Carlos Francisco Chablé Mendoza
Historias que se cuentan cuando se abre el corazón
A Yoya y Lupe, con admiración y cariño…
La gente cambia al contar sus historias, cuando las vive, cuando las hace sin saberlo. Se da cuenta de su importancia a veces por casualidad, y decide compartirlas. Todos somos un baúl inmenso lleno de sueños, frustraciones, victorias, anhelos, finalmente todas éstas son historias que muchas veces nos dan mucho trabajo contar.
Alguien me dijo, no hace mucho, si no sería mejor escribirlas y compartirlas, así las historias, los cuentos, relatos propios podrían interesar no sólo a quienes amamos, sino también a los demás y contribuir de alguna manera en la construcción de una relación justa, respetuosa y equitativa entre las personas.
Tiene razón. Somos muchos baúles ambulantes, parece que tenemos ruedas que nos llevan de un lugar a otro, muchas veces sin rumbo definido. Cuando llegamos a declives o cuesta arriba, entramos en una especie de hundimiento en el primer caso y de ahogamiento en el segundo. Si no externamos lo que sentimos se nos hincha el corazón muchas veces por el dolor y otras pocas por la enorme, inmensa alegría acumulada que no sabemos compartir.
Yoya, mi madre, más que baúl es un verdadero tesoro de sabiduría. Tardé en conocerla y apreciar su maestría única para contar, pero creo que la conocí a tiempo, no ocurrió lo mismo con papá Pox, él se fue sin poder enseñarme todas las hojas de un gran libro, su vida llena de experiencias. Las que pudo compartir conmigo marcaron mi vida e hicieron sentir orgullo de mi origen y linaje. Pero de este otro ser especial hablaremos luego, no hay orden de importancia para hacerlo les aseguro, igual lo quise y nunca lo olvido. Regresando a Yoya, debo decirles que se parece mucho a mí, parecemos malhumorados, de pocos amigos. Quienes nos conocen poco, o no han intentado tratarnos, pensarán que somos poco amistosos, “de pocas pulgas”. La historia que les contaré es una pequeña muestra de lo que somos: seres que aman, sin rencor y hasta resultamos “adorables” para algunos, exagero, tal vez para muchas y muchos.
Me lo contó más o menos así y por cierto que al terminar pronunció: “Estas son las historias o cuentos que vale la pena escribir”. Va pues.
Para iniciar les diré que el personaje principal en esta historia contada por mi madre es Lupe. Llegó a casa muy maltratada por la vida y no pudo escoger mejor lugar para establecer su laboriosidad, misma que perfeccionó con el cariño hacia su benefactora y sobre todo con el que prodigó al hijo de ésta, un nene enamoradizo que lloró y mucho, cuando Lupe partió a continuar su vida tal vez feliz.
Ella había salido huyendo de su pueblo luego de hacer justicia por mano propia. Venía de muy lejos, de una comunidad maya aledaña a las posesiones ganaderas del oriente de Yucatán. Hablaba muy poco español. Tuvo motivos irrebatibles para definir sentencia y ejecutar el castigo a sus agresores. La joven era víctima de la violencia que aplicaban en su contra el marido y la familia de éste por el único “pecado” de no poder embarazarse y tener hijos.
Acogida en casa, dotada de una muda de ropa por una vecina solidaria a petición de Yoya, Lupe la joven maya inició su experiencia como “doméstica”. Pronto se incorporó a la familia y se ganó el cariño de todos, porque soportarnos a mi hermana y a mí, ayudar a mami que desde que tengo memoria es la mejor modista del mundo, creo que fue algo prodigioso.
Así pasó un buen tiempo, nada sabíamos de la historia de Lupe en su pueblo hasta que un día, un tipo sospechoso llegó preguntando por una mujer. Segura como siempre ha sido, Yoya le preguntó quién era él y por qué preguntaba precisamente en mi casa. Resultó que el mal encarado era judicial y tenía la descripción de Lupe como acusada de intento de homicidio y quería llevársela detenida, por supuesto que mi madre no lo permitió, lo mando amablemente por un tubo pidiéndole que regresara cuando el “jefe de familia” estuviera en casa. Escondida tras una cortina, Lupe escuchó todo, al desaparecer el agente salió y le dijo a mamá que era verdad lo que escuchó y contó su triste experiencia con su pareja y la familia de éste. Cansada de los malos tratos, palizas, ofensas, etc., un día decidió poner un alto: tomó una leña y los madreó, al marido y los que estaban cerca, dejándolos tendidos y lamiéndose los golpes, y Lupe, que en verdad no se llamaba así, no quería más que defenderse y voló en busca de su libertad, así llegó a nuestra casita de la Industrial.
Para no hacer largo el cuento, con la intervención de mi padre y unos contactos que lo asesoraron, el asunto se resolvió, la protagonista del hecho siguió en casa y todos contentos. Un día de ésos se presentó una mujer humilde preguntado por Lupe, resultó ser su ex suegra que fue a rogarle que fuera a ver a su ex marido que moribundo, debido a alguna enfermedad, estaba hospitalizado en el O’Horán, pero aquélla se negó. Yoya, al ver la manera suplicante de la exsuegra, la convenció para que fuera. –Anda no seas mala, llévale un regalito y ya estuvo. Al día siguiente salió muy temprano, dijo luego que compró unas frutas para obsequiarle. Considerando la distancia y la visita al hospital, debió tardar pero no fue así. Lupe regresó pronto a casa, seria y con pocas ganas de decir algo. – ¡Que rápido!, le dijo Yoya, ¿qué pasó? —Cuando llegué ya se había muerto el perro, —fue la tranquila respuesta.
Nadie le reprochó algo, al cabo del tiempo no sólo mejoró sus expresiones en español sino que la apreciamos más, sobre todo yo. Hasta que alguien se enamoró de ella y ella también, se despidió muy agradecida de nosotros, y se fue de casa dejando un pequeño vacío en mi corazón.
Me dijo Yoya hace unos días, que décadas después se encontraron de casualidad por la plaza grande, que Lupe era una mujer madura, feliz y con nietos.
Comparto estas líneas porque creo que pueden interesarles y ser útil para fortalecer la lucha por el respeto a los derechos de las mujeres y contra la violencia hacia ellas, es un compromiso que estoy seguro también comparto con muchas. Ante la creciente ola de feminicidios en la península de Yucatán, considero pertinente compartir ésta y otras historias de vida que nos hagan mejores, y no sume a más hombres y mujeres en este lento proceso en el que procuramos anular el machismo, sepultar el patriarcado y profundizar en eso que llaman “nuevas masculinidades”. Chen leló. Tak tu jel k’íin.