Marta Núñez Sarmiento*
XXI
El 17 de julio de 2019 Roberto López Méndez publicó en POR ESTO! el artículo “Curso para prevenir la violencia sexual”, sobre un taller para adiestrar a los adolescentes en cómo prevenir la violencia en el noviazgo y la violencia sexual en la comunidad. Se impartió en la subdirección de Salud Mental de los Servicios de Salud de Yucatán y, según los facilitadores, se debatieron las modalidades de la violencia relacionadas con el sexo y los estereotipos de género, así como los comportamientos que las provocan. Insistieron en qué hacer cuando las personas son testigos de actos de violencia sexual.
Este trabajo me impulsó a sintetizar cómo podemos incorporar los resultados de investigaciones acerca de la violencia de género realizadas en los países donde vivimos y en los contextos foráneos a los estudios que emprendamos sobre este tema tan sensible.
Por mi experiencia impartiendo Metodología de las investigaciones sociales en Mérida y en Santo Domingo, la violencia de género es una de las cuestiones que más les interesa indagar a los alumnos. ¿Sucede algo similar en Cuba? Desgraciadamente este es un tema que cuenta con una historia de investigaciones demasiado reciente, porque fue algo tabú hasta que estalló la crisis de los años noventa del pasado siglo. Muy pocos científicos sociales cubanos estudiábamos el tema. Entre las razones de esta omisión está que lo considerábamos un hecho no relevante que no tenía cabida en un proyecto socialista donde este tipo de violencia debería ser inadmisible. Las estadísticas sobre violencia no se publicaban o, simplemente, no se recogían.
Solo cuando sobrevino la crisis de la década de 1990 salieron disparados a la superficie todos los defectos que no habíamos querido ver: la homofobia, el racismo, las desigualdades y la violencia de género, entre otras.
Una pionera en abordar este tema en Cuba es la socióloga y profesora universitaria Clotilde Proveyer. Para ella la violencia de género es la que se ejerce por motivos de género sobre quienes no aceptan las normas heterosexuales de dominación masculina. Es la que se comete contra las mujeres, las personas LGBTQ y contra cualquier conducta que se identifique con las construcciones culturales que transgreden los patrones de dominación masculina. Son igualmente objetos de esta violencia las personas heterosexuales que no admiten ninguno de los actos violentos de este tipo. Según la Dra. Proveyer la violencia de género está vinculada al patriarcado, porque legitima y defiende su poder y dominio e insiste que posee género, porque es machista. Esta aclaración de la Dra. Proveyer me permite ejemplificar cómo se manifiesta esta violencia en Cuba cuando los hombres exigen a las mujeres determinadas conductas en la relación de pareja, en la familia y en los ámbitos sociales porque consideran que ellas son de su propiedad. Todavía existen hombres que deciden cómo deben vestir las mujeres de su familia para no provocar a los otros machos. Asimismo, esta violencia de género es la que practican hombres y mujeres hacia las personas LGBTQ en las manifestaciones de “bullying” o acoso, cuando arremeten contra sus prácticas sexuales porque consideran que son “contra natura” y, lo que es más grave, cuando se comete la violencia física hasta llegar al homicidio. En Cuba calificamos esta violencia con los apelativos de sexista, machista y masculina.
Para que haya violencia de género tiene que existir un desequilibrio de poder entre la persona empoderada (principalmente el hombre o quienes asumen actitudes machistas) y la otra que se encuentra subordinada. Las reglas de este tipo de dominación son masculinas, que cobran vida en las leyes, en las religiones y en las costumbres. Sucede así en los países donde el aborto se prohíbe legalmente, generalmente bajo la influencia de ordenanzas religiosas y que forman parte de los hábitos de la vida cotidiana de las personas, ya sean aquellos asumidos de manera consciente o inconsciente.
Los estudios de la violencia de género en mi país confirman las tendencias globales que señalan a los hombres como los principales agresores y a las mujeres como sus víctimas; coinciden en que estos hechos aparecen en personas que pertenecen a diferentes clases sociales, razas, ocupaciones, niveles de escolaridad, zonas de residencia.
Las investigaciones cubanas asumen como válido el ciclo de la violencia de género, especialmente en los casos de las relaciones de pareja, cualesquiera que sean sus orientaciones sexuales e identidades genéricas. Este ciclo es el que comienza con la fase de las tensiones entre los miembros de la pareja, cuando surgen las discusiones, los distanciamientos, las agresiones psicológicas en que el elemento dominante (generalmente el hombre) le lanza a la parte dominada (la mujer) defectos que menoscaban la autoestima de esta última como: “¡Eres un desastre en la cama!”, “¡Estás vieja y fea!”, “¡No sabes cocinar!”. Las culpas por estas supuestas deficiencias que lastran las relaciones recaen únicamente sobre la parte dominada. Esta primera etapa desemboca en la segunda que consiste en las explosiones violentas, cuando el dominador descarga sobre su víctima las agresividades que acumuló en la primera fase, que se manifiestan en agresiones extremas de carácter físico y psicológico. Sobreviene el tercer paso de este ciclo violento, la llamada “luna de miel”, cuando el agresor justifica sus arrebatos, se torna cariñoso, se libera de sus culpas para recuperar a su víctima… para recomenzar este fatal curso. Las personas atrapadas en este ciclo no suelen tener conciencia de que este se repite, que se produce en forma de una espiral que se recrudece y se acorta cada vez más. Las personas maltratadas, en su mayoría mujeres, suelen elaborar medidas para sobrevivir en estos círculos dantescos que, desgraciadamente, no suelen funcionar. A medida que estos ciclos se agravan y se tornan más cortos, las mujeres pierden sus capacidades para actuar con vistas a salir de ellos, lo que las lleva a avergonzarse ante los demás, a aislarse y perder su autoestima.
¿Cómo desprenderse de este círculo violento? Quienes resulten maltratados tienen imperiosamente que comprender que estas repeticiones en espiral existen. Solo si las víctimas recuperan su autoestima estarán en condiciones de tomar las riendas de su vida y romper este curso perverso. Pero para asumir esta comprensión se requiere de una fortaleza psicológica muy fuerte o acudir a especialistas que le ayuden. Lo ideal es que en la sociedad en que vivan exista un sistema de organización política y social con el cual el Estado asegure que existan leyes e instituciones capaces de combatir realmente todo tipo de violencia, incluida la de género. Por otra parte, los medios de comunicación masiva deben convertirse en instrumentos para criticar las conductas violentas.
Una vez que esbocé las ideas principales para realizar los estudios de violencia de género, procedo a explicar cómo los científicos sociales han estudiado estos temas en Cuba.
Como dije, estas cuestiones solo empezaron a investigarse a inicios de la década de 1990 porque, hasta ese momento, era “algo” que no queríamos visibilizar ni en los medios de comunicación ni en las ciencias sociales, por considerarlo “privado”, “no relevante” y hasta “bochornoso reconocerlo en una sociedad que transitaba hacia el socialismo”. Hasta entonces ignoramos una de las características del enfoque de género que subraya la necesidad de remontarnos a la historia para entender los sucesos contemporáneos. ¿Cómo omitir que antes de 1959 la crónica roja era una sección imprescindible de la prensa radial e impresa porque aseguraba las audiencias? Incluso Joseíto Fernández, autor de la reconocida Guantanamera, introdujo esa melodía en sus programas radiales de los años 40 y 50 para relatar hechos violentos que generalmente sucedían en las relaciones amorosas.
Actualmente la violencia de género se estudia ampliamente en nuestro país. Ernesto Chávez Negrín resumió detalladamente en su capítulo del libro La violencia familiar en Cuba cómo este tema lo abordaron entre 1991 y 2010 los sociólogos, psicólogos, juristas, pedagogos, comunicadores, especialistas en artes y letras, y en las ciencias médicas, así como en las tesis de licenciatura, maestrías y doctorado. Señala Chávez Negrín que los estudios privilegiaron a la violencia contra las mujeres. En ellos se insiste que las personas involucradas en estas conductas atraviesan todas las ocupaciones, las clases sociales, los niveles educacionales, las edades, las razas. Añade que, como es común en los estudios globales, en estas actitudes influyen que las personas violentas vivieron su infancia y adolescencia en familias violentas, que estas conductas se practicaron en los primeros años de las uniones maritales y que las mujeres involucradas en estos actos tenían una autoestima baja. Durante estos años que abarca el análisis de Chávez Negrín, muchos sectores de la sociedad cubana no percibían que la violencia de género fuera un delito. No existía una figura jurídica dirigida a esta modalidad de violencia que fuera penada por los tribunales. Quienes acusaban a los victimarios tenían que acudir a los actos violentos definidos en el Código Penal, que no especificaban los de género. La mayoría de las mujeres/víctimas no denunciaban a sus parejas. Incluso, cuando muchos policías acudían a los lugares donde se cometían actos de violencia contra la mujer, intentaban apaciguar los ánimos de la pareja aconsejándoles que arreglaran privadamente los asuntos que provocaron los hechos para que no sufrieran la vergüenza de presentarse en la estación de la policía.
En el siguiente trabajo continuaré relatando cómo se estudia la violencia de género en Cuba y explicaré cuánto ha cambiado este panorama que les he descrito en la actualidad.