Pedro de la Hoz
El economista argentino Claudio Katz (Buenos Aires, 1954) no es un economista puro. Quiero decir que no hay que hallarlo encerrado en el gabinete o entregado a largas disquisiciones académicas. Tiene conciencia acerca de la interrelación entre la teoría y la práctica, en permanente toma y daca. También es un intelectual afilado en la pelea, como lo prueba su participación constante y activa en foros de reflexión de los movimientos sociales y articulaciones políticas y sindicales de su país. Con el tiempo, su prestigio crece en la izquierda latinoamericana, a la vez que por la solidez de sus argumentos, economistas y politólogos que difieren de su ideología lo respeten.
En tiempos recientes volvió la mirada a la Teoría de la Dependencia, en boga durante los años 60 y 70, fundamentalmente en América Latina. Esa corriente, de inspiración marxista, se nutrió de los trabajos de los brasileños Ruy Mauro Marini y Theotonio Dos Santos, el chileno Enzo Faletto y el alemán Andre Gunder Frank, trató de explicar la conflictividad entre el centro y la periferia en el sistema capitalista mundial y los graves efectos de la hegemonía capitalista en las clases y grupos sociales más vulnerables y desposeídos de los pueblos del Sur. Lo importante de esa teoría, es que emergió junto al compromiso militante que asumieron sus partidarios, salvo el caso nada extraño de un brasileño que terminó siendo neoliberal, Fernando Henrique Cardoso. La conducta de los más prominentes propulsores del aludido cuerpo teórico los indujo a relacionar los interrogantes teóricos con los dilemas políticos de su época.
Katz no se limitó a recuperar los aspectos positivos o vigentes de la Teoría de la Dependencia, sino al contrario, puso énfasis en su actualización. Al estudiar dicha corriente de pensamiento, Katz desentrañó las claves de su consistencia interna de una teoría, explicó el contexto de producción de esas ideas y retomó críticamente sus aportes para pensar la dinámica actual de nuestras relaciones sociales. Como ha dicho su colega Facundo Lastra, el libro Teoría de la Dependencia, cincuenta años después, de Claudio Katz, no es una reivindicación, ni una historización; se trata más bien de un aporte hacia la reinvención de una teoría que se ha revitalizado en las últimas dos décadas”.
Viene a cuento hablar de ese ensayo, publicado en 2018, por haber merecido el Premio Libertador al Pensamiento Crítico que otorga la República Bolivariana de Venezuela. Personalmente, Nicolás Maduro puso en manos de Katz los atributos de un premio fundado por Hugo Chávez. Convocado por duodécima ocasión por el Ministerio de Cultura y la Red de Redes de intelectuales y movimientos sociales en defensa de la Humanidad, que abarca a toda la región, un jurado internacional evaluó las 86 propuestas inscritas. De la calificación y probidad del jurado se tiene una idea muy precisa al conocer su integración: el historiador Reinaldo Bolívar y el pedagogo Luis Bonilla, ambos de Venezuela; la socióloga y politóloga española María de los Angeles Diez Rodríguez, y la filósofa cubana, doctora Isabel Monal.
En las dos ediciones precedentes resultaron premiados el filósofo boliviano Juan José Bautista Segales, por su libro ¿Qué significa pensar desde América?; y el ensayista dominicano, largamente radicado en México, Héctor Díaz Polanco, por El Jardín de las identidades, la comunidad y el poder.
Katz revisa la dependencia como un concepto general del pensamiento marxista, que sirve para explicar la inserción subordinada de las economías periféricas en el mercado mundial, pero también habilita a comprender las particularidades de la fase neoliberal actual en términos mundiales.
Pero tan interesante como el ensayo, son las opiniones firmemente fundamentadas de Katz sobre la realidad latinoamericana actual por su perspectiva crítica. Por un lado, Katz confirma que la nuestra sigue siendo la región más desigual del mundo, mientras que por otro, llama la atención acerca del cambio que se ha producido en el campo por un proceso de capitalización agraria, que ha derivado en una modificación de toda la estructura social del agro, un empobrecimiento, una migración a las ciudades y esta migración a las ciudades, sin empleo, ha generado la precarización que en “América Latina es distinta, es mucho más seria, que la precarización neoliberal general del mundo y la evidencia, el dato, de esto es el nivel de marginalidad, criminalidad que tiene índices fuera de serie en toda la región”.
Debido a esto, “en la década del 90 tuvimos cuatro grandes rebeliones populares: Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina, que tuvieron varias novedades, sobre todo en los sujetos sociales. Si bien estuvo la clase obrera presente, no fue de la manera tradicional o con el protagonismo clásico que tenía en el pasado, en países como Bolivia, Argentina y Brasil. Nuevos sujetos populares, jóvenes precarizados informales, también parte de la clase media pauperizada. Entonces, se generaron nuevas alianzas populares con nuevos sujetos populares que le dieron, también, a estas rebeliones, un clima de radicalidad y de convulsión muy profunda”.
Fue lo que dio lugar al ciclo progresista en varios países de América Latina. Para muchos, un ciclo que ya pasó, habida cuenta la regresión de Brasil, la reversión de Ecuador, la remergencia de la derecha en Uruguay, y el golpe demoledor en Bolivia. La excepción, la Argentina postmacrista. Y el símbolo de resistencia, Venezuela, acosada, criminalizada, exhausta, pero todavía imbatible. Cuba es punto y aparte; el imperialismo, bloqueador y genocida, no ha podido con la isla.
Para Katz, no es válido hablar de borrón y cuenta nueva: “El ciclo progresista justamente se ve por contraste a los gobiernos que se mantuvieron de derecha, es decir hubo un ciclo progresista y hubo un ciclo anti o no progresista en Colombia, Chile, Perú, México antes de López Obrador. Es decir, todo un segmento que se mantuvo ajeno y hostil. Pero yo añadiría que si bien fue un ciclo progresista, no fue un ciclo posneoliberal. Ello hubiera implicado transformaciones lo suficientemente importantes como para dejar definitivamente atrás una etapa”.
Por eso prefiere hablar de gobiernos neodesarrollistas, en el sentido que intentaron una recomposición de la industria, una restauración de la regulación estatal, pero sin modificar lo que había cambiado el neoliberalismo. “Si mejoras el consumo sin ningún cambio en la estructura productiva, cuando cambia al escenario eso es muy vulnerable”.
El bombillo rojo se enciende en la mirada de Katz, una visión que muchos desde la izquierda no comprenden o no quieren comprender.