Para impulsar las reformas en curso, Raúl Castro llamó a la incorporación de la intelectualidad, y más recientemente el presidente Díaz-Canel ha recabado la integración de la academia al perfeccionamiento del modelo económico. Favorecidos por los aires renovadores a escala universal, el actual presidente y su equipo pueden aspirar a un exitoso desempeño en esos ámbitos. Ante todo, obviamente, no tienen los hándicaps que Fidel y Raúl encararon.
Una de las cualidades de Fidel Castro fue su respeto por las ciencias y por los hombres de ciencias, llegando a ser uno de ellos, valores expresados en su persistencia por incorporar los criterios científicos, los avances tecnológicos y las innovaciones más audaces a todas las esferas del desarrollo, muy visible en ramas como la industria, la agricultura, la hidráulica, la ganadería, la producción de azúcar, la energía, las infraestructuras y otras.
Condicionados por las peculiaridades del sistema, en todos los casos Fidel obtuvo excelentes resultados, más rotundos en las políticas sociales, la medicina, la ingeniería genética y la biotecnología, donde pudo obviar las mediaciones doctrinarias y los dogmas, presentes en otras áreas de la economía.
Aunque en la práctica concreta a él corresponden innovaciones trascendentales, su proverbial creatividad no se expresó con la misma intensidad en los ámbitos relativos a la filosofía, la economía política y otras esferas asociadas al perfil ideológico de la sociedad. Se trataba de áreas que no implicaban urgencias y en las cuales predominaban los dogmas entonces vigentes, derivados de erróneas lecturas y conceptuados por la Unión Soviética como marxismo-leninismo, en los todo estaba dicho y sacralizados, y cualquier formulación innovadora era tildada como revisionista.
Debido a tales circunstancias, para innovar en esas esferas era preciso abrir una polémica teórica gigantesca, no solo interna sino externa y que podía conducir a una confrontación política, especialmente porque implicaba las bases y las esencias de la cultura y la práctica política soviética, generalizada en todos los países del socialismo real, empeño para el cual Fidel no estaba disponible y seguramente no lo juzgaba oportuno ni conveniente.
No obstante, en fecha tan temprana como los años sesenta y setenta el líder cubano, se rebeló contra el dogmatismo y criticó el predominio en la enseñanza de la teoría y la ideología revolucionaria de los manuales soviéticos cuyas tesis, filosóficas, en especial en el terreno de la economía política consideraba excesivamente simplificadas y erradas. Sus juicios de entonces recibieron amplia divulgación y pueden ser encontrados en la prensa de la época.
Un momento significativo de esa problemática llegó cuando, después del revés de la zafra azucarera programada para diez millones de toneladas en 1970, pese a que se produjeron más de ocho millones, lo que todavía constituye un record, en un contexto autocritico prevalecieron criterios que auspiciaban la homologación de la práctica económica, institucional, cultural e incluso política al modelo soviético. Por añadidura, en aquellos años Fidel fue absorbido por la conducción de la guerra en Angola.
No obstante, en los años ochenta, el erróneo funcionamiento del modelo económico copiado de la Unión Soviética en 1975, motivó su crítica y el desencadenamiento del Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas interrumpido por el inicio de la perestroika.
La socorrida afirmación de Lenin acerca de que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, continúa en lo esencial siendo pertinente si a esa teorización conciernen los aportes científicos, el despliegue de una mentalidad innovadora y el desarrollo de disciplinas como la economía política, la sociología y la politología.
No es posible reorientar la sociedad necesitada no solo de consignas sino, sobre todo, mediante programas de realizaciones reales, lo cual solo es posible mediante reflexiones maduras y decisiones audaces en el estilo de Fidel y de Raúl.