sus poemas.

Merece el Premio Casa de las Américas de teatro con Dos viejos pánicos en 1968. Los cazadores de brujas ajenos a la auténtica cultura revolucionaria se ceban contra él y vive una especie de muerte civil hasta su muerte real. No deja, sin embargo, de escribir, ni de tener fe en la escritura.

El ensayista cubano radicado en México Rafael Rojas apunta que “parece imposible que el canon nacional de las letras se articule en torno a un escritor tan nihilista o radicalmente laico como Virgilio Piñera. No fue el autor de La carne de René un descendiente del linaje de José Martí o de Nicolás Guillén, de Alejo Carpentier o de Dulce María Loynaz. No hubo en sus prosas y poemas nostalgia alguna por el patriciado criollo del siglo XIX, ni creencia religiosa o ideológica en el destino luminoso de la nación. No entendió la literatura como producción de sentidos para la historia y la memoria, la raza o la patria, sino como un acto de libertad personal”.

Pero, a pesar de todo, Virgilio forma parte del canon de la nación, de su nación, y su apuesta por la libertad se afinca en una política cultural inclusiva y abierta, como la que en Cuba ha ido desterrando los demonios del dogma. Tanto que Virgilio, como los reyes, es y está. Y cabe en Martí y Lezama, en Carpentier y Guillén, en los boleros de la trova y en la novísima trova de Silvio Rodríguez. Irreverente y necesario, Incómodo pero esencial.

Siguiente noticia

Ecos de mi tierra