Jorge Gómez Barata
Ante la imposibilidad judicial de postular a su líder histórico, Luis Inacio Lula da Silva, según encuestas el preferido por alrededor del 30 por ciento del electorado, el Partido del Trabajo de Brasil (PT), nominó a Fernando Haddad, en cuya presentación se leyó una carta del expresidente que cumple prisión: “Quiero que todos los que hubieran votado por mí, voten por Fernando Haddad…De ahora en adelante él será Lula para millones de brasileños…” El propio candidato ha insistido en que representaba a Lula.
De hecho, estamos en presencia de un proyecto electoral por “persona interpuesta” ¿Funcionará?
Persona interpuesta es una categoría jurídica reconocida en algunos países y excluida en otros, según la cual se acepta (o se prohíbe) que alguna persona (natural o jurídica) abierta o clandestinamente, preste su nombre o su status a otro individuo o entidad en asuntos de naturaleza civil, política, e incluso penal. Los casos más frecuentes son las transacciones de negocios.
En política se recurre a esa figura para empoderar a alguna persona que física o legalmente no puede participar, como recientemente ocurrió en Catalunya cuando la joven Laura Sancho, al depositar su voto, declaró que en realidad era el de Carles Puigdemont, judicial y físicamente impedido de hacerlo. De la mesa le dijeron: “Si votas, votas tú, no Puigdemont…”
En algunos países, favorecido por el empleo masivo de la tecnología digital, es frecuente el robo y la suplantación de identidades, y en el ámbito de los negocios son recurrentes los casos de empresas que, para evadir el pago de deudas o impuestos se declaran en quiebra, y transfieren ciertos derechos u obligaciones a entidades fantasmas que gestionan cobros y pagos, por “persona interpuesta”.
Aunque pocas, existen referencias de personas que por dinero o afectos se declaran culpables de delitos que no han cometido, y cumplen penas de cárcel o pagan multas por persona interpuesta, y en la literatura abundan ficciones de este tipo. El hombre de la máscara de hierro, El príncipe y el mendigo (1881) de Mark Twain y El Conde de Montecristo (1844) de Alejandro Dumas, son algunas de ellas.
El caso de Brasil es diferente a todos los conocidos, y se trata de una respuesta inteligente y audaz de Lula y del Partido del Trabajo a la arbitrariedad judicial que impide al exmandatario ser candidato a la presidencia de la república. En esta oportunidad estamos en presencia de una maniobra política legítima, jurídicamente impecable, transparente, y con probabilidades de éxito, ante la cual la derecha que ejerce el poder de facto, nada puede hacer.
Está por ver cuantos partidarios de Lula transferirán su sufragio a Fernando Haddad cuya popularidad crece, y la intención de votos, según encuestas, se aproxima al treinta por ciento, porcentaje que le alcanzaría para forzar una segunda vuelta y, de aumentar, para ganar en primera instancia.
El peligro para la élite de la derecha, incluidos el parlamento, el poder judicial, y el mando militar son de tal magnitud, que puede hacerlos caer en pánico, circunstancias en las cuales pueden esperarse acciones extremas para descalificar a Haddad o neutralizarlo y, en caso de que se haga inminente una victoria del candidato interpuesto, no puede descartarse un pronunciamiento militar. El alto mando ha enseñado las uñas. El espectro de Pinochet ronda la escena. Allá nos vemos.