Conrado Roche Reyes
Cada mujer tiene una historia diferente sobre cómo llegó a realizar este trabajo, y las razones tienen en común la pobreza, el desempleo, una formación precaria y la falta de oportunidades en la vida.
“Lo hago por necesidad, obviamente no por gusto, dice María, cuando consiga un empleo, dejo de venir aquí. Cuando se termina el empleo, vuelvo (Avenida Itzaes).
“Palmira”, que llegó a la calle cercana al ADO, estuvo allí por problemas de dinero. “Mi vida comenzó a hundirse después que compré un auto, perdí mi empleo y no pude seguir pagando las mensualidades. No conseguí más trabajo, la prostitución fue lo que encontré”, cuenta.
Comenzó hace diez años. “Un día yo estaba parada aquí en la esquina (71 x 60) esperando el camión, un hombre me preguntó si quería tener sexo con él, me negué, pero él insistió mucho y acabé aceptando. No es fácil ir a la cama con un hombre que nunca viste en tu vida”, confiesa.
Naomi tiene una historia parecida. “Yo fui sindicalista en una maquiladora, pero me quedé soltera con tres hijos. Me gustaba leer el periódico. Un día vino un hombre y me preguntó si me acostaba con él. Lo rechacé, pero cada vez que me veía me insistía. Un día acepté. Lo hice una, dos, cinco veces. Vi que ganaba cinco veces más que en mi trabajo. Fue la transición de una militante sindical a una prostituta”.
Una de las más jóvenes, Joana, cuenta que su madre la llevó a la prostitución. “Yo tenía 16 años y una hija, no teníamos casi para comer, mi madre me prostituía aquí (calle 58 x 73) y estoy así desde hace años. Ella también continúa trabajando aquí, tiene 60 años, pero ya no nos hablamos nunca”, agregó. “Espero que ella me pida disculpas algún día”, concluyó.
Quienes contratan a este tipo de mujeres, las más jodidas del gremio, tienen un perfil común. Son hombres mayores, pobres, muchos de ellos casados o viudos.
Según Joana, “son hombres que no tienen relaciones en la casa o que no logran hacer ciertas cosas con sus esposas. Entonces vienen aquí y quieren desahogarse. Todos quieren sexo sin condón”.
Hay otros peligros como la violencia y los abusos. “Muchas veces el hombre paga y cree que compró una mercancía y puede hacer lo que quiera porque él es quien manda, es el dueño”
Sin embargo ellas, la mayoría, son mujeres buenas, refugio de los perseguidos, consuelo de los solitarios. La gente necesita entender que es un problema social, ellas trabajan en esto ¡porque lo necesitan!
Me parece inhumano criminalizar a estas mujeres cuando sabemos que existen otras que ejercen la misma profesión en lugares más caros y permitidos, como sports bar y otras, peor aún, la ejercen de manera soterrada. No hay un intercambio monetario físico, pero sí, implícitamente, una invitación a una buena cena, una buena bebida, regalos y hasta ayudas disimuladas, como el pago de la renta: en conclusión, es una prostitución soterrada.
No por antigua, la anécdota siguiente ejemplifica lo anterior: Un hombre muy rico tenía a una amante, una hetaira, con la que se paseaba a la vista de todo el mundo. En cierta ocasión, la llevó a un baile, a un lugar del máximo caché de la ciudad, donde por órdenes y reclamos de las señoras que estaban en el lugar, dieron órdenes de que no los dejaran pasar. El portero dijo al señor que no podía pasar porque estaba con una mujer de “dudosa reputación”, a lo que el personaje respondió: ¡No señor, ella no es de dudosa reputación. Ella es una gran puta, las de dudosa reputación son las que están ahí adentro”.