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Cultura

Tito en su vereda centenaria

Pedro de la Hoz

Diga Tito Gómez en cualquier parte de Cuba y salta de inmediato una canción: Vereda tropical. La interpretó luego de que otros lo hubieran hecho. Fue en 1953 cuando hizo falta un tema para redondear el disco que grababa la orquesta Riverside para el sello Puchito, en La Habana, y de pronto, a alguien se le ocurrió por qué no echar mano a la canción del mexicano Gonzalo Curiel, tan popular en la dos orillas del golfo en las voces de Pedro Vargas, Toña la Negra y Juan Arvizu.

A Tito no le gustaba mucho una idea que pensaba lo iba a poner a nadar contra la corriente, pero al propietario de la disquera y a Pedro Vila, líder de la orquesta, no le cabía duda alguna que lo de Tito añadiría al disco un toque de excelencia

Y no se equivocaron. El arreglo con ritmo de cha cha chá –era la especie que causaba furor entre los bailadores en 1953– le dio un aire diferente a lo que en un principio, cuando Curiel la compuso, fue bolero, y hasta adoptó cierto empaque lírico en la película Hombres de mar, interpretada por Lupita Palomera.

Un tiempo después, en medio de una gira de la Riverside a México, Pedro Vargas encontró a Tito y le soltó en tono de chanza: “Así que éste es el hombre que ‘destruyó’ mi Vereda… Nada, hermano, que la cantas como nadie más la puede cantar”. Tito conservó en su memoria el elogio de quien para él, según dijo en una entrevista, “es la voz más envidiable del continente, el talento supremo de la canción”.

Al entrevistar a Tito en los años 90, quise particularizar sobre lo que representó en su carrera Vereda tropical y la respuesta fue ésta:

“A mí me gustó esa canción desde que la escuché, pero de veras no estaba en mis planes incluirla en mi repertorio, aunque ahora me dé cuenta que me venía como anillo al dedo. La gente tiene fijación por ese número; me lo piden y lo tengo que cantar. Hubiera deseado que esa gente que insisten en que les entregue Vereda… se acordaran de otras interpretaciones mías, pero nada, vuelven a lo mismo. En los años 50, me enorgullecía que me identificaran con la obrita de Curiel, años más adelante me saturé de ella, pero ahora la acepto completamente. ¿Quieres que te diga la verdad? Cuando me pidieron grabarla en el disco, pensé que no pasaba de ser un número de relleno. Ya no es así. Pienso que es mi talismán”.

Evoco a Tito a propósito del centenario de su nacimiento, pues vio la luz primera en La Habana el 30 de enero de 1920, en el seno de una familia que nada tenía que ver con la música: padre asturiano, propietario de una pequeña lavandería, y madre madrileña ama de casa. En la partida de bautismo aparece su nombre completo: José Antonio Tenreiro Gómez. De muchacho, por las calles de La Habana Vieja, parecía el típico galleguito que probaba fortuna en ultramar.

Eso sí, le gustaba la música y el canto a contrapelo del anhelo de su padre, quien centavo a centavo, logró los fondos necesarios para que el adolescente estudiara la carrera de Medicina. La música pudo más: el jovencísimo Pepe Tenreiro participó y ganó uno de los premios del concurso radial La Suprema Corte del Arte, en 1937, y un año después, exactamente el 13 de marzo de 1938, se estrenaba como profesional con la orquesta del maestro Orlando Estivil, que amenizaba las noches en el Hotel Nacional de Cuba.

Un famoso empresario radiofónico lo contrató como el cantante de planta del programa musical de los mediodías y alternó las presentaciones en el hotel y la emisora, hasta que se presentó el encuentro con la orquesta Riverside.

En esta formación permaneció por más de tres décadas y, sin lugar a dudas, su voz constituyó el sello distintivo de la orquesta. Con una instrumentación típica de las grandes bandas de jazz, la Riverside nunca perdió terreno en el favor popular en buena medida por la inconfundible impronta del cantante, quien, por cierto, dejó de ser Pepe Tenreiro y encarnó a Tito Gómez. El cambio fue sugerido por otro de los grandes artistas de la época, Miguelito Valdés: “Tenreiro –le dijo– suena a gaita gallega, toma tu segundo apellido y transfórmate en Tito Gómez.

Tito le confirió gracia a sones, guarachas y boleros como Alma de mujer, de Armando Valdespí; Alma con alma y Naricita fría, de Juanito Márquez; Te adoraré más y más, de los hermanos Rigual; Qué bueno está el ambiente, de Ernesto Duarte; Miénteme, de Chamaco Domínguez y Ahora seremos felices, de Rafael Hernández.

Mientras la Riverside se mantuvo en la cresta de la ola, Tito defendió su estandarte. A finales de los 60, una nueva dirección de la orquesta pretendió maquillar con instrumentos electrónicos el sonido de la banda y renovar la línea vocal. Tito ya no se sintió a gusto y no tardó en militar en una muy solicitada orquesta, la del maestro Enrique Jorrín, uno de los creadores del cha cha chá. Por supuesto que en el repertorio de la nueva orquesta figuraba Vereda tropical.

He citado una entrevista a Tito de la que me gustaría compartir otra confesión suya. Le pregunté cómo entendía que pusiera tanto sabor en las interpretaciones y, a la vez, permaneciera recto e inmóvil ante el micrófono. Respondió sonriendo: “Mi sentido del ritmo no está en mi cuerpo sino en mi voz”.

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