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Cultura

Patricio Guzmán, un sobreviviente

Los documentales no califican para la obtención de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. A ellos está reservada una distinción más modesta, L’oeil d’Or, el Ojo de Oro. El certamen, en su sección oficial, jerarquiza largometrajes de ficción, y excepcionalmente de animación. El artículo 2 del reglamento de inscripción es explícito: no se admiten documentales. Estos se exhiben en los eventos periféricos o fuera de concurso. De todos modos, Cannes es Cannes y una bendición, venga de donde venga en su entorno, siempre resulta alentadora. El Ojo de Oro comenzó a concederse en 2015 para distinguir a la mejor obra de este tipo presentada en cualesquiera de las secciones no oficiales del festival.

El jurado de este año, auspiciado por la Sociedad de Autores Francófonos, la directiva del festival de Cannes y el INA (Instituto Nacional Audiovisual Francés), estuvo presidido por la francesa Yolande Zauberman e integrado por los actores y directores galos Romane Bohringer y Eric Caravaca, el estadounidense Ross McElwee, y el cubano Iván Giroud, actual presidente del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Despejados los prolegómenos, vayamos al asunto que nos ocupa: la conquista del Ojo de Oro 2019 por la película chilena La cordillera de los sueños, de Patricio Guzmán. El galardón fue compartido –ex aequo, de acuerdo con la jerga latina habitual en estos casos– con For Sama, de la siria Waad al-Kateab sobre el conflicto bélico que acontece en su país.

La cordillera… viene a ser el cierre de una trilogía sobre un tema que ha determinado el curso de la historia chilena en el último medio siglo. Comenzó con Nostalgia de la luz (2010) y continuó con El botón de nácar (2015).

El primero de estos materiales, ganador del premio al mejor documental en el Festival Internacional de Guadalajara 2011, establece un contrapunto entre la fascinante labor de observación de los cielos por los astrónomos destacados en el desierto de Atacama y la búsqueda de los desaparecidos por la dictadura pinochetista en esa región.

El botón de nácar es una especie de memoria del agua. Del agua como fuente de vida, como espejo de la historia de su país y la experiencia del propio realizador. No es uno sino dos botones los que sirven de eje argumental: el ofrecido por un capitán inglés a un aborigen para que se subiera a su barco para llevarlo a Inglaterra –metáfora de la seducción colonialista– y otro, de nácar, único testimonio físico de un prisionero de la dictadura desaparecido al ser arrojado al mar.

“Patricio Guzmán dejó Chile hace 40 años cuando una dictadura militar derrocó a un gobierno democráticamente electo. Pero nunca dejó de pensar en un país, una cultura, un lugar en el mapa que nunca olvidó. Después de cubrir el norte con Nostalgia de la luz y el sur con El botón de nácar, sus tomas se acercan a lo que él llama: la vasta y reveladora columna vertebral de la historia pasada y reciente de Chile. La cordillera de los sueños’ es un poema visual, una pregunta histórica, un ensayo cinematográfico y un ejercicio personal magnífico de búsqueda espiritual”, dijo Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes, antes del inicio del evento, al fundamentar la proyección en una de sus sesiones.

Tras la proyección en la ciudad balneario del sur de Francia, la prensa que fijó su atención en el documental resaltó cómo el reflejo de las enormes montañas son tomadas por Patricio Guzmán como guardianes de la memoria, topografía sublimada y sin embargo inadvertida por una población que poco se ha reconocido en su espíritu milenario. Guzmán dijo en la presentación en Cannes que se trata de una película muy simple, su intención radica es hacer escuchar las voces de una comunidad de intelectuales que sobreviven y reflexionan sobre esta cotidianidad que el cineasta no quiere dejar en el olvido.

El mismo Guzmán es un sobreviviente. Políticamente comprometido con el gobierno de la Unidad Popular, derrocado en 1973 por el fascismo doméstico tutelado por Estados Unidos, registró de manera insuperable, en tres partes, aquel legítimo proyecto emancipador hasta las últimas consecuencias.

Recuerdo la conmoción del estreno en La Habana de La batalla de Chile, en 1979, completada gracias al aporte solidario del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (Icaic) y su presidente fundador Alfredo Guevara.

Allí se narró por primera vez –día a día, paso a paso, como ha explicado Guzmán– una revolución en América Latina filmada por un equipo independiente que comenzó a trabajar en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1972 y terminó el mismo día del golpe de estado. Es una película documental realizada al mismo tiempo que se producían los hechos. No es una película de archivo. Tampoco una película de montaje. Es el resultado de la filmación directa de una experiencia política única.

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