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Cultura

De las cenizas al fuego, Baldessari

La pira en la que John Baldessari quemó decenas de cuadros que había pintado hasta ese momento, puede ser vista hoy como la metáfora más elocuente de su propia existencia. Un día del ya lejano 1970, el artista norteamericano se levantó pensando que el mercado del arte le era cada vez más esquivo. Por cada veinte cuadros que pintaba, apenas uno encontraba salida. “Voy a quemarlos todos”, dijo y prendió fuego a los lienzos y cartulinas amontonados en su estudio. Eso sí, no a todos, sino a una selección de piezas realizadas entre 1953 y 1966 que no hallaron comprador.

No pasó mucho tiempo para que revelara la verdadera naturaleza de aquel acto. Baldessari había documentado la quema, horneó las cenizas en forma de galletas, las colocó en urnas, y acompañó la instalación resultante con una tarja de bronce con las fechas de nacimiento y muerte de las pinturas destruidas, así como la receta para hacer las galletas. A dicho registro le dio un título, The Cremation Project, y aseguró que fuese vista como una nueva obra de arte.

Para ser exacto, diré que las cenizas llenaron diez recipientes, nueve de ellos capaces de contener a un ser humano adulto, y el décimo de menor tamaño. Los productos fueron exhibidos en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, como la gran novedad de la temporada de 1970. De inmediato, la crítica especuló que Baldessari establecía así un vínculo entre la práctica artística y el ciclo de vida humano.

El artista estaba salvado. De la destrucción a la creación, su arte comenzó a valorarse más. Acerca de la tesitura del artista, hablaron varias publicaciones estadounidenses al reflejar en las últimas horas la noticia de su deceso el pasado 2 de enero, a los 88 años de edad, en la localidad de Venice, California.

Los Angeles Times subrayó su irradiación entre los aspirantes a artistas que asistían a sus talleres en CalArts, y las universidades de Los Angeles y San Diego, y precisó como “inspirado por el espíritu de Marcel Duchamp, quien anuló las definiciones tradicionales del arte a principios del siglo XX, y por las imaginativas combinaciones de imágenes y palabras del artista de Los Ángeles, Edward Ruscha, Baldessari exploró el lenguaje y la cultura de los medios de comunicación en pinturas de texto e imagen y composiciones fotográficas, derivadas de fotogramas de películas, revistas y otras fuentes”.

El diario rescató el juicio emitido por el notable crítico Christopher Knight, en ocasión de la retrospectiva desplegada en 2010 por el Museo de Arte del Condado de Los Angeles: “Baldessari es, posiblemente, el más influyente artista conceptual de los Estados Unidos. Verlo hurgar en la maravillosa fisura que se abre entre las pinturas y las imágenes captadas por una cámara, es prueba de haber encontrado un territorio fértil y un lugar extraño y divertido para habitar”.

En los años finales de su existencia redobló sus búsquedas, como cuando recurrió a las pinturas de antiguos maestros para obtener su material original, y tomó prestados detalles de obras en el Museo Städel, en Frankfurt, para una serie, y los frescos de la Capilla Arena de Giotto, para otra. Una de las bazas más originales de su espíritu lúdico y transgresor tuvo por escenario a Moscú en 2013, cuando combinó imágenes de Manet, Courbet, Andy Warhol y David Hockney con el nombre de un artista, el título de una canción y el recuerdo de una película del llamado cine negro. El curador Hans Ulrich-Obrist, quien organizó el espectáculo de la capital rusa en la galería Garage, lo llamó “un inventor en serie”.

De acuerdo con The New York Times, “para entonces la reputación el Baldessari había crecido hasta el punto de que cada año más o menos era convocado por algún museo de prestigio en su país o en el extranjero”. Fue elegido miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras en 2008, recibió el León de Oro por la obra de toda la vida de la Bienal de Venecia en 2009, y en 2014 el presidente Barack Obama le impuso la Medalla Nacional de las Artes.

En el diario neoyorquino, la crítica de arte Roberta Smith describió su legado como particularmente amplio: “Su carrera revela una línea vital e ininterrumpida desde el pop de sus primeros pasos hasta el arte conceptual de la década de 1970 y el arte de apropiación de la década de 1980, movimiento éste impensable sin su influencia inusualmente directa”.

Esta vertiente, más interesante para mí que la de su etapa afiliada al pop o al conceptualismo duro que sobrevino, es la que dejó trazas más profundas en la evolución del arte entre las fronteras de los siglos XX y XXI. Alguien exclamó, ante una de las tantas exposiciones de Baldessari: “¡Está vivo!”.

Sin duda, es el artista que ha ocupado siempre un espacio singular. Desde su infatigable búsqueda de horizontes insólitos de expresión, desarrolló una visión postmoderna cuestionadora del formalismo y la propia naturaleza objetual del arte. Le preguntaron alguna vez que se definiera a sí mismo y respondió: “Soy un explorador del arte pero también un moralista, aunque no lo crean”.

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