Por Ivi May Dzib
Cuando escribimos exhortamos a los otros a imaginar
lugares y palabras escondidas como nuestro terror,
es entonces que recordamos cómo tiritábamos de niños,
porque al despertar no veíamos a papá en casa o porque
mamá llevaba dos días ausente, ya que se había ido
a trabajar en tierras lejanas con la promesa de traernos un regalo
y así, con ese oscuro recuerdo emergen los días de pesadilla.
Hoy leí un escrito que iniciaba con la frase: “Imagina que a tu hija o a tu madre”…
y ya sabía para dónde irá marcando el dolor y sus agujas,
no podía parar de leer, sólo así uno se descubre lejano,
ya que de un momento a la fecha son muchos y muchas
que han dejado de imaginar para tener esa sensación en la sangre
y sienten, sobre su espalda, el peso de cargar con un fardo de espanto,
asombro de que tanta estadística no refleje ese morir en vida,
porque todos se toman a juego el vivir y matar. Y ningún llanto
será capaz de acercarnos al horror de despertar cada mañana.
Como cuchillos demoníacos, nuestra lenga ha sido cortada y
la palabra se vuelve una tonta mueca que a nadie visita,
es en esa soledad donde la ruina se dispara y nuestro corazón quiere
recuperar la energía para no enterrase en vida entre el desdén
y la indiferencia, ya que también pasea la ignorancia y hace un recorrido
para visitar a sus fieles esquelas. Así, con ese agobio, se incendia el corazón
con la posibilidad que el amor por la vida sea una llama que arde.
ivimayd@hotmail.com