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Cultura

Crónicas de grupo: 12 autores

Joaquín Tamayo

La crónica vive hoy una de sus cúspides en México y el resto de América Latina. No pocos estudiosos del género encuentran en ella una de las expresiones ideales para destacar las pulsiones del mundo contemporáneo a punto de resquebrajarse por la violencia y otras formas de crisis. Sólo así, a través del arsenal de sus recursos, es posible relatar la incesante pesadilla de la inseguridad, el surgimiento de nuevas maneras de comunicación o el desbordamiento poblacional que han sufrido las ciudades emblemáticas. Pero no debe extrañar a nadie: la crónica siempre estuvo por delante. Siempre hubo en el país una enraizada tradición por el periodismo narrativo.

Crónicas de grupo (editado por Presencia Latinoamericana en 1984) consigna esos atributos del género. El tomo reúne a 12 autores totalmente diferentes entre sí y a sus respectivas piezas periodísticas, acaso hermanadas por su dominio hacia el ejercicio de esta literatura acelerada, de la inmediatez, y cuyo objetivo es retener el momento, darle a lo fugaz una vocación de perdurabilidad y de convertirse en memoria.

Merece la pena señalar que en este libro están incluidos cuatro escritores peninsulares. El cuentista Juan de la Cabada, de Campeche, y, por otra parte, figuran los yucatecos Ermilo Abreu Gómez, Juan Duch y el músico Juan Helguera. Este último, de hecho, fue quien seleccionó los textos para la edición.

Crónicas de grupo incluye a los periodistas José Alvarado, Cristina Pacheco, Guillermo Jordán, Pedro Ocampo Ramírez y Roberto López Moreno; asimismo, el dramaturgo Emilio Carballido y los poetas Carlos Illescas, de Guatemala, y Renato Leduc. En su mayoría son relatos breves, perfiles de personajes significativos, reconstrucciones de acontecimientos, de sitios desaparecidos por el marasmo del tiempo y de las circunstancias.

Asuntos y estructuras diversos pueblan las páginas y, de cualquier modo, mantienen vasos comunicantes entre sí, establecen un diálogo mediante los temas que ahí se abordan. Los contenidos van de lo regional a lo cosmopolita, de la revisión histórica al ajuste de cuentas, de la semblanza individual a la recreación de ciertos movimientos culturales y de la viñeta costumbrista a la estampa de carácter privado. La disección de una sociedad encapsulada en dos, tres, tal vez cinco cuartillas cuando mucho. El arte de lo breve, de escribir menos para decir más.

Los autores aquí convocados cumplen esta premisa sin miramientos. Ermilo Abreu Gómez ilumina un periodo de relativa tranquilidad del célebre músico Silvestre Revueltas. Comprometido para cuidarlo, para evitar que Silvestre vuelva al alcohol previo al estreno de una de sus obras en Guadalajara, Abreu Gómez narra un emotivo pasaje que desvela de alma entera al maestro duranguense. Le bastaron a don Ermilo unos cuantos párrafos, acaso un imperceptible gesto de su prosa, para revelarnos la forja de su amigo.

Por otro lado, Juan Helguera engarza también los días finales del mismo Revueltas. Entabla un parangón entre José, el hermano menor despuntando en las letras, y el notable ejecutante. En su texto hay una aspiración biográfica, un anhelo por retratar la existencia del creador virtuoso y por examinar su legado artístico. En ambos textos, sin embargo, cruza un aire de gratitud, de lealtad y melancolía por el camarada muerto tan joven.

Helguera, además, pone al descubierto el destino de Jaime Nunó, quien compuso la música del Himno Nacional de México. Con dotes de investigador, recupera el rastro de este autor por los Estados Unidos y las numerosas reseñas que se hicieron en torno a su presencia.

El poeta y periodista Juan Duch Colell da testimonio de su experiencia en la entonces Unión Soviética. La fuerza de su palabra, de su capacidad alegórica, atrapa el espíritu de Leningrado: la historia de ese pueblo, sus tóxicas luchas, las relampagueantes gestas de sus fundadores y el ímpetu de sus habitantes proyectan el rumbo que habría de tomar lo que hoy es San Petersburgo.

A su vez, Carlos Illescas regala al lector dos perfiles contundentes y no por ello menos conmovedores, donde el cubano Alejo Carpentier y la guatemalteca Alaide Fopa aparecen como auténticos personajes literarios. De Carpentier, Illescas sopesa su obra y explica las innovaciones estilísticas en el conjunto de sus novelas.

El episodio de Alaide Fopa consiste en un capítulo íntimo, amistoso y fraterno: el poeta asiste, estremecido, a la fuerza epistolar para cantar el dolor por la amiga ya lejana, por su compatriota perdida en el mar de la muerte. Al cierre, Carlos Illescas dice: “Y también conservo en el alma, los versos que un día me dedicaste para decirme que tú eres el ser humano más hermoso que me ha sido permitido conocer”.

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