Manuel E. Yepe
“El acoso económico de Washington erosionará su poder” es el vaticinio que formulan Henry Farrell y Abraham Newman, profesores respectivamente de Ciencias Políticas y Asuntos Internacionales en la Universidad estadounidense George Washington. Para sustanciar ese vaticinio, en un trabajo publicado conjuntamente por ellos en la revista Foreign Affaires a raíz de que el Parlamento iraquí aprobó una moción a favor de la expulsión de las fuerzas militares estadounidenses de su país a inicios de enero.
La respuesta de la administración de Donald Trump había sido contundente y rápida. Se había negado a retirarse y, además, amenazó con represalias financieras, entre ellas una que congelaría las cuentas de Irak en la Reserva Federal de Estados Unidos.
La amenaza se concretó, agravando la herida que Irak aún tienen fresca en su recuerdo del ataque del avión estadounidense teledirigido que mató el 3 de enero último a un alto comandante iraní cuando el funcionario de la nación persa realizaba una visita oficial en Bagdad, la capital de Irak.
El primer ministro Adel Abdul-Mahdi declaró que su gobierno provisional carecía de autoridad para presionar por una retirada estadounidense y las tropas estadounidenses reanudaron las operaciones conjuntas con sus homólogos iraquíes.
Pero esa sensación de normalidad se mostró engañosa. Las fuerzas de EE.UU., que habían entrado en el país por invitación del gobierno iraquí para ayudar en la lucha contra el Estado Islámico, o ISIS. Al negarse a retirarlas, la administración Trump estaba convirtiendo una relación de elección en una de coerción e, igual de alarmante, Washington lo hace amenazando con matar de hambre a su supuesto aliado, un paso que podría desencadenar una crisis financiera en Irak, tal vez incluso un colapso económico.
El dominio de Washington sobre la economía iraquí es un ejemplo extremo de otra tendencia más amplia y preocupante: la de que con frecuencia cada vez mayor, Estados Unidos utiliza su papel privilegiado de custodio del sistema financiero mundial para coaccionar y castigar a quienes se oponen a sus métodos, ya sean amigos o enemigos. Lentamente ha usurpado un sistema destinado a proporcionar beneficios al mundo en general y ha hecho de él un instrumento para sus propios objetivos geopolíticos.
Al convertir las relaciones financieras en herramienta imperial, Estados Unidos sigue los pasos de Atenas en la antigüedad, lo que no es un buen augurio para Washington. Atenas usó su poder financiero para abusar de sus aliados y al hacerlo precipitó su propia ruina.
Estados Unidos se arriesga a hacer lo mismo y tener igual destino.
Aunque los funcionarios iraquíes reaccionaron ofendidos por el ataque de un avión teledirigido estadounidense que mató a un alto comandante iraní en Bagdad el 3 de enero, el primer ministro Mahdi había dicho que su gobierno provisional carecía de autoridad para presionar por una retirada estadounidense, y las tropas estadounidenses habían reanudado operaciones conjuntas con sus homólogos iraquíes ignorando la decisión oficial de Irak.
Pero esa sensación de normalidad es engañosa. Las fuerzas de ocupación estadounidense habían intervenido en Irak por invitación del gobierno iraquí para ayudar a Irak en la lucha contra el Estado Islámico o ISIS. Al negarse ahora a retirarlas, la administración Trump visibiliza el carácter coercitivo de aquella supuesta ayuda, para convertir una correspondencia de elección en una de coerción. Igual de alarmante, Washington amenaza con matar de hambre al aliado iraquí, un paso que podría desencadenar una crisis financiera en Irak, tal vez incluso un colapso económico.
Se haría más que evidente que el dominio de Washington sobre la economía iraquí es apenas un ejemplo extremo de una tendencia más amplia y preocupante porque, cada vez más a menudo, Estados Unidos utiliza su papel privilegiado de custodio del sistema financiero mundial para coaccionar y castigar a quienes se oponen a sus métodos, ya sean amigos o enemigos. Lentamente ha usurpado un sistema que se supone destinado a proporcionar beneficios al mundo en general y ha hecho de él un instrumento para sus propios objetivos geopolíticos.
Al igual que Atenas en la antigüedad, Estados Unidos y sus aliados han creado una especie de tesoro compartido: el sistema financiero mundial y los complejos acuerdos institucionales que lo sustentan. Entre ellos se encuentran la red de mensajería financiera SWIFT, el sistema de compensación del dólar y la voluntad de la Reserva Federal de Estados Unidos de proporcionar liquidez internacional en tiempos de crisis. Se supone que, juntos, estos acuerdos permiten a los estados administrar su riqueza con niveles de coordinación y una seguridad sin precedentes que Washington se caracteriza por irrespetar, concluyen Henry Farrell y Abraham Newman en su estudio.
(http://manuelyepe.wordpress.com)
(*) Este artículo se puede reproducir citando al periódico POR ESTO! como fuente.