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Llegó la hora de fomentar la cultura del encuentro

Por Marina MenéndezFotos: Lisbet Goenaga(Especial para Por Esto!)

LA HABANA, Cuba.- Imágenes poco usuales en la TV y alocuciones poco escuchadas en la radio se han transmitido durante esta Semana Santa en Cuba, en medio del llamado de las autoridades sanitarias y los funcionarios públicos a evitar las calles y las aglomeraciones.

Poder participar, desde casa, de las misas celebradas por tan importante fecha eclesial, ha sido una alegría para miles de fieles cubanos y una petición de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que agradeció la respuesta positiva de las autoridades de la Isla.

Así, las distintas arquidiócesis existentes en el país han hecho llegar su palabra a todo quien la necesitara incluyendo la SANTA Misa de este domingo.

Igual ha ocurrido en muchas partes del mundo. Desde la homilía ofrecida por el Sumo Pontífice Francisco en el Vaticano, hasta los sermones de prelados de otros países y regiones como Yucatán, en nuestro querido México:

liturgias que rememoran el camino de Jesús a la cruz sin fieles en las iglesias, pero con millones de seres siguiendo cada salmo y cada oración gracias a la tecnología, que también ayuda a evitar la pandemia.

El hecho, ciertamente, no tiene antecedentes en estas fechas de abril en un país de formación laica como Cuba, y puede entenderse como otra evidencia del interés del Estado porque todos quienes lo desearan pudieran estar «presentes», y contribuir de ese modo a fomentar la esperanza entre los creyentes, en un momento tan grave para la humanidad como el que ha desatado el Covid-19.

Tampoco es un hecho enteramente nuevo, ni fortuito. Llega precedido por las visitas a Cuba del papa Juan Pablo II, el Benedicto XVI y luego Francisco, cuyas misas llegaron a toda la ciudadanía, gracias a la televisión.

Esos acontecimientos, a su vez, fueron corolario de una labor de acercamiento entre el Estado cubano y las distintas iglesias, que inició Fidel Castro en abril de 1990 con su primer encuentro con líderes del Consejo Ecuménico de Cuba, y que se siguió abriendo paso después, cuando todas las religiones, y no solo la católica, repensaron su relación con la Revolución Cubana, al tiempo que disfrutaron con más amplitud de un espacio reclamado por buena parte de la sociedad. Ahora se están cumpliendo 30 años de aquella cita.

Fue muy hermoso que, al ofrecer sus sermones de esta semana, los arzobispos cubanos también reconocieran la labor del personal médico de la Isla que sigue en primera línea contra el virus, dentro y fuera del país, y les dieran a los galenos, de ese modo, sus bendiciones.

Lo anónimo tiene rostros

Fray Manuel Uña Fernández, es español pero tiene más de 20 años oficiando y guiando a su rebaño en una iglesia capitalina a la que llegó en uno de los peores momentos vividos por la Isla: la crisis conocida como periodo especial. Conoce al país y a su gente.

Aunque ahora no cumple su misión directamente desde el púlpito, sino en otras labores donde puede aportar sus conocimientos teológicos y la experiencia adquirida de su relación con los cubanos, el padre de la Orden de Predicadores sigue con el oído y el corazón apegado a quienes lo necesitan.

«Cuando la Iglesia está presente en los medios de comunicación, refleja ese camino hacia el progreso y la salvación humana de la que nos habló Pablo VI en el decreto conciliar Inter Mirifica», comenta cuando Por Esto! le pregunta su parecer sobre esta Semana Santa en la Isla.

«Comunicar para la Iglesia no es una opción. Es una misión. Y ante la pandemia que nos sacude, nuestros pastores, sacerdotes, religiosos y fieles laicos han tomado muy en serio esta responsabilidad.

«Simplemente, llegó la hora, nuestra hora para fomentar entre todos la cultura del encuentro, una sociedad de todos y para el bien de todos».

— ¿Cree que la crisis causada por el COVID-19 dejará lecciones al mundo?

«Prefiero considerar la pandemia como “un evento formativo”, como la calificara recientemente David Grossman en el diario israelí Haaretzení. Es un tiempo donde palpamos la crudeza de la cruz, y el dolor siempre es aleccionador porque nos hace más humanos, más conscientes de nuestra propia fragilidad: “Todos iguales, todos necesitados”.

«Quizás no es la imagen adecuada ver al coronavirus como un maestro desde su cátedra dándonos lecciones, lo imagino más como un “tamiz” que ha zarandeado de aquí para allá las bases sobre las que se asienta la sociedad, la economía, la política y cada persona. (...)

«El “después” no sabemos qué nos traerá pero, ciertamente, en el “ahora” emerge como nunca la capacidad del ser humano de dar la vida por otro, de cuidarnos mutuamente.

«Con emoción he visto noticias de sacerdotes que ofrecen su vida capaces de irradiar paz en medio del dolor y tocar corazones que se dicen ateos, de tantos sanitarios, personal de servicio y de transporte, fuerzas de seguridad, médicos y personal de enfermería que parten hacia otros continentes para aportar un granito de arena a esta crisis que ya es de todos. Lo anónimo ha recobrado rostros y nuestra fe sale fortalecida. Una vez más, nos damos cuenta que es el amor el que salva.

— ¿Sabrá la humanidad aprovechar lo vivido ahora?

«No puedo predecir el futuro...tampoco quisiera percibir al mundo como un ente abstracto... Pero estoy seguro de que al final de este “invierno” muchas personas terminarán siendo mejores, le habrán dedicado más tiempo a sus familias, se habrán cuestionado sobre el sentido de la vida y las bases sobre las que asientan su identidad. Se habrán preguntado hasta qué punto su fe toca la vida y la hace más humana, más arriesgada, más valiente.

Ojalá la inseguridad común a la que todos estamos abocados, más que a desesperarnos, nos anime a intuir horizontes, a formular acciones concretas que posibiliten un futuro mejor. Pero nada de eso se improvisa, no hay que esperar “a que pase”. Comencemos ahora y decidamos con la generosidad del corazón común que nos une a todos a ser “cómplices de la esperanza”. Esa esperanza que emerge en los gestos sencillos y anónimos, conscientes de que “quien salva un alma, una persona, salva el universo entero”.

— Lo que ocurre, ¿le hace evocar algún otro momento similar vivido por la humanidad?

«Desde la plaga de Atenas en el año 430 a. C, hasta el Covid-19 en el siglo XXI, más de 20 pandemias han puesto en riesgo la supervivencia humana. Cuatro de las más mortíferas han sido la peste negra, la viruela, la gripe española y el VIH/sida.

«El más reciente ha sido el SIDA, en 1981, y como en otros momentos nos podemos dar cuenta que el mundo se encarga de agrietarnos, de llenarnos de fisuras, y es allí donde reside para nosotros un crisol de posibilidades (…) Mientras llega la “vacuna” no nos hagamos inmunes al dolor de nuestro mundo, escrutemos los signos que esconde la realidad y seamos positivos, “científicamente positivos”; no ilusos pero sí atrevidos para convertirnos en agentes de la resurrección, de aquellos que saben correr a prisa, diferenciar entre “muerte y vida” y comunicar la gracia de una alegría que no pasa.

«No pasa porque nace de la experiencia del habernos quedado en casa, en nuestra propia casa y en la casa común con la que partir de ahora todos nos sentiremos comprometidos.

«El Creador no nos abandona, no lo abandonemos nosotros; sintamos que nuestra vocación humana nos invita a optar por una ecología integral que haga de nuestro planeta el hogar de todos.

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