Siempre tengo, como muchos, una sensación de preocupación más que de incertidumbre sobre las declaraciones del presidente Donald Trump; y sobre el influjo del Complejo Industrial Militar en la política exterior de Estados Unidos.
Un grano de muestra, en los momentos en que se produce un acercamiento entre Estados Unidos y China encaminado a buscar alternativas progresivas que solucionen o al menos reduzcan el daño que causa la guerra comercial desatada por Washington, el secretario de Defensa norteamericano, Mark Esper, deja caer un “jarro de agua helada” sobre la esperanza.
Al dirigirse el sábado al Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés) en Nueva York, Esper, afirmó que China está en la cima de sus prioridades, no sólo debido a la rápida modernización de sus Fuerzas Armadas, sino a los “descarados esfuerzos” por socavar los reclamos territoriales de sus vecinos.
El jefe del Pentágono, quien remarcó que la llamada región Indo-Pacífico es uno de los principales enclaves para su país, agregó que Pekín y Moscú violan la soberanía de Estados más pequeños e intentan minar las leyes internacionales en su beneficio. Resulta difícil aventurar la orientación de sus verdaderas relaciones.
La designación de Mark Esper como jefe del Pentágono, en julio de este año, representó un reforzamiento de la línea dura en solución de conflictos por medios militares; veterano de guerra y un consumado lobista, fue vicepresidente del área de relaciones gubernamentales de Raytheon, la mayor corporación industrial de defensa de la Unión Americana, con ganancias anuales cercanas a los 25.000 millones de dólares.
¿Qué tendrá en mente el ilustre personaje? Militarizar aún más a los aliados de Washington en cualquier lugar. En América Latina está reforzando los ejércitos de algunos países para garantizar la “seguridad hemisférica”; mientras mueve fichas para derrocar por cualquier vía a países independientes. En fin, un mercachifle.
Por otra parte, es interesante conocer las graves preocupaciones de Trump en este singular contexto. Cuando el Comité Judicial de la Cámara de Representantes debatía durante horas si debía elevar a la consideración del órgano legislativo artículos que justificaran el impeachment, en un desenfadado abandono de sus responsabilidades, el presidente se dedicaba a publicar 123 tuits para destacar extractos de videos de congresistas y expertos republicanos que rebatían el proceso condenatorio.
Aunque rompió su propio récord de 105 tuits en un día no logró salir ileso y el Comité concluyó presentar la decisión aprobatoria a la consideración del plenario de la Cámara de Representantes a partir de dos cargos: abuso de poder y obstrucción al Congreso. La mayoría demócrata debe aprobar el enjuiciamiento y trasladar la documentación al Senado que, como jurado, llevará el proceso.
Con independencia de la “Tuitemanía” que padece el mandatario y que su mayor producción surge cuando es atacado o necesita desviar la atención por situaciones críticas que lo acechan; Trump es un mentiroso en serie.
Según la base de datos “Fact Chequer” del diario estadounidense The Washington Post, que registra no solo las afirmaciones falsas y engañosas que emite el presidente desde sus primeros días en la Casa Blanca, sino que las repite: éste podría alcanzar la cifra de 15.000 noticias falsas (Fake News) esta semana. Ante un gobierno que se caracteriza por la ambivalencia y la mentira es aconsejable, si no la desconfianza, al menos la duda razonable.
Trump pasará a la historia de Estados Unidos como su peor gobernante; miembro del “selecto club” de presidentes juzgados políticamente; y como el más mentiroso en sus anales.