Manuel E. Yepe
En pocos años ha hecho metástasis en todos los continentes. Sus fervientes defensores y partidarios mal informados lo llaman populismo o nacionalismo. En Italia, Alemania o España de los años 1930, lo llamaron por su nombre: fascismo. Mussolini en Italia, Hitler en Alemania y Franco en España fueron tenores sanguinarios de la orquesta sinfónica del capitalismo. Cuando en 1945 Rusia y los aliados occidentales pusieron fin a la psicosis colectiva inducida por el fascismo, entre 68 y 80 millones de personas habían sido asesinadas en todo el mundo.
Así lo relata el periodista, analista y cineasta francés Gilbert Mercier, en un trabajo que publica el sitio web News Junkie Post dedicado al análisis de un sorprendente fenómeno político que se ha estado extendiendo por varios países del planeta para pavor y vergüenza de la humanidad.
“Los neofascistas se han envuelto en la bandera del populismo y el nacionalismo y han convencido falsamente a sus partidarios de que son los campeones de la lucha contra el globalismo, el elitismo y la corrupción del sistema político neoliberal. Sin embargo, son feroces defensores de la pelea de perros capitalista, y su abyecta explotación sistemática de los obreros. Apoyan con entusiasmo al complejo militar-industrial global, así como la explotación sin sentido de los recursos del capitalismo a través de la deforestación y la minería.
Para los neofascistas, al igual que para los capitalistas, la riqueza tiene que concentrarse en menos manos, y el dinero debe circular a través de las fronteras sin restricciones, aunque la gente común no puede hacerlo”.
Algunos de sus dirigentes, como Trump y Bolsonaro, fueron elegidos en gran medida sobre la falsa premisa y la noción racista de las guerras culturales y el choque de civilizaciones: la amenaza mítica de que, en un mundo ya multiétnico, los inmigrantes, los forasteros -a menudo con pieles más oscuras o con otra religión-, representan un peligro existencial para los países de acogida. Los neofascistas se han levantado construyendo muros mentales de odio en Europa y América. La proliferación mundial del neofascismo constituye una novedosa forma de globalización ideológica, y el capitalismo global cuenta con ello. Por ejemplo, una vez que se hizo evidente que Bolsonaro sería elegido presidente de Brasil, la bolsa de valores de ese país subió un 13% en dos semanas, mientras los principales mercados internacionales cayeron.
El asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, ya ha puesto en el punto de mira neofascista de su agenda a Venezuela, Cuba y Nicaragua, a los que llamó la “troika de la tiranía”. Bolton cuenta con Colombia y Brasil como nuevos cómplices regionales fascistas del imperialismo estadounidense para hacer cumplir una Doctrina Monroe resucitada.
En Estados Unidos y Brasil el voto evangélico cristiano fue un factor primordial en las elecciones de Trump y Bolsonaro. “Los fundamentalistas cristianos renacidos en Estados Unidos se concentran principalmente en los antiguos estados confederados del Sur en la Guerra Civil. Las comunidades fundamentalistas evangélicas rechazan en gran medida la evolución, el secularismo y la realidad de que el cambio climático es obra del hombre. Muchos en estas comunidades creen que Estados Unidos debería ser un estado cristiano. Estos fundamentalistas cristianos son el bloque de votación más confiable para Trump, tal como lo fueron para George W. Bush.
Grupos de reflexión fundamentalistas de extrema derecha bien financiados, como The Heritage Foundation, han estado moviendo los hilos desde principios de la década de 1970, en segundo plano.
Bolsonaro en Brasil fue criado como católico, pero se convirtió en evangélico, lo que podría interpretarse como un cálculo cínico en política. Fue el bloque de votación evangélico lo que le dio ventaja sobre su oponente durante las elecciones presidenciales de octubre de 2018.
El surgimiento del fascismo global ofrece una perspectiva más sombría para la supervivencia de la humanidad. Como Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, los neofascistas niegan el cambio climático. Este último podría diseñar una estrategia para el Amazonas, que se considera el pulmón de la tierra debido a su capacidad de absorber CO2. Los súper-ricos que controlan el capitalismo global darán carta blanca a sus sustitutos fascistas para que crezcan y usen un aparato militar-policial masivo para reprimir a los miles de millones de refugiados del cambio climático y a las víctimas del colapso ecológico.
A pesar de sus suposiciones -manejadas discretamente por el Pentágono- de que el cambio climático se está convirtiendo en un problema de seguridad nacional, el cambio climático será el juego final del capitalismo. Todo el oro y los diamantes del mundo no detendrán las tormentas ni protegerán la atmósfera de los rayos mortales de un Sol abrasador.
*Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO! como fuente.
(http://manuelyepe.wordpress.com)