Un tigre con ojos de jade
IV
se frotó los brazos medio entumidos por cargar el venado, el canto de las cigarras lo animó más y se refugió en otro canto del xoch: las sombras que se deslizan pellizcan la epidermis del viejo y lo transforman en otra visión nocturna, en un pach arrebatador del aliento, los troncos toman formas caprichosas y dimensiones impresionantes en la danza desencadenada por la imaginación de la candela y en la que cada criatura y objeto trató de escapar de su condición natural y primaria, entonces la tranquilidad del monte fue estremecida por otro murmullo, precedido del clamor que dispersó a las cigarras; enmudeció la sabana y paralizó el viento poco después de que el búho dejó de batir las alas para cambiar de rama, al mismo tiempo que el temor se espesó en una telilla que cegó al viejo y volvió borrosas las estrellas, sólo un cuerpo medroso y pequeño corrió hasta el viejo, ¡Bicho!, el cazador se echó al hombro el rifle, pero la indecisión fue tan grande que casi de inmediato lo depositó de nuevo en el suelo, asentado sobre la culata mientras el viejo lo sujetaba del cañón: el minino está ahí, ahí donde no lo pueden ver se esconde esperando el momento para abalanzarse sobre ellos: primero fue el xoch y su canto de muerte, después...; el cansancio vence al hombre, poco a poco mina sus fuerzas y en menos de lo acostumbrado queda dormido, reclinada la cabeza sobre el cañón del rifle que no soltó ni cuando el ruido fuerte lo despertó: el fuego se consumió y estaba bastante oscuro, el viejo se pone de pie y trata de limpiarse las légañas o las hebras de sueño; Bicho, entre los pies del cazador, tiembla y gruñe asustado; la silueta moteada se mueve junto al venado y desaparece entre los matorrales en una exhalación; el viejo no pudo disparar porque sucedió muy rápido y él se encontraba todavía soñoliento y cansado: es la modorra del temor al tigre, tan contagiosa que paraliza de flojera al más fuerte cazador capaz de acosarlo; el viejo sabe que sus coyunturas artríticas no podían competir en elasticidad con la fiera, lo adivinó desde el primer instante en que se dejó vencer por el sueño y quedó a merced del animal; hombre y perro se aproximan cautelosamente a los restos del venado, primero el cazador, después el perro: le faltaba al venado una pata y tenía parte de las entrañas afuera, desparramadas en el sascab, ¡un poco más y sigue contigo, Bicho!, se comió casi medio venado en sus narices y esto lo pone mal, a él que como hombre debió mantenerse alerta, porque del perro sólo podía decir que había perdido además del olfato la vergüenza, pero enseguida recapacitó: Bicho, no te alejes ni te quieras hacer el valiente; lo dijo a pesar de ver al perro tranquilo y echado junto a sus pies, esto no era un juego sino el forcejeo con la muerte, combate que los podía llevar a lamentar algo grave al menor descuido; siguió murmurando cosas para mostrar su indignación en contra del dios del monte, pero también tratando de esconder debajo de los ademanes y las palabras, su impotencia; tenían que caminar aprisa o el tigre acabaría con facilidad con ellos, estaba oscuro y se encontraban lejos de donde podían encontrar refugio o despistar a la fiera, el tigre los seguiría fueran a donde fueran, lo mejor era encender un fuego y velar hasta que el balam se fastidiase y los dejara tranquilos al comprobar que ellos eran más necios, se excitaban mejor con el olor a la sangre y carne fresca y estaban decididos a defenderla de cualquier otro depredador, y terminó el viejo con algunas palabras dirigidas a él mismo, así en el momento pareciera dirigirlas al perro: ¿sabes que los tigres sólo cazan de noche?, tienen la piel vestida de estrellas, por eso se confunden con el cielo nocturno, tienen el aliento de neblinas oscuras y destellan por los ojos terror, cuando lo ves es porque ya no está ahí sino quizás detrás de ti, agarró de una pata delantera al venado y lo arrastró hasta los troncos de los waaximes; juntó ramas, raíces y hierba seca y encendió la hoguera, mientras el perro se colocaba de nuevo cerca del calor de las llamas y, sin cambiar los ojos aburridos, dejó caer el hocico húmedo sobre las patas; los ruidos de la noche vuelven a soporizar el espíritu del viejo, el temor lo hace balbucear en su lucha por mantenerse despierto, los pájaros que sueñan otros espacios de la mañana por venir, las cigarras, los grillos de siempre y sus imitadores, los animales nocturnos, entrelazan su bullicio en una red de señales y mensajes, significativo para los hombres acostumbrados a cruzar los senderos a medianoche, algunos descubrían y señalaban la presencia del tigre, pero otros confundían a los primeros al entremezclar sus sonidos muy distantes a la realidad impuesta por el tigre, el viejo se da cuenta de lo que sucede en derredor, identifica las advertencias que hablan del tigre y los miles de insectos que cada oleada de viento dota de movimiento y que el viejo y sus antepasados como él, terminaron por aceptar como una prolongación de su epidermis y sus sentidos sin cambiar su condición humana, porque estos insectos: langostas, escarabajos, libélulas y mariposas no se modifican con la celeridad de los hombres, para llevar otra existencia reñida con su naturaleza, estas criaturas siguen ahí para enseñarle al hombre el camino de regreso al monte, en donde volverá a encontrar lo que creyó perdido y que sólo ignoró en el laberinto de su interior, los insectos cantan su libertad y sus vínculos con la naturaleza, mientras los hombres se hacen los sordos, ocupados en arrasar selvas y en levantar poblados en que limitará sus movimientos y mutilará sus ambiciones, tratarán de respirar, amar y crear estirpes en unos cuantos metros cuadrados que llamarán propiedad y que estarán dispuestos a morir por defenderla, unos metros cuadrados de desolación, porque sobre la tierra y el monte arrasado en el que edificarán a base de piedra y mortero, las lluvias, la corrosión, el sol y los vientos, abrirán una brecha que derrumbará pared por pared, casa por casa, poblado por poblado hasta devolverle el habitat al tigre, después de que el último hombre haya desaparecido en este mundo que llamó grandeza pero que sólo estimuló sus intereses materiales y jamás los espirituales; el viejo guardó silencio y prestó atención a los mensajes, le comunicaban la cercanía del tigre pero no le indicaban el lugar, porque otros insectos que también cantaban por cantar sólo le estorban para escuchar mejor a los que dentro su canto tenían significación, sonidos de vida o muerte ¿son estas las enseñanzas que preservaron generación por generación los viejos Chilam Balames, profetas?, el cazador arrullado por los cantos de sus amigos los insectos que se hicieron más penetrantes y dominaron los otros sin sustancia ni contenido, trató de cantar pero con una voz sólo perceptible en los caminos de su mente, mientras los labios permanecían apretados, al mismo tiempo que los sentidos se adormilaban envueltos en los aromas del monte, el perro acostumbrado a los desfiguras del viejo tan sólo giró la cabeza sin importarle la nueva ocurrencia que aleteaba en las imágenes del cazador, aunque sí se mostró preparado para cumplir la orden del viejo, porque sabía que los canturreos, los balbuceos y los hilachos de frases del hombre, terminadas en sonoras exclamaciones, quejidos prolongados y carraspeos nerviosos propios de las horas nocturnas, no lo dejaban dormir al llenarlo de sombras, fantasmas y demonios, un mundo muy humano pero que no tenía nada que ver con el perro, hasta acabar por exacerbarlo el regreso a la realidad de cada uno, para el perro los insultos, los salivazos y las patadas propias de la naturaleza dispareja del hombre, tan distintas a las usadas llenas de amor, alegría y condescendencia de cuando fue cachorro, porque tal parece que ahora el viejo se volvió incapaz de pasarle el menor error, aunque a veces lo disimulaba al gritarle el viejo; ¡Bicho, claro que tú no los puedes cometer, porque los míos son muchos y de sólo encimarles uno más, sería el acabóse!; Bicho se sacudió de la cabeza al lomo, dio dos saltos para caer de hocico al suelo, se estiró, arqueó el cuerpo como un gato frente a las llamas que consumían hojarasca, ramas y raíces y lanzó mordiscos al aire, pegó otros dos o tres saltos, más y al viejo no le pareció que el perro bostezaba, sino que trataba de expeler algún objeto atorado en su garganta, oyó el ronquido fuerte de algún pájaro de mal agüero, y el viejo quedó quieto, las manos sobre la boca del cañón del rifle, hasta terminar con una mueca de fastidio: jamás te entendería tu hermano o algún hombre de Beyhualé, que sólo piensan en comer y almacenar riquezas disfrazadas de aparatos y comodidades, así te explicó una vez don Marcial, un maestro que renegó de su condición y se reintegró a vagar por el monte hasta que las hormigas lo descubrieron y pelaron su esqueleto, los beyhualenses cargaron hueso por hueso para volverlo a reconstruir y ver si estaba completa su osamenta, a las puertas del poblado más próximo con tal de darle Sepultura; el perro se reacomodó a los pies del cazador, temeroso de las alpargatas capaces de romperle un hueso, abrió mucho el hocico igual a un bostezo, aunque al viejo le pareció que sólo trató de expulsar el colmillo único; el viejo se agachó y buscó en la arenisca señales del tigre, el perro se levantó de golpe y olfateó entre los dedos del cazador: una vez fuiste joven y terso, no me llenes de saliva, Bicho, de esto que le hablaba ya pasó tiempo y hoy sabes que estás viejo, no me lamas, Bicho, aunque a veces te cueste trabajo reconocer que la vida reblandeció tu esqueleto, mordisqueó tu piel y apagó tu ardor, deja en paz mis dedos, Bicho, te socavó con el fuego de los veranos destruidos por los otoños, el viejo le dio un manotazo al perro para que le dejara de lamer las manos, pero el monte no envejeció junto contigo, tal vez porque el monte ya era viejo de por sí, porque los años para el perro se miden de una manera, los del hombre de otra y los del monte escapan de la menor forma que se piense, trató de hacerle una caricia sobre el lomo pero el perro se le escurrió, es peligroso confiarse, te cansas con facilidad, tú estás más viejo que yo, Bicho, aunque tengas menos años, aunque yo tenga más edad que tú, porque Hunab Ku nos dio a cada criatura un tiempo y nos instruyó en las cosas que debemos hacer en ese lapso, pero con todo, y miró a los ojos al perro, ¿a poco un cachorro lo hace mejor que tú?; pronto enmudeció su voz interior dentro de un remolino de pesadillas y anhelos, voces, gritos o imprecaciones, mientras en su conciencia resonaban voces a ratos conocidas que exigían la entrega del venado al tigre y ¿cómo separarse de aquel botín de carne fresca que sus ojos cansados jamás imaginaron volver a tener?, moriría con esta última visión del monte y el venado clavados en su memoria y sería feliz, tan feliz como puede morir un hombre satisfecho de su existencia y que dio todo, de acuerdo a los mandatos de los dioses del monte, la vida y la alegría, pero también las voces exigían dejarlo todo, huir del territorio del tigre, evitar rebelarse al mandato del monte, porque ahora estaba en su contra, a cambio escuchaba otras palabras más suyas y auténticas que le pedían no abandonar su lucha, mostrarse un hombre, luchar contra la corriente, imponerse, marchar contra el tigre y vencerlo, enfrentar su naturaleza humana contra la otra salvaje del tigre, su experiencia y sapiencia contra la brusquedad del tigre, el tigre está seguro en su mundo, y el mundo cambia y el hombre se transforma más rápido porque se enriquece mejor, el hombre sabe sacar lo mejor de cada experiencia y en cambio al tigre lo vuelve más animal, sin embargo cada uno tiene su manera de moverse y entender el monte, cada uno está llamado por distinto camino a llegar a un fin que representa el triunfo del monte y no del balam, el tigre lo sabe y tú también, por eso pensaste que debías moverte con rumbo hacia alguna población, dejar tus huellas para que las siga el tigre y cuando menos lo espere cambiar de dirección y confundirte con el monte, el tigre seguirá de largo envuelto en su antipatía hacia lo urbano, hacia lo que construye el hombre y ataca su lugar en el monte; utilizar tus fuerzas y al venado como insensitivo para no dejarte vencer, ni siquiera por aquello que se entiende más lógico y natural, tenías un plan, el resto era ejecutarlo, si te movías con agilidad encontrarías el camino abierto por los hombres del pueblo; según tu hermano, los hombres de ahora se están volviendo demasiado suaves, prácticos como se dice, razonables como se presume o indiferentes como se mira, civilizados en una palabra y a cambio de esta comodidad pierden terreno en su lucha contra las cosas que hieren por dentro, para irse resignando hasta dejarse llevar por los demás, tu hermano que trató de cambiarte y llenarte la cabeza de palabras que ni el mismo Basilio entiende, pero que según tú le llenan de humo estómago y corazón, y frases que tal vez le robó a Basilio porque suenan bien, porque parecen una canción que se tararea sin saber la letra, su hermano que lo mira con ojos que quieren reír y llorar por lo que llama tu desgracia, ¿sabes?, sigues el mismo salvaje de siempre, ojalá te pudiera meter un mínimo de palabras que poco a poco te vayan abriendo el entendimiento a otras que de verdad te vuelvan útil al pueblo, a la gente y a la patria, yo sabía por don Marcial que pueblo, gente y patria eran lo mismo, mi hermano descubría mi sonrisa más en mi frente que en la boca: cada día que esté frente a ti usaré las formas a mi alcance, para darle un poco de luz a tu espíritu rebelde y lleno de sombras, hasta domesticarte; tu hermano hablaba con palabras que no entendías y que sonaban bonitas o feas, allá por el barrio de Santa Anita tengo a la salida del pueblo, un terrenito donde podías estar más cómodo y mientras me cuidas el maíz o lo que vayamos a sembrar, tal vez hasta pongamos algunos cochinos, tu hermano sin dejar de preocuparse por ti y que se pasaba las tardes con las manos sobre el estómago, cada día más grande y que a ti te parecía igual a un sapo enorme, tu hermano que sueña y sueña con los tiempos venideros que con seguridad no vivirá, tu hermano y su sillón mecedor, mece y mece su cuerpo sin fuerza, tu hermano y la misma pregunta ¿qué quieres de mí, hermano? pasaba por aquí, Basilio, y te vine a ver, tu hermano al que se le iba la vida pensando en muchas cosas que nunca haría, mientras que tú solo pensabas en una; sobrevivir, tu hermano que tenía tantas cosas y al que jamás le pediste nada, tu hermano que se quejaba de lo que no tenía ni alcanzaría nunca, tu hermano Basilio al que le llevabas ahora un tigre, un tigre que a los del pueblo pondría de cabeza; otra vez el viejo escuchó el chasquido, algo parecido a un maullido, lo identifica sin precisar el lugar del que proviene, el tigre y sus ecos, el tigre que se sabe en su territorio, el tigre que sabe cómo usar su espacio, un tronco, una rama, una liana, un espino, una brecha, un pájaro, un insecto o una hoja; el tigre está en todas partes y arrebata al viejo de sus meditaciones para mantenerse despierto, empuña éste el rifle que dejó recargado del tronco de un chukum achaparrado: ahí está, no se irá hasta no quitarles el venado, porque lo quiere todo o nada y no se conforma con poquitos que despiertan más su apetito y sus instintos carniceros, porque se cree con el derecho del mundo para matar ya que con tal fin se le hizo tigre, el mismo tigre temido y feroz, el tigre capaz de destrozar a media docena de reses la misma noche y sólo comerles el hígado y un riñón, el tigre y también su sacrificio al monte, al dios que lo vistió de tigre y le dijo, ve tigre y sé tigre hasta el fin de los tiempos, hasta que tu bosque sea talado árbol por árbol y aniquilen el venado, tu alimento, para sembrar un mundo de maíz, henequén y otras plantas que absorberán los nutrientes del suelo, levantando pueblos y pueblos, abriendo carreteras que irán a cualquier lado y contaminando los cenotes y tu agua, el agua que te calma la sed, entonces te 3 en destructor de pastizales y del ganado que se alimenta de éste y de los hombres que andarán detrás de tu huella para convertirte en trofeo, beberás su sangre para calmar tu sed, comerás de su carne más insípida que será como sentarse a la mesa con los hombres y huirás de esas rieles que cruzarán los campos erosionados, donde otro animal, otro más monstruoso y que sólo la imaginación del hombre creará para llegar a la última de tu madriguera; de nuevo el maullido sacudió de pies a cabeza al viejo, esta vez se oyó más cerca, el rifle lo tiene listo y embrazado, Bicho se levanta, gruñe al tratar de ladrar y termina por contraer el hocico para enseñar el colmillo solitario, vibra al producir la culminación de su malestar y arrebato, ¡un ladrido al fin!: el hombre queda atónito ¡shooo!, ahora tú eres el que quiere producir alboroto para llamar al tigre, ¿deseas enfrentarte a él?, tú nunca viste un tigre y con seguridad que ni en el más alejado resquicio de tu instinto encuentres la sombra de un tigre, el viejo se muestra inquieto, la respiración la tiene más fuerte que de costumbre, los ojos despiden chispazos y los músculos de sus brazos están endurecidos, pero en el temblor de piernas y pies es donde el perro advierte el descontrol del cazador y miedo; sin embargo, el viejo nunca permitiría que el perro se enfrentara al tigre, apenas tendremos tiempo de huir, deben aprovechar la oportunidad que les dé el animal, porque no la ofrecerá por reprimirse de matar al hombre sino debida al descontrol y el enojo que le produce su presencia aquí, Bicho, no debes olvidar lo viejo que eres y que el tigre está en el gozo total de sus facultades, porque no es un tigre viejo como tampoco un cachorro, sino uno en la plenitud de su condición de tigre: el cazador queda petrificado, Bicho se echa junto a las alpargatas y los pies empolvados del hombre, asienta el hocico sobre la tierra y se hunde en un sopor sólo comparable al del viejo taciturno, dominados por el viento del tiempo, de la vejez, y nunca por la naturaleza, el perro mueve las orejas: el ruido tiene que ser fuerte para que lo distinga; dos ojos relampaguean en la oscuridad gracias al fuego interior de la furia y la animalidad, tanto el hombre como el perro saben de quién se trata, el viejo levanta el rifle para colocarse la culata al hombro, apunta y aprieta el gatillo: sacude al monte el estampido, los waaximes estremecen hasta la raíz y mecen las ramas tratando de alejarse del peligro, el viejo lanza una interjección y el perro se estremece, se percibe enseguida la conmoción que levantó el disparo entre las criaturas nocturnas, se escuchan aletazos, ramas rotas y ruidos de matorral en matorral; las llamitas desaparecen en la fracción de segundo en que se produjo el barullo, a pesar de que en los oídos perdura el eco de la conmoción y en los ojos residuos del destello, instante que aprovechó el perro para ponerse de cuatro patas y reemprender las carreras acostumbradas, sólo que ahora está muy oscuro y el perro peor de ciego y no corre tan rápido, titubea y gruñe: el disparo servirá para que el tigre sepa a qué se atiene de acercarse tanto,
Continuará.
Descansa en paz… seguramente en Beyhualé