Zheger Hay Harb
En medio de la violencia, con saldo de 14 muertos y más de 250 heridos, se desarrolló la jornada de ayer en la que todos los participantes tuvieron actuaciones reprochables.
El concierto “por la paz y la democracia” alentaba el levantamiento militar y los cantantes, lamentándose por la miseria de la población en Venezuela, resultaban patéticos por no caer en la cuenta de que estaban en Cúcuta, ciudad con altos índices de pobreza, en la región del Catatumbo, una de las que más ha sufrido la guerra en Colombia por parte de todos los grupos armados, legales e ilegales. Por algo no lo hicieron en Maicao, ciudad también fronteriza de población indígena que ha visto morir a miles de sus niños por desnutrición. De eso no se dijo una sola palabra; no había que aguar la fiesta de los nuevos libertadores. ¿Esos niños no merecen su ayuda humanitaria?
La asistencia fue multitudinaria, lo cual no tiene mérito distinto que el de haber convocado a cantantes famosos a quienes nunca habían tenido oportunidad de ver en vivo los cucuteños. Cuando en 1999 se realizó un concierto en la zona de distensión en medio del proceso de paz, las comunidades viajaron a pie y en canoa por la selva amazónica para asistir y también ahí la asistencia fue copiosa. Y eso que era nada más una cantante nacional.
En la tarima acompañaban al ilegítimo Guaidó el presidente Duque con sus discursos primitivos de vivas a la democracia que cada día vapulea más en su país; y Piñera, que no representa nada, visiblemente afectado por alguna afección que le provocaba tics extraños, todos posando de adalides de la libertad. Pero eso no les alcanza para darle legitimidad. Un presidente solo es legítimo cuando resulta escogido en elecciones limpias de acuerdo con la ley. ¿o es que aquí estamos dispuestos a aceptar que el presidente del senado un día se proclame presidente de la República?
La llegada de Guaidó no fue ninguna odisea, mientras estaban cerrados los puentes la gente seguía movilizándose de un país a otro por trochas que nadie puede controlar y los indígenas de esas zonas, para quienes no existen fronteras, se consideran ciudadanos de ambos países y ayudan a pasar a quien se lo pida.
La prometida ayuda humanitaria no era más que una provocación para generar un alzamiento militar y hacer reaccionar a Maduro de la forma en que lo hizo. Por algo el Comité Internacional de la Cruz Roja, organismo que en todos los continentes se ha encargado de hacer llegar ayuda humanitaria, se negó a participar en la pantomima expresando que no había neutralidad ni independencia, que estaba orientada por adversarios de una de las partes y no se dirigía a paliar las necesidades de la población más necesitada.
¿Alguno de ellos pensó en algún momento que Maduro iba a dejar, con las manos cruzadas, que se desarrollara una acción orientada por Trump y dirigida por el jefe del Comando Sur de los Estados Unidos? Muchos colombianos nos sentimos avergonzados cuando vimos al comandante de nuestras fuerzas armadas actuando como amanuense de ese carnicero que ha llevado un reguero de sangre donde quiera que ha actuado.
Y del lado venezolano la actuación del Gobierno y la guardia nacional se limitó a acciones de fuerza. Maduro ha mandado ayuda humanitaria a varios países aquejados por tragedias en gesto de solidaridad y ni siquiera mencionó ese hecho para demostrar el caballo de troya que significaba la que ahora pretendían entrar a su país a la fuerza. Hubiera podido diseñar una estrategia política audaz y creativa para dar vuelta al sainete provocador, pero él no tiene esos alcances.
Ya sabemos que Maduro no es Chávez: no tiene ni su inteligencia, ni su carisma, ni su flexibilidad. Fallidamente trata de imitar sus salidas divertidas pero con hondo calado político, como en su discurso en la ONU cuando al ocupar el podio después de Bush dijo “aquí estuvo el diablo, todavía huele a azufre”. Cuando le fracasó el golpe de Estado en 1992, dijo: “Lamentablemente, por ahora, los objetivos no fueron logrados”, se dedicó a crear una base política y 7 años después de presentó a elecciones y las ganó limpiamente.
Durante la presidencia de Uribe, un derechista extremo, el comandante venezolano no dudó en ofrecerse para posibilitar la liberación de secuestrados. El fracaso de ese acercamiento es atribuible a Uribe y su intemperancia. Cuando Juan Manuel Santos fue elegido presidente, él, que había sido su adversario, vislumbró las posibilidades que le ofrecía la colaboración con su vecino y se convirtió en su aliado especialmente en el proceso de paz. Pero su sucesor, pese a que heredó el papel en la paz colombiana, no fue nunca capaz de ver la importancia de acercarse a un presidente de centro cuando era evidente que las fuerzas de derecha en este país y en América Latina en general iban escalando posiciones.
Ya en la coyuntura de la agresión mediante la tal ayuda humanitaria, acudió solo a la guardia y a los colectivos chavistas les dio un papel meramente de choque y confrontación cuando ha podido diseñar una estrategia política para confrontar la agresión y voltearla en su favor.
Solo al final, cuando ya los camiones con la supuesta ayuda estaban siendo incinerados, dio Maduro señales de que podía haber otras opciones: “yo se las compro”, dijo. Por supuesto, nadie podía pensar que estuviera dispuesto a comprarla pero, aunque en lenguaje retador, fue la única expresión no guerrerista en todo este trance que lleva varios meses. Desde luego que Duque es un títere de Uribe, entregado a Estados Unidos de una manera tan ignominiosa que nos ha llenado de vergüenza, pero en Colombia hay una oposición activa y una franja política de centro a la que hubiera podido recurrir y nunca ha buscado el menor acercamiento.
Antes de esta jornada, el decir popular era que aquí, como en Venezuela, teníamos dos presidentes porque Uribe es el verdadero dueño del poder, pero ahora que Guaidó se nos quedó tenemos tres. Cosas de la democracia criolla.