Síguenos

Última hora

Cuba enfrenta apagones de hasta 20 horas al día por crisis energética

Opinión

Con el frío aire del cambio

Jorge Lara Rivera

Por la mañana los noticiarios dieron cuenta con azoro de que, hasta la madrugada del 12 de diciembre, la fiesta popular en honor de María de Coatlaxopeuh (que se pronuncia ‘Cuatlasupe’ y por esa ¿paronimia?, ¿homofonía? la españolización ‘Guadalupe’), la antigua Tonantzin había reunido ¡6 millones! de personas, peregrinos de largos días y cansados caminos y visitantes en su Basílica, rebasando la expectativas (a partir de los 4 millones del año pasado). Tal incredulidad parece decir que la gente acude a ella desesperada por el clima de violencia y delito imperante. Pero también porque los números contradicen con realidad cálculos profesionales ¿O será porque esta vez no los hizo el INEpto botín de tecnócratas racistas como Lorenzo Córdova Vianey, ni el INEGIninteligible de Luis Ernesto Derbez Bautista y sus calcas enquistadas en ese avispero desde el calderonato.

Eso sin contar los festejos en los distintos paisajes y rincones de la Patria.

Lo cierto es que para esta efeméride en Yucatán ha tocado de toda nuestra variedad: nublazón rojiza con calor, lluvia y humedad que cala los huesos, frío nublado o una noche despejada pero bien helada a eso de las 3:15 de la madrugada por el camino a San Cristóbal, el santuario mariano yucateco por antonomasia, aunque entre calles silenciosas y prolijas de luz.

(Y es que al afirmarse la noche, tras el crepúsculo las casas lucían su iluminación engalanadas con banderines e imágenes de la Guadalupana. Pero a lo largo del día pasaban grupos de personas acompañadas de tambores o de música sacra grabada, ciclistas abanderados en la camisa y con la Enseña Patria flameando en sus vehículos, y con la Virgen, en bulto, atada a la espalda.

Desde las 10 de la noche del 11 se habían hecho escuchar los petardos dando cierre a rezos y misas en domicilios y templos por los distintos rumbos de la urbe. Y no cesaron ni en la mañana temprana ni en la noche mariana. Hubo que vencer la pereza y abrigarse a toda prisa pero antes de las 3:07 en el camino uno recuerda tantas veces de la mano de su madre o su padre, imposible resistir la oleada de afecto que llega con el aire frío).

Arribar en la madrugada a San Cristóbal tiene sus ventajas: poco tránsito, lugar donde estacionar, vigilancia visible, manos generosas que ofrecen arroz con leche y tamales a los antorchistas que desfallecen y están felices. Más allá del atrio juegos mecánicos y puestos de antojitos del país esperan al viandante. Entrar al templo en el momento preciso en que cantan los artistas que dedican su don a honrar a la Virgen Morena, símbolo de unidad de nuestra Patria en las horas más aciagas y de esperanza para días felices. El coro proveniente de toda la feligresía reunida que a esas altas horas y con tal heladez conserva el ánimo de fiesta o el fervor de su poderosa fe, cura de soledades y hace sentir a uno parte de algo más grande.

Pensándolo bien, el laicismo es bonito: deja a cada cual que a su particular manera disfrute respetuosamente del convite de todos en una casa abierta a los demás, como en una reunión de familia vasta presidida por la dulces y desafiantes palabras de ‘la Mujer que viene de la región de los cactus como un águila de fuego’, Nuestra Venerable, fuente que dimana ánimo recobrado: “¿No estoy Yo aquí que soy tu Madre?” ¡Arriba Mexicanos!

Siguiente noticia

La Llave Maestra para el Cambio