Síguenos

Cultura

El ciego: una cátedra

Conrado Roche Reyes

Las calles del Centro Histórico de la ciudad de México, desde Isabel la Católica hasta la de Bolívar y sus calladas luces, son nocturnos reflejos de la época de oro del toreo en México. Los cafés “El Tupinamba”, “El Cantonés”, “El Campoamor”, “Do Brasil” y “Café Tacuba” fueron testigos del reinado y cátedra de don Jesús.

Pisadas en las sombras, miradas en silencio quedan hoy en esa involucionada callejuela, donde Jesús Muñoz no era solamente Capitán General de la información, sino de la categoría torera.

A la muerte de “Don Dificultades” en 1959, el enramado taurino de la época pasa necesaria y completamente por la cabeza de “El Ciego”. El archivo del toreo estuvo ahí, en el Centro Histórico.

El quiso ser torero pero, por alguna razón, nunca pudo sacar cabeza. Romántico y bohemio, destacó también en el dominio de las letras de la información taurina.

Inspiró, por supuesto, a Luis Spota en su clásica novela “Más cornadas da el hambre”, una novela taurina en la que podemos ver que aparece don Jesús en dos papeles, como “Pancho Camioneto” y como él mismo. Por supuesto, la visión idealizada de “El Ciego” quedaría incompleta si soslayamos los cuentos de Jorge López Antúnez en “El zopilote mojado”, en el que aparece otra vez como él mismo.

Sin embargo, es en la novela de Spota donde “El Ciego” Muñoz brinda una muestra hermosa y mayor de su inacabable mundo taurino, sobre todo de lo que tiene y no ser y estar en un torero más, aún si es un pobrísimo principiante. Además, en una sucesión de formativa taurina, el personaje nos indica hasta dónde un apoderado es amigo y confidente, y hasta qué punto gestor y negociante. En todo esto Muñoz fue un as.

El mundo taurino fue marcado por “El Ciego” con su personalidad única. En su camino formó un universo de grandes amigos y fervientes admiradores. Incluso entre quienes no lo vivieron, don Jesús es hoy una leyenda.

Fue poeta. Escribió versos y corridos inspirados en la magia de algunos matadores como Juan Belmonte, Juan Silveti, Carlos Arruza, Fermín Rivera y, especialmente, aquellos médicos que ayudaron en momentos difíciles a los toreros embestidos por bravos toros, como fue el caso de José Rojo de la Vega y Javier Ibarra, este último con una parición crucial en “Más cornadas da el hambre”.

Porque, además, “El Ciego” nunca renunció no sólo a ser, sino a querer ser torero, que, por supuesto, lo fue. El destino hizo que no alcanzara la gloria. Pero en el día a día del periodismo taurino fue muy destacado.

Fumador empedernido e irredento bailarín, la pasaba raspando suela en distintas salas de baile, enamorado irrenunciable y sincero amigo, fue, sin lugar a dudas, un personaje muy importante del medio taurino del siglo XX. Hablaba siempre en caló y de sus pasiones: las letras y los toros, y ayudando a torerillos que comenzaban.

Siguiente noticia

La sorpresa tiene un nombre: Bernardine Evaristo