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Opinión

Como Cuba

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A Sisely y Jesús.Por su empecinamiento en hacer de MORENA una fuerza transformadora.

Uno de los mantras más repetidos durante la pasada campaña electoral fue que, de ganar la elección López Obrador, México estaría en vías de convertirse en otra Cuba. Esto, para muchos, no sólo a la derecha sino a la izquierda, no resulta para nada un horizonte alentador. Pensar en Cuba sigue remitiendo a grandes dificultades económicas, tarjetas de racionamiento, y restricciones a bienes de consumo que, aún para muchos mexicanos desfavorecidos económicamente, son parte de la cotidianidad, como tener internet en los celulares. Bien pensadas las cosas, sin embargo, habría que valorar qué tan malo sería calcar a Cuba en otras cosas.

Había que ir cambiando las distancias,

sembrar de letras todo nuestro horizonte

para poder matar a la miseria

con el arma de guerra del lápiz, compañero

El 1o. de enero de 1961, justo dos años después del triunfo de la Revolución, Cuba, gobierno de barbudos a la cabeza, se lanzó a una campaña nacional de alfabetización. Con la participación de más de un cuarto de millón de brigadistas, casi el 3% de la población, a lo largo de doce meses, el analfabetismo -personas de 15 años o más que no saben leer ni escribir- se desplomó para pasar de más del 25 al 3.9%. El legendario esfuerzo concluyó, el 22 de diciembre, declarando Fidel Castro a la isla Territorio libre de analfabetismo. Dieciséis años después, Noel Nicola, de la Nueva trova, rememoraba la campaña con una canción, Con las letras, la luz.

Patria, mira tus hijos, ¡cómo van!míralos subir cuestas, cruzar ríos, ¡cómo van!míralos ensancharse el sentimiento, ¡cómo van!¡Se hacen maestros y adonde haya que ir, se van!

La alfabetización general de muy amplios segmentos de población cubana hasta entonces marginados de la educación formal fue mucho más que un logro técnico. Se trató, por una parte, de un éxito igualador sin precedentes y en tiempo récord, que alentaba la esperanza de una sociedad justa y, por la otra, de un cambio radical en la manera como Cuba se valoraba a sí misma, rompiendo con la autoimagen por décadas alimentada desde dentro y desde fuera en la que se veía siempre a la saga y en inferioridad del en aquel entonces país de aspiración inalcanzable, los Estado Unidos.

Fueron cien mil palomas mensajeras.Fueron cien mil faroles en la noche.Fueron cien mil que enseñandoaprendieron a amar aún másel verdadero valor de su bandera. ¿Tenemos hoy, en México, algo que aprender de aquella triunfante insensatez colectiva, propuesta por un Che Guevara, además argentino y no demasiado afecto al baño? Creo que sí.

Andrés Manuel López Obrador se ha comprometido a la contratación de 2.6 millones de jóvenes para trabajar como aprendices en empresas privadas, con el fin de capacitarlos en diversos oficios y así dotarlos de mayores posibilidades de obtener un empleo. Entrados a los detalles, su futura secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, en un video que circula en redes sociales, explica que, dentro del programa Jóvenes construyendo el futuro, de ese total, 300,000 serán becados para estudiar, en tanto que los restantes 2’300,000 se insertarán directamente en actividades productivas del sector privado. El plan me resulta ambivalente.

Por un lado, encuentro muy correcto emplear, con cargo al erario, a esta enorme cantidad de personas, hoy desocupadas. El Estado tiene un papel que cumplir en la economía, y una intervención de esta naturaleza podría incrementar, de un día para otro, los niveles de empleo del país, en beneficio de quienes hoy no disponen de un ingreso propio. Por el otro, me resulta francamente molesto que este esfuerzo vaya aparejado a un subsidio en mano de obra a los dueños del dinero, que además multiplicarán el valor de esa subvención con el producto del trabajo de los jóvenes contratados. No puedo, por cierto, dejar de notar que los principales potenciales beneficiarios de la medida, los empresarios, no expresan en este caso sus interminables reclamos en contra de los subsidios y de la injerencia del gobierno en la economía.

Tengo dos objeciones principales al proyecto:

1. Se trata de tomar $120,000 millones anuales de impuestos pagados por todos, incluidos los más pobres que, aunque no paguen ISR, sí pagan el IVA y el IETU en sus consumos, y regalárselo a los más ricos, los empresarios, vía fuerza de trabajo para que, además de no pagarla, les genere aún mayor riqueza. Tomar de los pobres para darle a los ricos, la clásica política Hood Robin de Salinas.

2. Aumentar la oferta no aumenta la demanda. Tampoco la de trabajo. Incrementar la disponibilidad de personas capacitadas no genera empleo, como es evidente con los cientos de miles de profesionales desempleados que hay en el país. Lo único que genera el aumento de oferta ante una demanda estable es la disminución del precio. Es decir, el resultado de tener más jóvenes capacitados será la disminución de salarios en los puestos que requieran esa capacitación, no el aumento de empleos.

Pongo por ejemplo mi empresa. Cada temporada de encuestas, un año de cada tres, contratamos varios aprendices. Si el gobierno nos los paga, no vamos a contratar más, simplemente vamos a ver reducido nuestro pago global de nómina y vamos a ganar más. Paralelamente, la existencia de más personal capacitado para encuestar no va a generar que ni nosotros, ni nadie, vendamos más encuestas, por lo que no contrataremos más personas. Finalmente, los puestos que no ocupen los aprendices serán menos, pero los antiguos oferentes de trabajo permanecerán en el mismo número, aproximadamente. Con menos puestos y el mismo número de solicitantes de empleo podríamos pagarles menos –la inmensa mayoría de los empresarios así lo hará– pues el riesgo para los trabajadores de quedar desocupados será mayor. Estricta Ley de la oferta y la demanda. Esto nos generaría una nueva ganancia adicional. Para mí, empresario, buenas noticias, para los trabajadores, muy mala. En conjunto, con la disminución del precio del trabajo de los encuestadores, las empresas adquirirían el mismo volumen de mano de obra que en el pasado inmediato, transfiriendo para ello al trabajo una cantidad menor de dinero. Es decir, lejos de modificar la distribución de la nueva riqueza en favor de los trabajadores lo haría en su perjuicio.

En los términos planteados, el programa resulta fiscal y económicamente regresivo.

Sin embargo, existen alternativas. Si se han de contratar, pagándoles del presupuesto de la federación, a 2.3 millones de jóvenes (a los restantes 300,000 me parece un acierto que se les beque para estudiar), lo socialmente pertinente es que su trabajo se dedique a actividades que beneficien directamente a los más desfavorecidos por 36 años de neoliberalismo y más. Replicar directamente la campaña cubana sólo sería parcialmente posible, pues si bien en los años 70’s al analfabetismo mexicano se elevaba por encima del 20%, el día de hoy es del 4.4%. Esto significa que nuestro punto de partida sería casi el mismo que el de arribo de los cubanos. Una extensa campaña de alfabetización, de cualquier manera, sería necesaria para disminuir esa cifra. Tras casi sesenta años de la del país caribeño, su analfabetismo ha colapsado al 0.2%, de acuerdo con el Banco Mundial. Por este camino se superaría la gran barrera que aún a ese nivel representa y se podría avanzar a otras metas, pues, según el INEGI el analfabetismo “limita el crecimiento de las personas y afecta su entorno familiar, restringe el acceso a los beneficios del desarrollo y obstaculiza el goce de otros derechos humanos. Saber leer y escribir es un logro, pero no es suficiente. Por ello, la alfabetización debe ir más allá de sólo enseñar a leer y escribir; tiene que procurar, en términos generales, proporcionar herramientas y valores para un mejor desempeño en la sociedad”.

Dentro de estas herramientas, en el México contemporáneo, se encuentra sin duda la capacidad de utilizar la tecnología digital. Dado que uno de los objetivos del próximo gobierno es el de ampliar la cobertura de internet a todo el país, es casi evidente que hoy la réplica mexicana de aquella campaña de 1961 sería la plena alfabetización literal y digital de la población. Y no creo que encontremos a nadie mejor que 2.3 millones de jóvenes, todos ellos nativos digitales, para realizar la titánica labor. Desde luego, ésta no es la única opción, pues un ejército del 2% de la población puede impactar positivamente en la capacitación para muy diversas actividades, desde el campo de la salud, hasta el de la organización social. Un esfuerzo de este tipo no sólo significaría que los recursos recaudados vía los impuestos pagados por todos, también los más ricos, se entregaran como beneficios directos y duraderos a los más pobres, sino que transformaría también la manera como estas nuevas generaciones se relacionan con su país y consigo mismas, reconociéndose como constructoras efectivas de su futuro.

En más de un sentido, la hazaña cubana –que desde 1961 adquiriría para toda la izquierda latinoamericana el carácter de evidencia imbatible de que la desigualdad es un lastre superable– cambió la manera de verse de un pueblo, pues elevó de golpe las posibilidades de realizar un mejor futuro.

Fueron cien mil, ganaron la partida, cargaron sus mochilas de una conciencia nueva.

Esa conciencia nueva de la que hoy estamos urgidos para construir un México también nuevo.

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