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Cultura

El swing son de Arsenio

Haga la prueba. Coloque en el lector de su equipo de sonido las novedades de Charlie Palmieri, los logros de la Spanish Harlem Orchestra y ciertos discos de los excelentes pianistas Michel Camilo y Danilo Pérez, tres muestras bien diferentes y personalizadas de la evolución del jazz latino en el cruce de los siglos XX y XXI. Y luego consiga una copia de Cumbanchando con Arsenio (sello SMC, 1962). Puede que le sorprenda a simple oídas el parentesco. Porque cuando profundice en el desplazamiento de las células rítmicas y en la forma de organizar la dinámica del sonido de los metales y el tres, advertirá la existencia de vasos comunicantes evidentes.

En el citado disco de Arsenio Rodríguez (1911–1970), que encontró una débil respuesta en el mercado norteamericano de la época, el músico invidente mostraba una de sus más arduas empresas: la concreción de un estilo al que llamaría swing son, referido a la fusión de una de las corrientes principales del jazz con el son, a la manera en que se había impuesto en la música popular bailable, precisamente a partir del talento del propio Arsenio.

El tresero y compositor no era ajeno a lo que estaba pasando en la escena norteamericana del jazz y la música latina, viviendo como lo hacía en el centro de la movida neoyorquina. Desde su arribo a la Gran Manzana a fines de los 50, conocía del boom del afrocuban jazz –era amigo personal de Mario Bauzá y Machito, y admiraba el trabajo de Chico O’Farrill–, de la irrupción del bebop y su variante cubanizada, el cubop, de la eclosión de los músicos puertorriqueños en El Barrio; y asistía al pulso entre los intereses comerciales de la industria por vender una nueva imagen latina y la tenacidad de los que apostaban por una auténtica renovación a partir del boogaloo y la pachanga.

Arsenio se propuso encontrar un nicho en esa carrera hacia la reconquista del gusto del público que incluyera tanto a los potenciales aficionados anglos, como a los latinos. Y en esa ruta comenzó a experimentar con el swing son, se dice que estimulado por el recuerdo de la fórmula “diablo”, que él mismo innovara en los tiempos precursores del mambo, en los tempranos años 40.

Cumbanchando con Arsenio no era propiamente un disco de swing son, pero incluyó temas que bajo ese prisma había grabado meses antes, con el último cartuchazo del largo contrato con la RCA Víctor.

Es curioso el hecho de que ninguno fuera de su autoría. El Arsenio arreglista y explorador de nuevas combinaciones rítmico-armónicas prevaleció en aquel momento al abordar versiones de la reconocida Quizás, quizás, de Osvaldo Farrés; Chjerokee, y Girl of my Dreams, entre otros estándares.

Pero como era un disco pensado en las victrolas de los salones de baile, triunfaron los sones montunos, aunque si uno se fija bien en el tema Yo nací del Africa –por cierto, con un texto que sorprendentemente recuerda la elegía El apellido, de Nicolás Guillén– se prefigura un trabajo de entrelazamiento de la ritmática de origen congo y el fraseo de las trompetas que, de algún modo, anticipa el estilo de orquestación de Chucho Valdés en los Irakere de los 70, aunque, desde luego, con mucho menos desarrollo.

En opinión del crítico Max Salazar, el swing son cristalizaría en 1968 con la grabación Daddy Give Me Candy, cantada en inglés por Julián Llanos, en la que afirma se consigue “una mezcla de jazz, boogie woogie y son montuno”. Se encuentra en uno de los cortes del disco del sello Tico, Arsenio dice, el último que grabó el músico matancero.

Quién sabe hasta dónde hubiera llegado Arsenio en sus búsquedas con el swing son, si el ambiente hubiera sido más favorable. Pero con lo que se escucha hoy, basta para consagrarlo no sólo como el precursor de la salsa neoyorquina, sino también como uno de los adelantados del jazz latino.

En 1940 Arsenio fundó el conjunto que llevó su nombre, todo un acontecimiento en la historia de la música latina de baile, con una nómina de lujo: Lino Frías, piano; Rubén Calzado y Miguel Molinet, trompeta; Nilo Alfonso, contrabajo; Gregorio López, guitarra; René Scull y Conrado Cepero, cantantes; Marcelino Guerra, voz segunda y maracas; Antolín Suárez (Papa Kila), bongó; e Israel Rodríguez (Kike), tumbadora. En otras etapas el conjunto tuvo a los siguientes músicos: Adolfo O’Reilly, Rubén González y Luis Martínez Griñán (Lilí), piano; Benito Bustillo (Benitín), Oscar Velazco (Florecita) y Félix Chappottín, trompeta; Carlos Ramírez, guitarra; Lázaro Prieto, Agustín García y Luis Regatillo, contrabajo; Félix Alfonso Vidal (Chocolate), y Arístides Soto (Tata Güines), tumbadora; Miguelito Cuní, Pedro Luis Sarracén, René Alvarez, Tazio Vila y Estela Rodríguez, cantantes.

Radicó en los Estados Unidos en 1954 y allí siguió trabajando en su música. Fue una figura influyente en el desarrollo de la música bailable del mundo latinoamericano y caribeño de Nueva York y Los Angeles.

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