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Entretenimiento / Virales

El estudio de caso

Marta Núñez Sarmiento*

III

Me extiendo en la segunda razón que privilegia el estudio de caso, por su valor para llevar a cabo estudios comparativos que extraigan explicaciones esenciales de los fenómenos que estudia cada uno de ellos. Si estos estudios comparativos son bien usados pueden revelar, por ejemplo, las intenciones políticas ocultas de las instituciones y de las personas que producen estos casos en diferentes momentos. Como estos han sido los designios de los grupos de poder de los EE. UU. en su política exterior hacia Cuba por más de 200 años y, específicamente desde 1959, proseguiré resumiendo las peculiaridades de los programas para la transición hacia la democracia en Cuba, que elaboró la Brookings Institution para la transición democrática en la Isla.

Las recomendaciones que elaboró esta institución académica para el entonces recién electo Barack Obama demostraron que continuaban la intención de inmiscuirse en los asuntos internos cubanos, a pesar de que cambiaron un tanto la “cara sucia” de los programas de 2004 y 2006.

Pido permiso al trovador Silvio Rodríguez para sacar totalmente de su contexto una de mis frases preferidas, la que incluye en Pequeña serenata diurna cuando describe su fervor por la mujer que ama, con el fin de afirmar que estos tres planes “no son los mismos pero son iguales” en sus propósitos de reimplantar el capitalismo en mi país.

Los Informes al Presidente de 2004 y 2006 dedicaron la mayor parte de sus textos a transformar el sistema político cubano y a explicar cómo usarían a la sociedad civil de mi país para lograr el “cambio de régimen” que derrocara a Fidel y a Raúl Castro para dar paso al gobierno de transición que continuaría trabajando para celebrar “elecciones libres, justas y multipartidistas”. Sus recomendaciones sobre la gobernabilidad calcaban las principales instituciones políticas de los EE. UU. en términos de elecciones, partidos políticos, poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y la Constitución, entre otros. Lo mismo sucedía en las esferas de la economía y de la ideología.

Por su parte, los documentos de la Brookings no emplearon el término de “cambio de régimen” e introdujeron la idea de buscar vínculos con “actores” que estuvieran dentro del gobierno cubano. Dedicaron la mayor parte de sus contenidos a promover que la sociedad civil se separe del Estado para “transitar hacia la democracia”. El informe final de la Brookings de 2009 planteó que “[…] el Presidente Barack Obama debía emprender un proceso a largo plazo de compromisos críticos y constructivos a todos los niveles, incluso con el gobierno cubano”. Estimaban que solo a través del compromiso el presidente podría llevar a vías de hecho una visión estratégica que permitiría a los Estados Unidos proyectar sus intereses y avanzar en el deseo que comparten con el hemisferio de convertir al pueblo de Cuba en “agentes de cambios pacíficos desde dentro de la Isla”.

En los talleres de 2008 que organizó la Brookings, los participantes debatieron los posibles escenarios para la transición en Cuba y concluyeron que “[…] la viabilidad y sustentabilidad de una sucesión exitosa en Cuba dependerá de actores internos que estén buscando cambios […]”. Identificaron a cuatro actores y discutieron sobre sus fortalezas y debilidades para desarrollar una política más efectiva para la transición. Estos fueron los grupos religiosos, básicamente la Iglesia católica; la juventud; la comunidad afrocubana y los movimientos y organizaciones de la oposición democrática.

Para la Brookings los jóvenes fueron los que tenían más posibilidades de convertirse en agentes de la transición. De una población total de 11 millones 400 mil cubanos aproximadamente “[…] 8 millones de cubanos nacieron después de 1959. De ellos 2.2 millones nacieron después de 1992 habiendo experimentado solo el ‘comunismo’ cubano en las austeras condiciones del ‘Período Especial’. Por lo tanto, la juventud podría estar alejada de albergar lealtad duradera a la Cuba revolucionaria y estaría más propensa a la desilusión y/o a decidirse a empujar hacia mayores aperturas”. Agregaron que “[…] la juventud en el gobierno o en las instituciones afiliadas al gobierno podrían sostener principios básicos de la ideología revolucionaria pero, por tener poca nostalgia por el pasado, podría también constituir la fuerza simple más importante para los cambios en el futuro” y que “[…] la mayoría de la juventud de la Isla hoy está desconectada y desencantada y constituye un reto significativo para los esfuerzos que emprende el gobierno para inyectar esperanza y orgullo revolucionario a la generación más joven”.

En cuanto a la Iglesia católica consideraban que pudiera desempeñar un papel mayor entre los grupos de la sociedad civil para infundirles una legitimidad de amplia base en el futuro proceso de transición. Lo argumentaron basados en sus redes semiformales extendidas nacionalmente, en las que cuentan con espacios de expresión relativamente seguros y protegidos y en sus recursos humanos y materiales para entrenar a líderes y activistas jóvenes. Pero a la vez cuestionan la posibilidad real de que la Iglesia católica pueda cumplir esta función. “¿Hasta qué punto puede la Iglesia católica infundir legitimidad a un movimiento civil de amplia base por el cambio en Cuba?”. “¿Hasta qué punto una sociedad civil con fuertes tendencias de secularidad estaría dispuesta a granjearle a la religión, particularmente a la católica, un papel de liderazgo sustancial?”. Surgieron también dudas “[…] sobre la estructura monolítica de la Iglesia y su carencia de visión coherente para el cambio”. Aunque “[…] la jerarquía permanece vacilante o simplemente estima que no está interesada en expresar una simpatía abierta hacia la oposición organizada o hacia reformas dramáticas, menos aún si tal posición pudiera provocar al Estado y amenazar la independencia organizacional tan duramente ganada por la Iglesia”.

Los participantes subrayaron “[…] la necesidad de distinguir entre la adherencia nominal hacia una institución religiosa y la carencia de lealtad tradicional a los grupos de fe organizados”. Añadieron que mientras el 60 % de la población está bautizada solo entre el 1 y el 3 % de los cubanos son católicos romanos practicantes, en contraste con un 75-85 % de creyentes en “lo divino”. Infirieron que “[…] el potencial de los cubanos para adquirir habilidades de liderazgo dentro de estructuras de la sociedad civil orientadas hacia la religión son débiles en comparación con la enorme influencia de las organizaciones de masas afiliadas al gobierno”.

La Brookings incluyó en sus documentos informaciones sobre la población “afro cubana” que los científicos sociales cubanos habían publicado por más de veinte años y que muchos académicos y políticos en Estados Unidos ignoraban. Esta institución planteó que el 62 % de la población cubana hoy es “afrocubana”, entendiendo por ello que tiene ascendencia negra o mulata. Aseveró que “[…] Cuba es una sociedad extensamente integrada y de acuerdo al acceso equitativo a la vivienda, la salud y la educación sería erróneo hablar de una única “perspectiva afrocubana”. Agregaron que los afrocubanos sufrieron desproporcionadamente las privaciones económicas de la crisis de los noventa y que pocos de ellos accedían a las remesas provenientes del extranjero, debido a que la mayoría de los migrantes cubanos son blancos.

Reconocieron que las designaciones recientes de altos dirigentes afrocubanos a la Asamblea Nacional y al Buró Político podrían ayudar a promover políticas sociales afirmativas y medidas antidiscriminatorias. Estimaron que el régimen podría enfocar las soluciones a corto plazo para responder a las necesidades y preocupaciones inmediatas, afirmando su control político y, por tanto, tornando obsoletas las presiones que ejerzan los grupos civiles externos que representen a esta comunidad.

En cuanto a la “oposición organizada” la Brookings aceptó que los tres frentes tradicionales –los liberales, los socialdemócratas y los demócrata cristianos– “[…] continúan persiguiendo sus visiones propias de cambio carentes de coordinación y generalmente en conflicto”, lo que mantiene a la oposición fracturada. Pocos cubanos reconocen a los movimientos disidentes como una alternativa verdaderamente simbólica y práctica y que el apoyo internacional era el único hilo que mantenía estos movimientos. Los participantes estimaron que para que surgieran los líderes de la oposición sería necesario que ellos deberían salirse de sus actuales zonas confortables y apurar los procesos de movilización.

Los participantes en el seminario de abril de 2008 propusieron celebrar eventos culturales en diferentes partes del país para movilizar las fuerzas y consiguientemente llevar un mensaje político a la población y al mundo. Cuba tiene una larga experiencia organizando estos eventos masivos culturales. Uno de los que se celebró en septiembre de 2009 en La Habana fue el “Concierto por la Paz”, que resultó un rotundo éxito para Cuba.

Pero a eso me referiré en mi siguiente artículo, para que constaten las similitudes y las diferencias en las intenciones que podrían haber albergado algunos de los artistas que participaron en el habanero concierto de 2009 y que lo hicieron en el reciente espectáculo multimillonario que se celebró en la frontera entre Colombia y Venezuela para apoyar la “ayuda humanitaria” al pueblo venezolano.

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