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No es fácil entender a un torero que hace fácil lo difícil

Por Ele Carfelo

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Contaba un famoso director de orquesta, allá por los años cuarenta, que en una ocasión, iba a dirigir a la Orquesta Sinfónica de México en el Palacio de Bellas Artes, en la capital de la república, quien pedía al mesero con insistencia, que, por favor, el servicio de su cena fuera lo más rápido posible, ya que se acercaba la hora del concierto; esto ocurría en las inmediaciones de Bellas Artes, en un restaurante. El mesero lo informó al “chef”, quien visiblemente mortificado, y además, ignorante y mal educado, se apersonó a la mesa del eminente músico, y le dijo: “¡A ver, si cree usted que esto de la cocina es tan fácil como eso suyo de sólo mover un palito con su mano derecha!”…

Esto es algo parecido a lo que sucede a personas que asisten a los tendidos de una plaza de toros, cuando está actuando en el ruedo un torero inteligente, fácil, poderoso, y se va pasando al toro por la cintura, con esa facilidad que dan la maestría, la clase y la intuición que atesora el protagonista.

Y es que no hay nada, y esto lo digo acerca de cualquier profesión, más difícil, que hacer las cosas con facilidad. Uno de los maestros más insignes de la tauromaquia fue Domingo Ortega “El Diamante de Borox”, a quien sus detractores acusaban de no torear lo suficiente con la mano izquierda, y que había “frialdad” en su toreo, que eran los espectadores con las limitaciones de gustar únicamente del llamado “toreo de sentimiento”, como si un torero fácil, inteligente y poderoso no sintiera el arte del toreo.

Esto sucedió el domingo pasado, en la inauguración de la Temporada Grande en la Plaza “México” con un pequeño sector del público capitalino, que no comprendió la faena de Enrique Ponce, cuando se le concedió una merecidísima oreja, después de sacarle faena a un toro que no la tenía.

La temporada pasada, en España, en la Columna del famoso crítico Vicente Zabala de la Serna, en la revista especializada “Aplausos”, comentaba refiriéndose al gran torero valenciano: “… es curioso que el mejor torero que hoy tenemos en el escalafón, para convencer a sus detractores, tuvo que sacarle una faena de toreo dominguero a un manso. Y es que la facilidad irrita, saca de quicio a los que no aciertan a comprender lo arduo que es hacer fácil lo difícil”…

En el mundo del espectáculo taurino, al espectador menos entendido -no me refiero al “villamelón”- le subleva el toreo inteligente, fácil, poderoso, hábil, suficiente, ya que no tiene la capacidad de apreciar lo que vale. Prefiere ver a un torero joven, aunque con el privilegio del talento, fajarse a empellones con un toro que derrota, como si fuera un novillero debutante. Esto es como si usted necesitara ver al maestro Torre Gamboa, tomar un cubo y una brocha gorda para demostrar que es un magnífico pintor.

En la actualidad, hay aficionados que prefieren ver torear al joven Roca Rey, y al heroico Juan José Padilla, que disfrutar a Ponce o a “El Juli”… y es que entre ellos, todavía hay una distancia muy grande.

En épocas pretéritas, los públicos populares mexicanos preferían el toreo de Lorenzo Garza, Silverio Pérez o Luis Procuna, toreros de más arraigo popular, que ver la sabiduría, la maestría, y perfección del toreo del Maestro de Saltillo, don Fermín Espinosa “Armillita”, y ¡el colmo!, había quien prefería el toreo sí, pinturero pero fraudulento y “ratonero” de Eloy Cavazos, al de arte y poder de Manolo Martínez.

De todo hay en la viña del Señor, como en los tendidos de las plazas de toros, y yo creo que así debe ser, pues la fiesta de toros es pasional y despierta en sus adeptos, todo tipo de sentimientos, muchos de ellos encontrados. No hay una UNIFORMIDAD… pero esto es, como cuando hablamos de que el hombre y la mujer son diferentes… pero qué terrible sería que fueran iguales… ¡Que viva la diferencia!

elecarfelo@hotmail.com

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