Ejército juvenil “desechable” al servicio del narco
MONTERREY, Nuevo León, 19 de agosto.- Desde hace poco más de cinco años los jóvenes de las grandes urbes de México se han convertido en “carne de cañón” de las grandes organizaciones del crimen organizado que han reclutado a miles de muchachos para engrosar sus filas.
Muchas historias con trágicos desenlaces se han entretejido alrededor de este hecho. Podríamos decir que en medio de la mayor crisis de inseguridad que afronta México, las nuevas generaciones crecieron en ambientes caracterizados por la pobreza y el miedo, en los que las bandas del crimen organizado se dieron a la tarea de reclutar niños y jóvenes hacía el interior de los grupos para ensanchar sus dominios en las grandes ciudades, casos especiales los encontramos en el norte de México y en estados como Morelos, Guerrero y otros ubicados en la costa del Golfo de México.
Aunque los jóvenes no nacen dentro de un grupo criminal, el hecho de la vinculación descansa en una característica de las nuevas generaciones, a la que llamamos “gratificación postergada”, que no es más que la presión que ejerce la sociedad sobre la juventud y que prolonga la incursión de los jóvenes en los canales lícitos para incorporarse al sistema productivo. Por lo anterior, las masas juveniles permanecen en un periodo de espera, principalmente los jóvenes que en cierta medida tienen una preparación académica. Aquellos que no están a la espera, son precisamente los que no estudian ni trabajan y que encuentran en la delincuencia organizada un medio para lograr sus metas, pues es ahí donde acceden a grandes sumas de dinero.
Con este panorama, de lograr hacer mucho en tan poco tiempo, hecho contrario a lo que llamamos “gratificación postergada”, miles de menores de edad engrosan las filas del narcotráfico con el objetivo de ganar fuertes sumas de dinero a corto plazo, lo que contrasta con los jóvenes escolarizados que, bien podemos decirlo, calientan la banca en espera de su incorporación al sistema.
Tijuana, Mexicali, Monterrey, Saltillo, Torreón, Ciudad Juárez son sólo algunos ejemplos del involucramiento de los jóvenes dentro de las redes del crimen, de hecho los menores son el rostro más visible del ejército de personas que trabajan en las bandas criminales.
Los barrios de origen de estas enormes masas juveniles se caracterizan por ser lugares con una amplia tradición delincuencial, en el caso de Nuevo León, son aquellas comunidades como la zona sur y el sector norponiente de Monterrey, puntos del sur y oriente de Guadalupe y algunas colonias de Santa Catarina, Apodaca y Escobedo.
Estos lugares, con una alta incidencia de pandillas juveniles, se convirtieron en un caldo de cultivo, donde la “chaviza” aprendió a sobrevivir en un ambiente hostil, con las agresiones de sus jóvenes rivales, además de la violencia simbólica del poder a través de la brutalidad policial y la ausencia de políticas públicas; todo es el pan de cada día, una losa pesada sobre los hombros de las nuevas generaciones.
“En este periodo crítico de transición entre la infancia y la edad adulta, el individuo trata de ganar su autonomía. Es falso afirmar que la necesidad esencial del adolescente es la libertad, o que su rasgo predominante es el espíritu de oposición o rebelión”. En este proceso de lucha por la autonomía el joven encuentra en sus iguales el medio de afrontar los peligros de la jungla urbana.
Socialización “gandalla”
Ante los embates violentos del estado, la violencia familiar y del medio barrial, el proceso de socialización, por la urgencia de sobrevivir en ese ambiente hostil, se orienta hacia satisfacciones inmediatas, a este tipo de socialización la denominamos “gandallismo”, es decir, conseguir el mejor provecho sin invertir mucho tiempo y esfuerzo, en otras palabras, se trata del placer sin culpa, cuyo fin es obtener la autonomía de la familia y ostentar el poder en su barrio, antropológicamente entendido como su territorio.
Al vivir en medio de una tremenda escasez las masas juveniles responden con creaciones culturales y asumen cierto tipo de patrones de comportamiento que en gran medida son una respuesta a las condiciones en las que se encuentran.
Podríamos hablar de que en estos barrios existe una forma de cultura parental en términos antropológicos que se convierte en pauta establecida y que es una especie de patrón de comportamiento aprehendido por los jóvenes dentro de su proceso de socialización. Entendemos por cultura parental, siguiendo a Carles Feixa, las grandes redes culturales, definidas fundamentalmente por identidades étnicas y de clase, en el seno de las cuales se desarrollan las culturas juveniles, que constituyen subconjuntos.
No se limita a la relación directa entre ‘padres’ e ‘hijos’, sino a un conjunto más amplio de interacciones cotidianas entre miembros de generaciones diferentes, en el seno de la familia, la escuela local, las redes de amistad, las entidades asociativas, etc. Mediante la socialización primaria, el joven interioriza elementos culturales básicos que luego utiliza en la elaboración de estilos de vida propios.
El espejo de producción cultural, en términos de Jean Baudrillard, se reproduce constantemente y forma parte de una línea en una especie de espejo que refleja patrones culturales emanados de los modos de conducta de los adultos en sus barrios originales.
En este sentido, retomamos algunos postulados de la Escuela de Birmingham para explicar la complejidad de las conductas de los jóvenes que han conformado toda una cultura ligada a las actividades delincuenciales.
La vida de quienes engrosarán las filas de los grupos criminales se caracteriza por un ambiente familiar con problemas y por una miseria que los obliga a la inmediatez, donde el futuro es incierto y predomina una socialización que por regla obliga a sacar el mayor provecho con el menor esfuerzo.
Con este tipo de modo de socializar, las subculturas criminales echan sus raíces en las barriadas populares y ante la “expulsión” de los niños y jóvenes de los canales establecidos para ascender en la pirámide social, la delincuencia se convierte en una opción para incorporar a las nuevas generaciones como parte activa de las funciones ilícitas.
La pandilla como grupo social se constituye en una organización que detenta su supremacía en un territorio determinado y en gran medida es una toma de poder, idóneo para las actividades relacionadas al narcotráfico.
Con la tremenda crisis que afecta a las masas juveniles, “el narco”, entendido como un estilo de vida, se convierte en una ventana de oportunidad para el subproletario urbano juvenil. Entendemos por subproletariado aquella capa social que surge en las grandes ciudades como consecuencia de la explosión demográfica, el desempleo y la marginación y está situada por debajo del proletariado.
La telaraña del narco es próspera en la medida en que las instituciones sociales en México han expulsado a las nuevas generaciones y es el narco o la delincuencia como forma de vida, la que ha venido a llenar esos espacios vacíos.
Ejército juvenil “desechable” al servicio del narco
Aunque sus facciones aún son de niños ya forman parte de la estructura del crimen organizado en algunas ciudades de México, como es el caso de Monterrey. Se trata de los nuevos sicarios, aquellos que pasan a engrosar las filas de la delincuencia organizada a pesar de ser menores de edad. Participan en delitos relacionados con vigilancia, venta al menudeo y homicidio de paga. Mueren a causa de la guerra que sostienen con los grupos contrarios y en los enfrentamientos con las fuerzas castrenses. Son los desechables, muchachos sustituidos de manera inmediata al ser abatidos por otros cada vez más jóvenes.
Investigaciones de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) calculan que por lo menos 30 mil menores han sido reclutados por las organizaciones criminales en los últimos años en las áreas de actividades de la delincuencia organizada, ya sea en el tráfico de droga, venta de piratería, extorsión, redes de corrupción y asesinatos.
El informe detalla la manera en cómo los menores desde el mismo momento en que son reclutados comienzan una carrera delictiva muy corta cuyo tiempo puede oscilar entre los 10 y los 8 años.
La investigación de la Redim encontró que los menores entre los 9 y 10 años de edad empiezan a ser reclutados como informantes. Posteriormente, a los 12, una vez que conocen los movimientos y la estructura de las organizaciones, se les usa como vigilantes en las casas de seguridad donde mantienen a los secuestrados. Ya con un previo entrenamiento, entre los 14 y 16 años se “gradúan” como sicarios o bien como encargados de una “tiendita” de droga.
A nivel nacional no hay cifras oficiales, sin embargo, de acuerdo a especialistas, la manera en como son reclutados varía de acuerdo a la zona del país, al igual que los sueldos y las edades.
La seducción del poder, a través de la droga y las armas
En el norte de México las pandillas tal vez sean el sector mayormente vulnerable de involucrarse al crimen organizado. “Aunque no hay que generalizar, los grupos criminales reclutan menores pero no a todos los pandilleros, sino más bien a los que les son más útiles y de ahí van seleccionado y les atribuyen funciones especiales”, comenta José Antonio Pérez Islas, investigador de la UNAM.
“Ser parte del narcotráfico puede llegar a ser una opción tentadora cuando se combinan la oportunidades para el éxito y una forma de vida que a una edad temprana les permite acceder al consumo de drogas y la posesión de armas”, menciona Pérez Islas.
Sobre el involucramiento de los menores en las acciones del crimen organizado, la Redim afirma con preocupación que el narcotráfico está teniendo un impacto cultural sobre jóvenes, niños y niñas al grado de que la identidad se ha ido transformando en el hecho de aspirar a ser un líder del grupo criminal y con ello exaltar las acciones de los criminales y llegar a imitarlos.
José Manuel Valenzuela Arce, investigador del Colegio de la Frontera Norte, menciona que los sueldos de estos muchachos pueden llegar a los $12 mil pesos mensuales.
Para Valenzuela Arce la participación de jóvenes en el narcomundo se debe a una estrategia de sobrevivencia, pero también es un dispositivo de poder, de solvencia y de control.