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Cultura

Blades Navaja

Pedro de la Hoz

Rubén Blades ha hecho arte desde la salsa y por encima de ésta. ¿Música? Sí. Pero más que música es arte, en tanto su obra, en la mayoría de los casos, posee esa densidad que solo se alcanza cuando las virtudes de la realización trascienden los aspectos formales para modelar una realidad invisible para otros. He ahí la diferencia, entre el artista que obedece a los rituales de la industria del espectáculo y el que se aprovecha de los mecanismos de la industria para plantar sus ideas y modos de entender el mundo.

Alguna vez, el compositor y cantante panameño se enzarzó con Gabriel García Márquez acerca de si era posible considerar literatura los contenidos de la salsa. Para probarlo escribió y grabó Ojos de perro azul, tomando en préstamo el título de uno de los cuentos de iniciación del colombiano y una idea subyacente en la tesitura onírica del relato: la carga pesada de un hombre que al despertar nada recuerda de lo soñado.

Blades ironizó sobre el destino de la experiencia: “La canción formó parte de un disco que sólo compramos él y yo, porque los salseros odiaron el disco y los intelectuales dijeron que había destruido el cuento a Gabo”.

No fue así. En el repertorio de Blades, Ojos de perro azul destaca por su intensidad poética y calado reflexivo. El ritmo atemperado de la salsa amolda palabras como éstas: “Mira dónde va, y explícame qué es mejor perder, el alma o la vida / Mira dónde va, el mundo sólo será del que camina sin miedo / Mira dónde va, de qué te vale vivir siendo por dentro extranjero”.

Los ecos del concierto que acaba de ofrecer Rubén Blades en el Auditorio Nacional de México no se han apagado. El recuerdo de García Márquez estuvo presente en el diálogo del panameño con el público, y hubo también espacio para la evocación del escritor Carlos Fuentes, los cantantes Mercedes Sosa, Lou Reed, Cheo Feliciano, Héctor Lavoe, y el músico de origen puertorriqueño Willy Colón.

Esto último no deja de ser un gesto significativo, puesto que la carrera común de ambos se vio empañada, hace más de tres lustros, por diferencias en el manejo de un contrato. Recuérdese que Colón y Blades formaron una de las unidades artísticas más impactantes y reconocidas de la música latina en los 70 y los 80, reflejada en discos inolvidables, como Siembra, Maestra Vida y Canciones del solar de los aburridos. Entre ambos fraguaron una de las canciones más poderosas de la narrativa social en la canción latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX: Pedro Navaja.

A principios de diciembre, Colón viajó a Panamá para cumplir un compromiso de trabajo. La prensa le cayó arriba con lo que siempre le preguntan y hasta ahora había eludido. ¿Será posible una reconciliación de usted con Blades en un escenario? Esta vez Colón fue amable: “Yo nunca digo nunca. Siempre hay un número, unas razones; se puede llegar a un acuerdo. Como están las cosas hoy, en verdad no están tan calientes como antes”.

Entretanto, Blades se afila los dientes ante la 62ª ceremonia de entrega de los Grammy el próximo 26 de enero en el Staples Center, de Los Angeles. Una vez más, una producción protagonizada por él figura entre los fonogramas nominados. Lo consiguió con Una noche con Rubén Blades, que reunió a la Jazz at Lincoln Center Orchestra con su líder Wynton Marsalis, en un concierto en vivo en esa institución.

Comparte nominaciones en la categoría Mejor Album de Jazz Latino con Antidote, de Chick Corea y The Spanish Heart Band; Sorte: music by John Finbury, de los brasileños Thalma do Freitas, Vitor Goncalves, Chico Pinheiro, Rogerio Boccato y Duduka da Fonseca, y el norteamericano John Patitucci; Caribe, del saxofonista puertorriqueño David Sánchez; y Sonero, la música de Ismael Rivera, del también saxofonista puertorriqueño Miguel Zenón.

El 15 de noviembre de 2014, la Jazz at Lincoln Center Orchestra, con Wynton Marsalis, dieron la bienvenida a un invitado muy especial a su escenario en Manhattan: Rubén Blades. Para una noche muy especial, dirigida por el bajista de la JLCO y “maestro emergente en el idioma latino del jazz”, como lo calificó la revista Down Beat, Carlos Henríquez, oriundo del Bronx, el mundo de la salsa y el swing tenía que entrar en combustión. Aquella noche cantó Pedro Navaja, Patria y El cantante, y se anotó estándares como Too Close for Comfort y Begin the Beguine. A finales de 2018, el concierto salió al mercado, tanto en su versión audiovisual como en un disco compacto convencional. La recepción favorable del público y los especialistas influyó en su nominación al Grammy 2020.

El crítico Ernesto Lechner recordaba cómo, si la voz de Blades ya no tiene la energía frenética que caracterizó al disco en vivo Live!, de 1990, su madurez actual agrega un atractivo peso emocional a las versiones remozadas de su cancionero. “Escuchar a Blades cantando jazz tradicional –puntualizó– es una alegría, especialmente cuando presta su inconfundible voz a Fever, a dúo con su esposa Luba Mason. Pero la virtud más sobresaliente de Blades es la música afrocaribeña, y este disco no es la excepción. Una versión estilo jazz, ralentada y conmovedora de El cantante –escrita por Blades, pero inmortalizada por Lavoe– es, quizás, el momento más memorable del disco, así como el infaltable Pedro Navaja y un contagioso popurrí que repasa las cadencias salsosas de Ligia Elena, El número 6 y Juan Pachanga. La esencia musical de Rubén Blades siguen siendo la calidez y profundidad que inyecta a la música tropical, pero los experimentos estilísticos son bienvenidos. Aunque sea con orquesta de jazz”.

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