Adriana Robreño
Sin dudas, Brasil es uno de los países del mundo que peor ha manejado la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2. Así lo evidencian las cifras: más de 50 mil muertos por Covid-19 y los contagiados superan el millón de personas.
Sin embargo, la epidemia no es el único problema de la nación suramericana, un país que vive hoy en medio de cuatro crisis diferentes y relacionadas entre sí, todas con final incierto: la sanitaria, la política, la institucional y la económica.
En estos momentos el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, tiene varias preocupaciones en su cabeza principalmente debido a la guerra no declarada hacia instituciones democráticas como el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal (STF).
Uno de sus desasosiegos se debe a la detención de Fabricio Queiroz, exasesor de uno de sus hijos, el senador Falvio Bolsonaro, acusado de desviar salarios de funcionarios.
A eso se suma que el gobernante despidió la semana pasada al ministro de Educación, Abraham Weintraub, quien protagonizó innumerables escándalos políticos y de mala gestión, pero que era un agresivo defensor del mandatario. Con esa acción Bolsonaro pretende dar a entender que pide una tregua al STF, el cual impone un cerco judicial al jefe de Estado ultraderechista y a sus hijos.
El máximo órgano judicial de Brasil avanza también en investigaciones que involucran a empresarios, legisladores y blogueros bolsonaristas acusados de difundir noticias falsas en las redes con el objetivo de promover ataques hacia la corte y sus magistrados, así como hacia otras instituciones representativas de la democracia.
Además, aún se mantienen en la palestra la guerra de versiones entre el mandatario y el exministro de Justicia Sergio Moro, quien acusó al gobernante de interferir en el trabajo de la Policía Federal para impedir investigaciones contra a sus hijos.
En cuanto a las instituciones también hay otras trifulcas. Desde que comenzó la pandemia tres ministros de salud han pasado por el cargo. Dos de ellos renunciaron por discrepar con el presidente ultraderechista sobre el combate a la enfermedad y, desde mediados de mayo, asumió el general Eduardo Pazuello, un militar sin experiencia en el área que hasta ahora no ha demostrado poder controlar la propagación del coronavirus porque, según los analistas, su única función es no contradecir a su jefe, o sea, a Bolsonaro.
Mientras gobiernos locales y municipalidades determinan el aislamiento, el presidente hace declaraciones que van en el sentido opuesto. Esa falta de diálogo profundiza también tensiones hacia el interior del propio gabinete.
El presidente, Jair Bolsonaro, desde el comienzo minimizó las consecuencias de la enfermedad, a la que llamó de “gripecita”. Incluso, impulsó a la población continuar en las calles y de esta manera priorizó los intereses económicos y productivos por encima de la salud de la población. No obstante, el gigante suramericano, como muchas otras naciones del orbe, enfrenta una de las peores recesiones de su historia mientras se propaga la epidemia.