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Cultura

Un libro como embudo

Jorge Cortés Ancona

El libro “Infundios ejemplares”, de Sergio Golwarz, se publicó en México hace 50 años, en 1969. El autor nació en Suiza en 1906, su nombre real fue Segismundo David Goldschwartz, radicó muchos años en Argentina para después establecerse en México y fue violinista además de ingeniero. Falleció en la capital de la República en 1974. La única edición realizada de este libro consta de 42 textos, de los cuales uno funciona como una apelación al lector y los restantes como microrrelatos.

El título es un oxímoron: un infundio es moralmente indebido por su condición de mentira que causa un daño, pero en este caso se le percibe de modo irónico como “ejemplar”. A la vez, se está haciendo referencia al significado de infundio como cultismo proveniente del latín, en relación al embudo, como se puede apreciar en el término infundibuliforme, que es decir, en forma de embudo. Al emplearlo como plural, se estaría diciendo que se trata de varios “embudos” que tienen la condición de ejemplares.

A su vez, el adjetivo remite a una tradición de la literatura en lengua española, en la cual el ejemplo es un relato de enseñanza moral, como el Libro de los Enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio, del Infante Don Juan Manuel, y más adelante, procurando servir “de ejemplo provechoso”, las Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes.

En Infundios ejemplares se emplea esa referencia de embudo, que es un conducto más grande por el extremo donde recibe los líquidos y más angosto por donde los expele, y es el caso del diseño textual del libro, que aunque está formado a base de microrrelatos conforma una unidad conceptual. Ya en la anónima contraportada se expresan las características de la obra:

“La arquitectura del libro, esbelto y preciso como una fórmula algebraica, es –¡oh Dante!– la del embudo (o infundibuliforme, como la llama pomposamente el Diccionario). Ordenados los textos de mayor a menor, el autor va de la más pequeña grandeza del infundio estético: el hombre, hasta la más grande pequeñez del infundio teológico: Dios. Así, en paradójica progresión descendente y ascendente al mismo tiempo”.

Sólo los tres primeros relatos abarcan dos páginas. Los demás se centran en menos de una hasta llegar al extremo de una palabra, que es la del último cuento, titulado Dios y cuyo texto dice solamente: Dios.

Hay una doble dirección en el libro, ya que en un caso se considera un criterio de comprensión y en el otro uno de extensión, en ambos casos lógica. Se está considerando una amplitud abarcadora, que va de la unidad a la totalidad (en este caso, Dios, que según Javier Perucho, es “un nombre propio, el sustantivo mayor”), aunque en los 39 relatos que quedan en medio no se observa ninguna progresión en sentido lógico, ni de comprensión ni de extensión. La única que existe es la relativa a la dimensión gráfica de los textos, que disminuye del primer al último texto.

La doble dirección hace pensar que podemos leer el libro en sentido de adelante para atrás y viceversa, es decir, un movimiento de ida y vuelta, que en cuanto a lectura es inevitablemente horizontal, pero que conceptualmente tendría una dirección de ascenso (hacia Dios)-descenso (hacia el ser humano). La consideración de Dios como totalidad máxima, abarcadora de todo ente, se vuelve irónica al considerar que se reduce a una sola palabra.

Y al incluir la idea del infundio como mentira, Dios viene a ser también un ente no verdadero, lo cual se refuerza mediante el lenguaje en virtud de la paradoja de que un solo vocablo pueda incluir una totalidad: una pequeña parte física es el todo conceptual. Como quiera que sea, las implicaciones religiosas son inevitables, por lo que conforme al comentario de Lauro Zavala: “Una lectura literal de este cuento, paradójicamente, puede llevar a reconocer lo que podría ser una de las narraciones más extensas imaginables”, además de “una lectura elíptica (resaltando sólo algunos episodios) o una lectura parabólica (de carácter metafórico y con final sorpresivo, necesariamente epifánico)”.

Sin duda, éste es uno de los cuentos ultracortos con mayor densidad genérica y con mayor gradiente de polisemia en la narrativa contemporánea.

Parafraseando a Zavala, en el cuento que cierra el libro se ha omitido verbalmente todo mediante una elipsis, salvo una palabra que semánticamente implica justamente ese todo. Interpretando a modo de parábola, entenderíamos que se trata de la epifanía de hallar a Dios al final.

Pero cabe también la interpretación propuesta por la contraportada, relativa a darse cuenta de Dios como infundio, como mentira, lo cual da otro toque irónico al conjunto de microrrelatos. Este texto podría no ser tomado en serio fuera del co-texto de “Infundios ejemplares”, aunque sus características semánticas sean válidas en su idea de procurar la identidad de título y texto y de integrar en una sola palabra una totalidad.

Con este texto de cierre el diseño textual de embudo funciona doblemente en sentidos inversos: de manera conceptual con la parte totalizadora más amplia y de manera gráfica con la más reducida. En medio, los microrrelatos mantienen su independencia, pero sin dejar de formar parte del todo.

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