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Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

José Jacinto Milanés (Quinta Parte)553

Su alma

(Fragmento)

Yo podré, cuando a mi anhelo

noble inspiración socorra,

hacer un verso que corra

manso como un arroyuelo.

Puedo en él pintar un cielo

azul, un lago tranquilo,

una selva, fresco asilo

de pajarillos cantores,

sembrando en todo las flores

espléndidas del estilo.

Podré, con arte sutil,

pintar en vago horizonte

doble contorneado monte

como un seno femenil:

Un alba dulce de abril

en que parezca brillar

el aire, una ronca mar

que en corvas hondas se mece,

y otras cosas que parece

que no se pueden pintar.

Pero la cosa que ignoro

poder pintar como es ella

es el alma pura y bella

de la hermosura que adoro.

Como es tanto su decoro,

su compasión, su ternura,

a veces se me figura

que un ángel debe de ser

que ha bajado a ser mujer

por consolar mi amargura.

¡Oh mi amor! Deja a un artista

que con el reflejo grave

de tu alma casta y suave

su pobre cántico vista.

Deja que al mundo egoísta

pinte con libre pincel

tu alma candorosa y fiel:

deja que cantando así

él no se olvide de ti,

ni yo me acuerde de él.

En otro tiempo, con frente

en que el pesar se grababa,

yo por el mundo cruzaba

transeúnte indiferente.

Un desengaño inclemente

hirió como daga aguda

mi alma indefensa y desnuda;

y reprimiendo el dolor

iba buscando el amor

impelido por la duda.

Vi dulces y hermosos seres;

y cuando con castos fines

buscábalos serafines

los encontraba mujeres.

Sólo hallé sed de placeres,

vanidad, ternura incasta;

nada del amor que gasta

el corazón en que nace,

que en sí mismo se complace

y que a sí mismo se basta.

Y cuando el alma burlada

dijo, con honda amargura

al amor: tú eres locura,

y a la ilusión: tú eres nada;

llegaste tú, mi adorada,

y cerrando al fin mi herida

te dije, dando salida

al desengaño pasado:

¡tú eres mi amor ignorado!

¡tú eres mi ilusión perdida!

Desde entonces, prenda mía,

la fe que me abandonaba,

como fugitiva esclava

al pensamiento volvía.

Desde aquel próspero día,

muerta mi antigua tristeza,

pedí amor, pedí belleza

a Dios, poeta grandioso,

en ese poema hermoso

que llaman naturaleza.

Y vi que el alma sañuda

que asida de su dolor

deja el jardín del amor

por el yermo de la duda,

es sobremanera ruda;

por donde se puede ver

que siempre hay en la mujer

algo puro de los cielos:

que son hermanos gemelos

sentir, amar y creer.

¡Oh! cuando mi vista vaga

por todo el cuerpo social,

y encuentro en él, por mi mal,

alguna asquerosa llaga:

cuando no hay quien me deshaga

ni me arranque aquel pesar

de ver la llaga durar,

mancha negra en lino fino,

que primero rasga el lino

que se consiga lavar.

Y lanzándome el dolor

de uno en otro devaneo,

en mis adentros no creo

sino sólo lo peor:

¿Quién en mi negro interior

vierte luz consoladora,

sino tú, mi dulce aurora?

¿Quién me enseña que es felice

más que el rencor que maldice

la resignación que llora?

Pero es menester oír

su voz, angélico ser,

con tan dulce reprender

que parece sonreír,

es necesario sentir,

¡oh, hermosa como ninguna!

cuanta languidez reúna

tu mirar puro y sencillo,

en donde hay algo del brillo

misterioso de la luna.

¡Ay! En aquellos momentos

en que conversando a solas

nos van llevando las olas

de los vagos pensamientos,

colmado de sentimientos

pedí a Dios, meditabundo,

que me llevase a otro mundo

más venturoso y mejor,

en donde fuese el amor

más cándido y más profundo.

Mas ya que vivir en éste

me impone Dios, le bendigo,

porque al fin vivir contigo

ha sido bondad celeste.

¿Qué me importa que denueste

mi ideal filosofía

una mordaz ironía,

si hallo, contra este rigor,

mi gloria que es hoy tu amor,

tu amor que es mi poesía?

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