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Cultura

El Perro de los noventa

Ivi May Dzib

Apuntes de un escribidor

En los años noventa del siglo pasado, uno de los deportes más populares en México era la Lucha libre, en una época en donde no había Internet, uno interactuaba con sus ídolos a través de las revistas y la televisión. Pero la lucha libre intervenía en muchos espacios públicos, desde transmisiones en vivo, estampas, revistas especializadas, películas, historietas, juguetes y demás productos, todo invitaba a vivir con la ilusión de hacer las mismas llaves que aquellos gladiadores y tomar un bando en la narrativa a la que se nos invitaba: la de técnicos contra los rudos.

Cierto es que la lucha era un espectáculo, en donde la máscara contra cabellera provocaba un lleno total en los recintos donde se llevaba a cabo la acción, donde una llave mal aplicada cambiaba el destino de un luchador que salía con la cabeza rapada o que por fin había exhibido el rostro y dejaba atrás al personaje que hasta entonces había interpretado. Y quien fue niño en esa época no puede olvidar que invertía parte de su tiempo en confeccionar máscaras con diseños propios para poderle dar vida a nuevos personajes, esa era una de las formas de entretenernos en nuestra infancia.

Uno de los mejores recuerdos que tengo de la niñez es cuando mis papás nos llevaron, a mí y a mis hermanos, al Poliforum Zamná para ver la lucha de la triple A, en la cartelera estelar peleaba el Perro Aguayo contra Octagón y otros luchadores. No puedo olvidar cómo El Perro Aguayo agarraba a Octagón, lo ponía sobre la lona hasta dejarlo maniatado y con el pie sobre él le gritaba al público “Soy tu papá”, lo que provocaba la rechifla del gentío que se sentía aludido por la afrenta, la pasión con la que el público vivía el espectáculo era alucinante, todos estaban contagiados con lo que sucedía en el ring y tomaban partido, como si nuestra voz le diera a los protagonistas más energía, ya que entonces volvían a la lucha con renovadas fuerzas.

Luego uno crece y le dejan de interesar algunas ficciones, encuentra otras narrativas que considera más atractivas, al menos así me pasó, y la lucha libre no fue un deporte al que le haya seguido la pista, ya con las redes sociales me enteraba que tal luchador había muerto accidentalmente o quién estaba de moda en ese momento; en esas estaba cuando hace unos días de ayer vi la noticia de la muerte de Pedro Aguayo Damián, mejor conocido como “El Perro Aguayo”, quien tenía 73 años. Quién no recuerda en los años noventa del siglo pasado la mítica pelea del Perro Aguayo contra Conan el Bárbaro, pelea donde la máscara del segundo terminó en las manos de Aguayo, o cuando develó el rostro de Máscara Año 2000 en un reñido combate, aunque también recordamos verlo perder las cabelleras muchas veces. El Perro Aguayo fue uno de los luchadores más carismáticos e importantes, a pesar de haber militado casi siempre del lado de los Rudos y de no haber portado máscara, Aguayo es uno de los referentes del deporte, además del cariño de la gente, también tenía una técnica que lo hacía sobresalir entre los demás, su muerte es lamentable, pero ha dejado un bonito recuerdo en la memoria de muchos mexicanos.

La noticia me lleva a entrañables recuerdos de la niñez, pero también nos da la pauta para entender que los tiempos han cambiado, ahora el espectáculo es mucho más elaborado y la tecnología exige más parafernalia, la sencillez del Perro Aguayo radicaba en tocar las fibras más sensibles en los espectadores para hacernos partícipes de la lucha entre el bien y el mal, algo que hacíamos porque de alguna manera respondíamos a sus provocaciones al formar parte de lo que sucedía en el cuadrilátero.

ivimayd@hotmail.com

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