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Cultura

Conan Doyle: ser o no ser

Nada descubro al decir que Arthur Conan Doyle, de quien este 22 de mayo celebramos el aniversario 160 de su nacimiento en Edimburgo, Escocia, tuvo la dicha y la desgracia de ser el padre de Sherlock Holmes. El investigador criminal de hábitos extravagantes y geniales deducciones lo catapultó a la fama. Cuatro novelas y 56 relatos tuvieron al singular detective como protagonista. Hubo un momento en que Doyle se hartó del personaje y lo eliminó en el cuento “El problema final”, publicado en The Strand Magazine en diciembre de 1893 y situado en el cierre de la compilación Las memorias de Sherlock Holmes (1894); sin embargo, dada su popularidad y la exigencia de los editores, se vio conminado a revivirlo en 1903 en “La aventura de la casa vacía”, narración que abre el volumen El regreso de Sherlock Holmes.

Lo peor para el escritor fue que no pocos lectores confundieran realidad y ficción, al punto de creer, por una parte, que Holmes y su carnal Watson, y su enemigo Moriarty eran personas y no personajes, y por otra, que el detective encarnaba al mismísimo autor.

Esta última leyenda cobró fuerza cuando en 1908 resultó brutalmente asesinada en Glasgow una anciana adinerada y Doyle se interesó en probar la inocencia del acusado Oscar Slater, a quien la mucama de la víctima identificó sin basamento y las autoridades policiales y judiciales escocesas condenaron a muerte sin pruebas en un proceso viciado por el antisemitismo y los atavismos lombrosianos: judío, narigudo y de mirada furtiva bastaron para la sentencia.

Doyle se montó en la cresta de la ola de quienes a duras penas consiguieron que a Slater le conmutaran la pena capital por cadena perpetua, demostró que el diamante aportado como evidencia por la policía no era de la anciana, sino propiedad de Slater y que al viajar este de incógnito a Estados Unidos, donde fue capturado, solo trataba de ocultar que se hallaba acompañado de su amante, una exprostituta.

El creador de Holmes publicó en 1914 un opúsculo titulado El caso de Oscar Slater y años más tarde retomó su defensa ante nuevos indicios de la manipulación condenatoria y hasta llegó a poner dinero para que se solventara el asunto. Doyle no fue el único en vindicar justicia para Slater, liberado tras 18 años de prisión, aunque nunca exculpado. Nadie sabe qué oscuro motivo se instaló en la cabeza de Doyle para intentar en 1927 que Slater, una vez en la calle, pagara parte del monto que dedicó a su defensa. ¿Miserias humanas?

De estas también fue víctima Doyle, o mejor dicho, su memoria. Un policía y experto forense español, Jesús Delgado, aseguró que el enigma de Jack el Destripador estaba definitivamente resuelto: el célebre asesino en serie era nada menos que Conan Doyle.

Delgado publicó en 2015 el libro Informe policial: la verdadera identidad de Jack el Destripador, en el cual apeló a la confrontación grafológica entre la carta que llegó a manos de la policía londinense en 1888, documento conocido por From Hell (Desde el infierno), y los manuscritos del escritor.

De más está decir que el libro vendió y Delgado y los editores se forraron. Lo que no dijeron el uno ni los otros es que la famosa carta necesariamente parece no ir más allá de ser una broma de mal gusto o, en todo caso, el llamado de atención desesperado de alguien que se propuso escandalizar a los medios de la época, sin que por ello tenga que haber sido el misterioso asesino. En cuanto a los rasgos de la escritura, Delgado, por muy experto que sea, no hace más que especular y forzar similitudes. Conan Doyle en su día también lanzó piedras sobre la identidad del asesino múltiple; no adelantó nombre alguno, mas sugirió que se trataba de una mujer.

De cualquier manera la relación entre el detective, su creador y Jack se presenta como un filón atractivo para los negocios. La empresa francesa Frogware desarrolló en 2000 el video juego Sherlock Holmes vs. Jack el Destripador. Ante las escenas del crimen el jugador debe reconstruir los hechos, tomar evidencia y sacar conclusiones. Las deducciones son servidas en un menú abundante en posibilidades. Asimismo, tiene que resolver misterios en el piso de Holmes en 221-B Baker Street, antes de desplegar teorías detalladas acerca de por qué se están cometiendo los asesinatos.

A todas estas, Doyle quiso que le reconocieran más como autor de novelas históricas que como escritor detectivesco. Blasonaba de ser un avezado conocedor de la Edad Media y la formación de los Estados nacionales. Da la impresión de que se divertía al narrar argumentos no policiacos, como se desprende de la lectura de La compañía blanca, saga de aventuras enmarcada en la llamada Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra que transcurrió de 1337 a 1453. O al cultivar otra vertiente, la ficción científica, al estilo de El mundo perdido, sobre una misión explotatoria en un ignoto paraje sudamericano en el que perviven dinosaurios. Cualquier semejanza con Jurassic Park, la novela de Michael Crichton y las películas, no es pura coincidencia.

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