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Cultura

Ecos de mi tierra

Juan Cristóbal Nápoles y FajardoV566La alborada

Huye la noche sombría

al son de céfiros suaves,

y nos anuncian las aves

la vuelta del nuevo día:

Todo es luz y poesía,

todo es encanto y belleza,

el zorzal en la maleza

extiende sus pardas alas,

y ostenta sus ricas galas

la feraz naturaleza.

Susurra el verde palmar,

y la luz de la alborada

dora la roca empinada

de las orillas del mar:

Se admira el tenue brillar

de la estrella matutina,

muere la densa neblina,

cruje el cedro allá en los montes,

y a los bellos horizontes

el sol naciente ilumina.

Se elevan los cocoteros

cubiertos de ígneo arrebol,

cuando el rubicundo sol

vierte sus rayos primeros:

Los mangos y limoneros

forman plácidos rumores,

lucen las gallardas flores

esmaltadas de rocío,

y las corrientes del río

halagan con sus rumores.

Dicha inmensa es divisar

las elevadas yagrumas,

y ver las blancas espumas

sobre las olas del mar:

¡Oh!, qué inmenso es contemplar

los transparentes celajes

sobre los bellos paisajes

que forma el monte sombrío,

y ver cuajado el rocío

de la ceiba en los ramajes.

Del espeso caimital

sobre las ramas preciosas,

las pintadas mariposas

buscan la luz matinal:

Del mar en el litoral,

entre mangles tembladores,

a los primeros albores

lucen las rocas brillantes

y sus pétalos fragantes

empiezan a abrir las flores.

Yo sin amargas congojas,

sin pesar que me atormente,

veo asomar por Oriente

las nubes blancas y rojas:

Oigo el rumor de las hojas

y el ruido de la cascada,

en torno de mi morada

oigo el viento que suspira

y canto al son de mi lira

la vuelta de la alborada.

Contemplo el azul del cielo,

admiro el verdor del monte,

oigo el trino del sinsonte

y el rumor del arroyuelo:

Con el más ardiente anhelo

vuelvo al sol una mirada

y en mi música trovada

digo al compás de mi lira:

Dichoso el que en Cuba admira

la vuelta de la alborada.

Recorro los campos bellos

de estas verdes cercanías,

do los soles de otros días

han tostado mis cabellos.

Alegre bendigo en ellos

el astro que me ilumina,

y de la hermosa colina

en las florecientes faldas

de flores tejo guirnaldas

para mi humilde Rufina.

Oigo la alegre canción

del guajiro laborioso,

que de trabajar ansioso

abandona su mansión:

Muere el fúnebre crespón

de la noche que horroriza,

el viento las aguas riza

con sus ráfagas ligeras,

y sonríen las riberas,

que el Hórmigo fertiliza.

Contemplo entre los espinos

que se alzan en las sabanas,

de las verdes palmas canas

los pimpollos peregrinos:

Los albores matutinos

iluminan la explanada;

el alma admira extasiada

del cielo azul los colores

y anuncian aves y flores

la vuelta de la alborada.

El que en Cuba no ha admirado

ese momento precioso,

no ha visto lo más hermoso

que el Ser Supremo ha creado:

Mírelo el que dominado

por amargo escepticismo,

tema bajar al abismo

sin Dios a quien bendecir,

y así evitar el morir

en brazos del ateísmo.

¡Oh! Venid, mis compatriotas,

a los montes de Las Tunas,

donde al alba en las lagunas

suelen volar las gaviotas:

Venid a escuchar las notas

de mi rústica trovada,

y en mi florida llanada

decid al son de mi lira:

Dichoso el que en Cuba admira

la vuelta de la alborada.

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