Pedro Díaz Arcia
¿Qué sabe Donald Trump sobre Cuba; sobre la historia de México o de América Latina? ¿Piensa que puede dirigirse a un país soberano como trata a un funcionario de tercera?
El 20 de mayo de este año, el presidente estadounidense, que no tiene la menor idea de lo que es la historia de nuestros pueblos, dirigió un mensaje a Cuba por el Día de la Independencia, que no es la fecha en que lo conmemoramos: “El pueblo cubano merece un gobierno que defienda los valores democráticos y promueva las libertades económicas y religiosas. Héroes como José Martí y Antonio Maceo lucharon hasta el último aliento para asegurar un gobierno digno del pueblo cubano, uno que proteja los derechos y la dignidad de sus ciudadanos. Juntos, continuamos luchando por una Cuba libre y democrática”.
Lo que no sabe Trump es que el Mayor General de nuestras guerras de independencia, Antonio Maceo, al preguntarle qué haría si Cuba fuera invadida por Estados Unidos respondió: “Sería la única forma en que combatiría junto a los españoles”. Sabía que si la emergente potencia imperial intervenía en el país lo convertiría en una neocolonia a su servicio.
El día 18 de mayo de 1895 José Martí, el Apóstol de nuestros anhelos libertarios, dirigió una carta inconclusa al mexicano Manuel Mercado, considerada su testamento político pues moriría en combate al día siguiente. En la primera frase de su misiva lo llama “Mi hermano queridísimo” y en el texto le dice: “…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
¿Quién aconsejaría a Trump hacer alusiones a Martí y a Maceo? Los mismos que apoyan las amenazas a México. La contienda electoral se acerca, pero más inmediato está el juicio político. Las graves amenazas contenidas en sus declaraciones respecto a considerar como organizaciones terroristas extranjeras a los carteles que operan en México, entre otras medidas, podría incluir operaciones militares en el país, con los consabidos “daños colaterales”, lo que es totalmente inaceptable.
Recordemos que en las intervenciones militares estadounidenses en países árabes, el Pentágono ha recurrido a decenas de miles de “agentes de seguridad”, simples mercenarios, emplantillados en agencias privadas para participar en acciones de combate, aunque prefieran disparar a mansalva contra la población civil.
Sobran testimonios y pruebas. ¿Nos olvidamos de las torturas y las aberraciones sexuales cometidas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib? ¿De aquellas fotos que en abril de 2004 estremecieron al mundo? Pirámides de presos desnudos, amarrados y atados como perros, se sucedían en las imágenes. Los abusos y torturas cometidos fueron calificados como uno de los capítulos más oscuros en la historia de Estados Unidos.
¿Es lo que quieren para nuestros países?
Pero México no es Irak, señor presidente Trump; ni Afganistán: ni Libia; ni Siria. Tampoco Bolivia cuyos mandos militares, al igual que en otros países de nuestra sufrida región, siguiendo órdenes de la CIA y de otras agencias de inteligencia con fachada a veces de Organizaciones No Gubernamentales se han lanzado contra la voluntad de sus pueblos situándose por encima de la ley para imponer gobierno serviles a las grandes corporaciones.
México, en voz de su presidente, Andrés Manuel López Obrador, dijo lapidario que no permitirá intervencionismo.
Ante las graves amenazas se debe privilegiar el diálogo en busca de una sensatez que no abunda en Washington. Mientras, creo que no es la hora de hurgar en la pinta que diferencia a unos de otros, sino la de potenciar la unidad de un pueblo fraguado en la lucha y que será el mejor bastión para su defensa.