Síguenos

Cultura

Fernando Castro Pacheco: trazos y memorias

José Díaz Cervera

 

II

La prosa de la luz

Una tarde sonó el teléfono en mi departamento de la Ciudad de México. Era Fernando Castro Pacheco; de vez en cuando nos llamábamos para saludarnos, pero en esta ocasión el asunto iba por otro lado.

–¿Cuándo vienes? —me preguntó. Yo le contesté que aproximadamente en un par de meses.

–Háblame en cuanto llegues porque necesito platicar contigo sobre un proyecto —me dijo finalmente.

Cumplido el plazo hicimos una cita para que yo lo visitara. Fue esa la primera vez que entré a su estudio; allí platicamos un rato, me explicó su proyecto y en un caballete que tenía dispuesto para el efecto, me mostró unos bocetos.

Fernando quería hacer una carpeta de grabados de tema erótico y me mostró lo que estaba produciendo; tenía todavía algunas dudas, deseaba ajustar la narrativa de la serie y con su carácter autocrítico y perfeccionista buscaba afinar algunos detalles de composición y de ejecución. Al final me pidió mi opinión sobre la serie y yo hice algunos comentarios vagos: estaba impactado por la experiencia.

Me propuso que escribiera yo algo para la carpeta que él planeaba. Me dio libertad absoluta para hacerlo y me pidió que me tomara el tiempo necesario e incluso me ofreció un diskette con las fotografías de los bocetos. Fernando me comentó que había pensado ponerle a la serie el título de “Hamacasutra”, a lo que yo sugerí que se buscara otra posibilidad, pues el nombre no hacía justicia al trabajo. Al final acordamos que yo pondría el título de la serie.

De regreso en México empecé a trabajar en el encargo. Todas las noches veía y reveía las imágenes. Creo que eran dieciséis. Pensé entonces en un poema dividido en cuatro cantos (el poema está publicado en “Para astillar la longitud del rayo”, mi tercer libro de poemas); la idea era que cada sección de la carpeta de grabados comenzara con un poema. Hice el trabajo, pero Fernando rechazó mi propuesta, aunque me pidió que no abandonase el proyecto. Una plática más a fondo y la propia maduración de las características de lo que el propio Fernando quería hacer, me permitieron aterrizar mejor la idea y de allí surgió un texto que titulé “La prosa de la luz”, un texto breve, cuya virtud —creo— fue generar una atmósfera emocional para el disfrute de los grabados.

Sólo hubo una objeción: Fernando quería el nombre de mi texto para la colección y me pidió que yo le diera otro título a lo que había escrito. No me fue difícil encontrar un nombre alternativo: “Epifanía” fue la elección y ello resultó tan apropiado porque me llevó a hacer algunos discretos ajustes que sirvieron para que lo escrito cumpliera su función a cabalidad.

Cuando Fernando me preguntó por mis honorarios, yo le dije que había sido suficiente haber colaborado con él; que ello pagaba con creces mi aportación. Mas él insistió en que debía cobrarle una cantidad por cederle los derechos sobre mi texto (finalmente era parte de una carpeta que saldría a la venta). Así fue que cobré por “Epifanía” la cantidad de $1.00 (un peso), más el IVA y Fernando, a cambio, me regaló una de las carpetas marcada en números romanos, que es forma de referir las carpetas que no se hicieron para su venta.

Continuará.

Siguiente noticia

Notas a pie de página IX (final)