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Cultura

Isabela Corona: la voz de la pasión

II

Ulises y el teatro orientación

Amiga de los estridentistas Germán Cueto y Arqueles Vela, así como de los contemporáneos Novo, Villaurrutia y Owen, Isabela Corona es protagonista de un México con ganas de quitarse el olor a incienso y chongos zamoranos para bailar a gusto danzón o shimmy en El Pirata, el salón de baile cuya dueña era Antonieta Rivas Mercado, hoy parte de la leyenda de una época.

Fue integrante del mítico grupo del Teatro Ulises –creado bajo los auspicios de Antonieta y Malú Block–, y que subió a escena obras de Paul Claudel, Roger Marx, Charles Vildrac, Eugene O’Neill y Lord Dunsany.

El amor de Isabela por el arte escénico fue clave para que Julio Bracho dirigiera teatro y fundara con Julio y el pintor Carlos González el teatro Orientación con el patrocinio del Departamento de Bellas Artes. En el repertorio de la temporada de 1932 figuró la célebre Antígona, de Cocteau, uno de los más grandes éxitos teatrales de Isabela, la del “fino espíritu”, como la llamó años más tarde Máximo Bretal en la revista México Cinema.

En 1934, a Julio Bracho le encarga Antonio Castro Leal la dirección artística del Palacio de Bellas Artes. Pero parece que la grilla entre las primeras figuras de la compañía estaba “gruesa”, ya que la propuesta de llevar a escena Hamlet y Santa Juana con Isabela como intérprete la mandaron al basurero. Isabela relata en su Diario la inauguración del Palacio de Bellas Artes:

“Julio y yo ocupamos nuestras butacas. Delante de mí quedó instalado el licenciado Aquiles Elorduy, hombre culto, conservador y amante del buen teatro. Más de una vez lo observé durante la función y fue para mí como un termómetro que marcaba el interés o desinterés por el espectáculo. Al iniciarse la representación, don Aquiles adelantó su cuerpo, como para aislarse hasta de sus familiares que lo acompañaban. Los nervios del debut, tan esperado, o la fatiga de los ensayos, tal vez, fueron la causa de que a los actores se les perdieran muchas palabras; el desarrollo de la trama era lento. El público, bien dispuesto en un principio, empezó a cambiar de posturas; ya no adelantaba su cuerpo, ni tenía interés manifiesto. En el primer intervalo, Xavier Villaurrutia se acercó y me dijo, tomándome del brazo:

”–Ven, Isa, vamos a exhibirnos, quiero lucirte, porque vienes sensacional –mi original atuendo fue elogiado. Xavier y yo saludamos a medio México culto y cúltico. La pregunta de rigor fue:

”–¿Cuándo la vamos a ver en Santa Juana?

”–¿Cuándo es el estreno?

”–Tienes que hacerla, tú eres la indicada.

Yo ya no quería torturarme con el tema, ni explicar mis cuitas. Las opiniones respecto de la representación llovían adversas. Volvimos a ocupar nuestras butacas. El licenciado Elorduy se arrellanó en su asiento y terminó cabeceando. En el último acto, ya despabilado, se veía como ausente, como resolviendo algún problema jurídico”. 1

El recuerdo de Julio Bracho, respecto al estreno de La verdad sospechosa, es el siguiente:

“Cuando, pasada la función de inauguración, nos reunimos en el estudio del escenógrafo Carlos González, opiné con toda franqueza, solicitada por el actor y director Gómez de la Vega, que aquello había sido un fracaso, ya que al público le interesó salir más al cabaret, a las galerías y a los pasillos que presenciar el espectáculo. Gómez de la Vega tomó como ofensa personal mi opinión, siendo que estaba muy lejos de mi intención hacer recaer sobre él la responsabilidad de aquella noche, aunque en gran parte la tuviera”.2

Continuará.

Notas

1 Isabela Corona:“La inauguración del Palacio de Bellas Artes”, Proceso, No. 874, México, 1993, p. 49.

2 Emilio García Riera: Julio Bracho, 1909-1978, Universidad de Guadalajara, CIEC, México, 1986, p. 19.

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