Adriana Robreño
Hace dos años esta periodista sobrevoló la región en los alrededores del río Amazonas. Desde lo alto del avión de la Fuerza Armada Brasileña donde viajaba se percibían grandes círculos donde en vez del verde usual del área predominaba el color carmelita. Esa era una pequeña muestra del avance de la deforestación que ahora llega a cifras alarmantes y hoy acapara los titulares de la prensa internacional.
La bella y exuberante floresta amazónica, regulador ambiental imprescindible para sostener la vida en el planeta, lleva casi un mes con focos de incendios y poco o nada ha hecho el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro para detener esa situación, incluso algunos lo apuntan como responsable de un desastre que ya provoca hasta conflictos diplomáticos entre países europeos y Brasil, cuyo gobierno se da el lujo de pensar en rechazar ayuda financiera para sofocar el fuego que pone en peligro el ecosistema.
En las redes, en las calles, no se habla de otra cosa. “Mientras todo esto ocurre quien también se quema es el propio Bolsonaro”, dice un internauta que tiene toda la razón. A lo interno, la reacción tardía y errónea del mandatario lo perjudica y contribuye a disminuir aún más su popularidad, que en los últimos seis meses decreció a un 40 por ciento, según indican encuestas recientes.
A la sequía típica de esta época del año se suman las acciones del jefe del Ejecutivo y su ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles. Fueron ellos los artífices del desmonte de los frágiles mecanismos de fiscalización y control ambiental que propiciaron las actividades ilícitas de deforestación. Disminuir el presupuesto de instituciones destinadas a vigilar y preservar la floresta fue el catalizador de la situación en la que hoy se encuentra la Amazonía.
“Los problemas de deforestación y quema en el Amazonas son de larga data, pero el empeoramiento de esta situación en 2019 es un resultado directo del comportamiento del Gobierno de Jair Bolsonaro”, señaló la red brasileña de organizaciones no gubernamentales (ONGs).
Esa zona tiene un papel crucial en la absorción de dióxido de carbono, factor importantísimo para atenuar los efectos del calentamiento global y para la cotidianidad brasileña. A partir de ahora es muy probable que se altere el régimen de lluvias en América del Sur, el Sudeste brasileño puede tener mayores períodos de sequía y por consiguiente una crisis hídrica. Además la producción agrícola nacional se verá afectada.
La imagen de Brasil ante el mundo ha quedado manchada como nunca antes en la historia. La comunidad internacional está movilizada y se ha sensibilizado con el tema porque, aunque la Amazonia es brasileña y de los demás países que la abarcan, al mismo tiempo es un bien de la humanidad que tiene el derecho de exigir su preservación. Eso Bolsonaro no lo entiende y le puede costar caro.