Fernando Muñoz Castillo
III
Y fue así como el proyecto de la película “Zona sagrada” fue archivado como tantos otros. Esto, sin embargo, dejó a María Félix con un mal sabor de boca. Y fue lo que hizo a Carlos Fuentes abdicar del puesto de amigo querido. Y pasó a ser del montón. Por supuesto, hay que aclarar que tampoco María contaba con muchos amigos, más bien contaba con muchos conocidos y barberos, pero amigos, muy pocos, demasiado pocos, como decía el escritor Edmundo Báez.
Pero qué decía el ensayo de Severo Sarduy?
“Severo Sarduy en su clásico ensayo escrito poco después de la publicación de ‘Zona sagrada. Un fetiche de cachemira gris perla’ (1968) lee la obra como un drama edípico de madre e hijo: una estrella de cine, Claudia Nervo, emblema de México, y su hijo Guillermo, cuyo apodo es, significativamente, ‘Mito’. Una novela sobre el proceso de su propia composición, una parodia de entrecruzadas versiones de la ‘Odisea’, la obra a su parecer transforma las imágenes centrales en un juego de signos: la cara de la madre funciona como un “close-up” icónico, “un rostro tótem”, el espejo que le negaba a su hijo desde su propio narcisismo, mientras que éste abrazaba su ropa como un fetiche, el cual como cualquier otra figura de la obra se vacía de trascendencia significativa”.
Enrique Rosado, un buen amigo de Enrique Alvarez Félix, me contó que María tenía una serie de rechazos hacia Enrique por su homosexualidad, no se la perdonaba, y el mismo Quique se quejaba entre lloriqueos sobre cómo le regalaba, su madre, sus suéteres usados, para que él se los pusiera. Siempre con la misma actitud de caridad despectiva.
Así que el nombre del ensayo y la explicación, más que obvia y sicoanalítica, no pudo menos que causar el rechazo de los dos personajes de la novela.
Iván Ríos en su libro “El cine de Carlos Fuentes” (2017) anota:
“Zona sagrada o la increíble y triste historia de Guillermo Nervo y su progenitora desalmada, reúne los arquetipos de toda la obra anterior de Carlos Fuentes: el burgués frívolo, cínico y mediocre; la sirvienta cursi y ordinaria, armada con una lengua pintoresca, lengua-arsenal de verbos callejeros donde reina lo prosaico que Fuentes exaltó en ‘La región más transparente’; la diva que nunca abandona su papel de hembra etérea, mito y diosa de celuloide para quien el tiempo nunca se detiene, ya que el tiempo, en el cine, sólo es eternidad y, por supuesto, las féminas cosmopolitas, inalcanzables, verticalmente seductoras: mujeres que viven ‘por’ y ‘para’ la sublimidad creadora, doncellas que aspiran a un sitio esplendoroso en la existencia ‘intervenida’ por el arte, diría Juan García Ponce”.
Leer a Severo Sarduy y después la novela de Fuentes, se hace de nuevo necesario, para revalorar esta novela fetiche de la literatura mexicana.
Continuará