BUCAREST, Rumanía, 1 de junio (ACI/EFE/AFP).- El Papa Francisco pidió hoy transformar “los viejos y actuales rencores” en Rumanía en “nuevas oportunidades de comunión”, durante la misa que ofició en el santuario mariano de Sumuleu-Ciuc, uno de los más importantes para la minoría católica.
En su segundo día de viaje a Rumanía, Francisco lanzó un mensaje de unión entre las distintas identidades sociales y religiosas del país, de mayoría ortodoxa, y acudió a la región de Transilvania, donde se concentra gran parte de los católicos y rumanos húngaros.
En una explanada próxima al santuario, el Pontífice les recordó en su homilía que la peregrinación al templo representa a un pueblo “cuya riqueza son sus mil rostros, culturas, lenguas y tradiciones”.
Por esa razón pidió: “No nos dejemos robar la fraternidad por las voces y las heridas que alimentan la división y fragmentación”.
“Los complejos y tristes acontecimientos del pasado no se deben olvidar o negar, pero tampoco pueden constituir un obstáculo o un motivo para impedir una anhelada convivencia fraterna”, señaló.
Francisco sostuvo que “peregrinar significa sentirse convocados e impulsados a caminar juntos pidiéndole al Señor la gracia de transformar viejos y actuales rencores y desconfianzas en nuevas oportunidades para la comunión”.
Así como “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de no tener miedo a mezclarnos, encontrarnos y ayudarnos”.
“Es el compromiso de luchar para que los rezagados de ayer, sean los protagonistas del mañana, y los protagonistas de hoy no se vuelvan los rezagados del mañana. Lo cual requiere el trabajo artesanal de tejer juntos el futuro”, defendió el Papa.
“Por eso estamos aquí para decir juntos: Madre enséñanos a hilvanar el futuro”, proclamó desde el corazón de Rumanía, un país en el que la minoría católica sufrió la persecución del régimen comunista y las tensiones con la mayoritaria Iglesia ortodoxa.
A la misa asistieron la primera ministra rumana, Viorica Dancila, y el presidente de Hungría, János Áder, dada la gran presencia de rumanos de etnia húngara en Transilvania, que perteneció al Imperio Astro-húngaro hasta su desintegración tras la I Guerra Mundial.
El santuario mariano de Sumuleu-Ciuc, al pie de los Cárpatos, de estilo barroco y situado en un monasterio franciscano, es una meta histórica de peregrinaje para los católicos de etnia y lengua húngara de Rumanía y de otros países.
Francisco donó a la talla de madera de la Virgen del santuario la “Rosa de Oro” que los Papas entregan en sus peregrinaciones marianas: se trata de un jarrón con el escudo pontificio del que salen dos rosas en oro de 24 quilates y con sus pétalos en resina.
Francisco llegó al lugar en papamóvil, saludando a los miles de fieles que le esperaban, y después de un largo viaje desde Bucarest, primero en avión y después en coche hasta Sumuleu-Ciuc, pues las adversas condiciones climáticas impidieron el uso del helicóptero.
Es la primera vez que un Papa acude a la región de Transilvania, pues Juan Pablo II finalmente no acudió en su histórico viaje a Rumanía hace exactamente 20 años, en 1999.
Tras la misa, el Papa argentino abandonó el santuario y acudió a la casa diocesana de la cercana ciudad de Miercurea Ciuc, gestionada por Caritas y dedicada al arzobispo Jakab Antal, fallecido en 1993 y que pasó 13 años encarcelado por el régimen comunista y sometido a trabajos forzados en una mina de plomo.
En la casa diocesana, Francisco saludó a algunos colaboradores con sus familias y bendijo a un grupo de personas con discapacidad, y tras almorzar, puso rumbo a la ciudad de Iasi, en la Moldavia rumana (nordeste), donde concluyó la jornada con un encuentro con los jóvenes.
Abuelitos católicos y sus 11 hijos dan testimonio de fe
Durante el encuentro mariano con la juventud y las familias en Iasi, Francisco escuchó el testimonio de un matrimonio católico y sus 11 hijos; de estos últimos, siete decidieron contraer matrimonio y cuatro optaron por la vida religiosa.
El matrimonio conformado por Elisabetta y Ioan proviene de un pequeño pueblo en las afueras de la provincia de Iasi, donde, señalaron, “la pequeña comunidad católica vive en armonía y respeto con los miembros de la comunidad ortodoxa”.
“No vinimos solos, sino junto con nuestros 11 hijos: siete de ellos eligieron formar una familia y cuatro eligieron el camino de la consagración al Señor: dos sacerdotes y dos monjas. Algunos de ellos vinieron del extranjero para estar aquí: desde Bélgica, desde Italia, pero también desde más allá del río Prut, desde la República de Moldova”, contó Elisabetta al Papa.