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Cultura

Teatro y crítica

Jorge Cortés Ancona

Un factor importante para evaluar las obras teatrales en Yucatán era el tema moral, una cuestión demasiado relativa según la época y el estrato social desde el cual se emitan los juicios.

En 1893, el seudónimo Sostenido indica en el semanario Pimienta y Mostaza: “No pude asistir a la representación de Rey Reina, pero me dicen que el libreto de la susodicha zarzuela no es a propósito para el público meridano, el cual, a Dios gracias, no se ha lo bastante para poder digerir esos manjares pornográficos que tan fácilmente se asimilan algunos públicos”. (La mencionada “Rey Reina” es una zarzuela en tres actos, de Vicente D’Alessio y Vicente Galicia, con libreto de Monteleone y Portilla. Lo de pornográfico es una exageración de la época, muy lejos del concepto actual). Al año siguiente, en la columna Rehiletes del mismo semanario se hace una crítica a “Para casa de los padres”, zarzuelita en un acto, por sus chistes subidos de color.

Pero en El Noticioso: diario de información, en 1897, el seudónimo Réctor expresa una visión más abierta y justa en “Ecos teatrales”, haciendo énfasis en la subjetividad interpretativa de los receptores de una obra de arte: “Como estreno tuvimos La vuelta del vivero, zarzuelita no conocida de nuestro público hasta entonces, aunque sí muy preanunciada y creo que hasta tildada de pornográfica en ciertas escenas. Yo no lo juzgo así; porque la mala intención frecuentemente no está en las obras, sino en el espectador”.

Se hablaba también de los gustos del público. En El Horizonte, semanario político, literario, mercantil y de variedades, de Progreso de Castro, en 1891, el seudónimo Carolini indica que en el Teatro Melchor Ocampo del puerto, “Sullivan” [obra de un autor francés de apellido Mellesville] es de la escuela realista; por eso agradó extraordinariamente al público”. Al decir escuela realista no queda claro si se contrapone al naturalismo, al costumbrismo, al simbolismo o alguna otra tendencia, o si se considera que la obra trata problemas sociales de la época.

En El Correo Popular del 30 de noviembre de 1897, se enfatiza una tendencia a la distracción fácil, a no valorar las ejecuciones musicales complejas. Según el anónimo redactor, el público quiere divertirse en el teatro y por ello recomienda darle preferencia al género chico. Y como los concurrentes no quieren oír cantar, por ello propone cambiar las arias por canciones ligeras y agradables y por “las sutilezas y pasajes graciosos de que abundan las piececitas”. Y señala que la zarzuela Las campanas fue celebrada por el publico tanto por la “magnífica representación” como por sus chistes de brocha gorda.

Buena parte de las críticas se enderezaban hacia los ejecutantes y sus modos de interpretación e incluso de la comunicación en escena. Manuel Sales Cepeda elogiaba en la actriz y tiple cubana Amadita Morales que, a diferencia de otros actores que no prestaban atención a sus interlocturores y decían sus parlamentos mecánicamente, ella sí sabía oír, estaba pendiente del diálogo en escena.

Pero otras críticas eran más duras y directas, como la de Sostenido a cierta actriz de apellido Quiles en 1893: “Para desempeñar el papel principal de El rey que rabió necesita usted dos cosas que aún no posee: voz para poder cantar debidamente lo que Chapí escribió, y cierto sabor dramático que sólo viene después de cierto tiempo de práctica teatral. (…). Decirle a usted otra cosa es engañarla, y desde luego, procede de mala fe quien, tal vez por conquistarse su valiosa amistad, la compromete aconsejándole que haga papeles superiores a sus facultades lírico-dramáticas”.

Más adelante, Sostenido se refiere a otros participantes: “El amigo Gutiérrez en su Jeremías demostró una vez más sus excelentes aptitudes para el género dramático. Hizo un tipo correcto sin necesidad de sacar de quicio el papel, recurriendo a sacabuches de pésimo gusto a que apelan algunos actores con el objeto de hacerse aplaudir. (…) La orquesta, produciendo unos sones rarísimos que ni pensó en escribir el maestro Chapí; pésimo decorado, regular el vestuario y muy bien los coros. El sexo fuerte requetebién en el coro de doctores. Se lucieron los muchachos y merecen un aplauso, ¡vaya si se lo merecen!”.

Y el mismo Quiles, refiriéndose a una zarzuela denominada en todo o en parte Los Mosqueteros, opta por la elocuencia del silencio, traducido gráficamente en cuatro líneas punteadas puestas entre dobles signos de admiración, para terminar explicando en el último párrafo: “El público, muy señor nuestro, se encargará de llenar las líneas de puntos suspensivos como mejor le plazca. A mí me falta valor para hablar de la pieza, lo confieso”.

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