Pedro de la Hoz ¿Le suena Bernardine Evaristo? Probablemente no. De Margaret Atwood se espera calidad y buena lectura. La escritora canadiense, novelista, ensayista y activista social desde hace rato pasó a ocupar planos estelares en la vida cultural de su país y mucho más allá de sus fronteras.
De modo especial con El cuento de la criada (1985) una novela deliciosamente perturbadora. Pone los pelos de punta pensar que unos teócratas alucinados toman en Estados Unidos, la nueva República de Gilead, bajo el pretexto de combatir la violencia, se tornan autoritarios, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres, a quienes clasifican en castas. Una de estas mujeres, la criada, vale por sus ovarios, y la capacidad para dotar a Gilead de criaturas seleccionadas.
Atwood volvió recientemente tras los pasos de El cuento de la criada con Los testamentos. Quince años después de donde quedó aquella novela, el régimen brutal y misógino de Gilead regresa. Tres personajes focalizan la trama; dos adolescentes y la tenebrosa Tía Lidia, guardiana moral, represora por antonomasia.
Se ha dicho que Los testamentos es una novela ágil con más giros argumentales que exploraciones psíquicas, y especulado acerca de que quizás sea la respuesta de Atwood a la literatura en tiempos de Netflix: como si la autora canadiense dijera que, en vez de relegar los libros a espacios sobre intelectuales y académicos, la única manera de mantener vigente a la novela sea estableciendo lazos con las nuevas formas de entretenimiento. Nadie quita, sin embargo, su capacidad para sobrecoger e incitar a la reflexión.
Con Los testamentos, Atwood era una apuesta casi segura al Premio Booker 2019 desde que en septiembre se publicó la lista de finalistas. En las cábalas del galardón más codiciado del mundillo literario británico, figuraba otra vaca sagrada del mercado editorial, el indio Salman Rushdie y su Quijote. Los dos le habían cogido el gusto al Booker; él en 1981 con Hijos de la medianoche; ella en 2000 con El asesino ciego.
De pronto, el pasado 14 de octubre, hubo un pequeño sismo en el comunicado del jurado del Booker. Primer temblor: el premio sería compartido. Segundo, no era Rushdie el beneficiado; un nombre para muchos desconocido salió a la palestra, Bernardine Evaristo, la autora de Niña, mujer, otra. Por demás, Evaristo devino la primera mujer negra que gana el Booker desde que el premio comenzó a otorgarse, en 1969.
Nacida en Inglaterra en 1965, Evaristo ha escrito, además de novelas, cuentos, drama, poesía, ensayos, crítica y pieza para la radio. Dos de sus libros, The Emperor’s Babe (2001) y Hello Mum (2010), han sido adaptados por la BBC. Actualmente da clases de escritura creativa en la Universidad Brunel de Londres y vicepresidenta de la Royal Society of Literature. Se ha hecho notar por su activismo a favor de la inclusión de escritores y artistas afrodescendientes. Fundó el Premio de Poesía Africana de la Universidad de Brunel en 2012 y el esquema de desarrollo de poetas The Complete Works (2007–2017). Cofundó en 1995 la agencia de desarrollo de escritoras Spread the Word y, en la década de los 80 la primera compañía de teatro para mujeres negras de Gran Bretaña, Theater of Black Women. También organizó la primera gran conferencia de teatro negro de Gran Bretaña, Future Histories, para el Black Theatre Forum, en 1995 en el Royal Festival Hall.
Es la cuarta de ocho hijos nacidos de su madre inglesa blanca, maestra de escuela primaria, y su padre nigeriano, que emigró a Gran Bretaña en 1949, soldador de oficio. Su abuelo paterno era un Yoruba Aguda o Saro que regresó de Brasil a Nigeria, y su abuela paterna era de Abeokuta, en Nigeria.
Niña, mujer, otra no tiene un único argumento central. Cada capítulo de la novela sigue la vida de doce personajes, en su mayoría mujeres negras. No obstante, sus vidas se entrelazan de muchas maneras, desde amigos y familiares hasta conocidos casuales. Algunos de los temas explorados son el feminismo, la política, el patriarcado, el éxito, las relaciones y la sexualidad.
Cuando se le preguntó sobre sus motivaciones, Evaristo declaró: “Quería superar ausencias. Estaba muy frustrada de que las mujeres británicas negras no fueran visibles en la literatura. Lo reduje a doce caracteres, que abarcaran desde una adolescente hasta una anciana de 90 años y que vieran su trayectoria desde el nacimiento, aunque no de manera lineal. Hay muchos ángulos en que la otredad se puede interpretar en la novela”.