José Díaz Cervera
Para Charly González
Dejo en las calles mis ojos
que no nacieron abiertos.
Están manchados de lluvia,
están sucios de silencio.
No los limpiarán las alas
de los agudos senderos
ni los cantos aromados
del petricor de los besos.
Los niños de esta ciudad
se alimentan de secretos:
por patria tienen la sal,
por sueño, un quebrantahuesos.
¿Por qué, Juan, tú te colgaste
de una espina de tus sueños?
¿Por qué le diste a tus ojos
los ojos de un jazmín ciego?
Dime, Alondra, ¿en qué llovizna
se te llovieron los besos
para dejar sin tu planta
un par de zapatos nuevos?
Los niños de esta ciudad
se alimentan de secretos:
por patria tienen la sal,
por sueño, un quebrantahuesos.
Quiero cambiarte los labios,
Ciudad de ángeles siniestros;
quiero cambiarle las sienes
a tus ángeles enfermos.
Con estas palabras duras
te sirvo un platón de espejos;
soy un juglar de la sombra,
soy un polizón del tiempo.
Yo llego a tu cumpleaños,
Ciudad, con claveles negros:
perdóname si en tu fiesta
mancho tus manteles nuevos.
Soy un rapsoda y un ángel
(un ángel tal vez muy feo)
que descubre en tu blancura
el color de lo siniestro.
Me dueles, Ciudad, me dueles,
rosa con la soga al cuello.
Pocas palabras me quedan,
lo demás lo calla el miedo.
Los niños de esta ciudad
se alimentan de secretos:
por patria tienen la sal,
por sueño, un quebrantahuesos.