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Cultura

El cadáver

Conrado Roche Reyes

El agente de la policía judicial Márquez fue enviado por sus superiores como castigo por una falta laboral a una remota caseta a varios kilómetros de Tizimín, en el mero monte, en medio de la nada por una semana. El aislamiento era total. La pequeña caseta, su casa, su mundo, su universo, contaba con una toma de agua y para hacer sus necesidades estaba el inmenso y árido monte yucateco. Un botellón con agua y laterías, así como una buena cantidad de galletas de las llamadas marinas constituirían su alimento durante esas dos infernales semanas.

El agente contaba, además, con un pequeño radio para comunicarse con la Central de Tizimín en caso de alguna emergencia. Aquellos días se le convertían en meses; las horas, en días. El sol rajante calentaba hasta lo indecible la caseta. El hombre estaba entrando ya en la más grande desesperación. Contaba literalmente los minutos. Tenía unos sueños de lo más psicodélico que uno se pueda imaginar. Las obras de Ionesco parecerían cuentos infantiles en comparación con sus pesadillas. Soñaba recurrentemente que se quedaría allí para siempre entre tarántulas, víboras y seres del inframundo. Despertaba todo sudoroso, el calzoncillo con que dormía pegado a la piel por el sudor. Era ya tal su terror a esos horrendos sueños, que ya le daba miedo el dormir. Intentaba pasar despierto la mayor parte del tiempo posible.

Espaciadamente pasaba por ahí algún ciclista y Márquez lo detenía y entretenía el mayor número de horas posibles, hasta que el ciclista aburrido, con cualquier pretexto se despedía. El agente sentía que iba a enloquecer en aquella tremenda soledad. Las hojas de las matas se ponían blancuzcas por el intenso calor.

Cierto día, para no perder la razón, el agente judicial caminaba por una pequeña brecha que conducía a ninguna parte. Le faltaba solamente un día a su castigo. Estaba eufórico por su pronta “liberación”. Divagaba. De pronto, en medio de la brecha, se lleva una gran sorpresa, ahí estaba tirado un hombre de aspecto campesino, evidentemente maya. Él se acerca al caído. Le toca la yugular. Nada. Coloca su oreja en el corazón del hombre y… nada. Estaba muerto y bien muerto, sin pulso.

Márquez corrió a su caseta y por radio se comunicó a la central de Tizimín informando de su hallazgo. Anochecía. Márquez recibe instrucciones de no tocar el cadáver hasta que no llegara al lugar de los hechos el personal del Semefo. Esto contrarió sobremanera a Márquez. Su castigo se iba a prolongar más tiempo. Conocía los recovecos burocráticos en casos de un muertito, como era el suyo. De la contrariedad pasó a la furia, de la furia a la irrealidad salvaje. Se dirigió entonces a donde estaba el muerto y gritándole improperios y echando sapos y culebras al mismo, pasó a los hechos y le cayó a patadas al pobre difunto culpándolo de haber arruinado su regreso a casa. Pero lo pateó con una fuerza brutal.

Finalmente, cansado de patear y golpearlo, se retiró a su caseta. Allí estuvo en duermevela hasta que llegaron las personas del Semefo y otros agentes con su comandante. Él los dirigió al lugar en que se encontraba el cadáver pero… al llegar al sitio, no encontraron absolutamente nada. El cadáver había desaparecido. Los agentes y el comandante hicieron mil conjeturas. Que si las fieras lo arrastraron a sus cuevas. Que alguien se lo llevó por ser su pariente. Finalmente, decidieron buscar por los alrededores. Este muertito ya había metido en un lío gordo al pobre Márquez. Caminaron por grupos. Entre la maleza y el monte vieron una pequeña ranchería de la que salía humo. Entonces se acercaron a la misma para averiguar el paradero del muerto y… cual sería su sorpresa al acechar por una ventana y observar al difunto embestir furiosamente a su “kech”, una mestiza. Todos voltearon a ver a Márquez. Este estaba lívido del asombro, “Si yo mismo le caí a patadas a este señor. Les juro que estaba muerto”. Al escuchar esto el médico del Semefo le dice a Márquez que él lo había resucitado. Esas patadas en el corazón que le dio fueron como un masaje cardiaco y tal es la razón de que se haya repuesto de un infarto…

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