Jorge Alberto Canto Alcocer
En una hora y lugar muy inusual para ellos –las primeras horas del día, en el Palacio Nacional, corazón del Centro Histórico de la capital del país–, AMLO reunió a varios de los hombres más poderosos, influyentes y conservadores de México, algunos de ellos abiertamente contrarios a su figura y a su política, para anunciar un ambicioso programa de inversiones, fundamentalmente privadas, en infraestructura. Ahí estaban el líder de los banqueros, el líder de los empresarios más conservadores y Carlos Slim, el capitalista número uno de México. Al término del acto, todo fueron felicitaciones, sonrisas, abrazos y augurios de un enorme éxito. La oposición de derecha se quedó boba y sólo atinó a descalificar, obviamente sin argumentos. Desde la izquierda, el anuncio y, sobre todo, los nombres involucrados, han generado confusión y desconcierto, si bien algunos “puristas”, que generalmente en realidad son esquiroles o quinta columnistas, pronuncien a los cuatro vientos radicales anatemas contra la “traición” al pueblo.
A fin de analizar el hecho, me parece que, por principio de cuentas, tenemos que entender el contexto de lo que es, sin duda, un giro en la política económica del presidente, una estrategia concreta ante una serie de condiciones específicas. Como el avezado estratega beisbolero que es, AMLO está reaccionando a una coyuntura compleja, modificando su plan de juego, profundizando algunas acciones e incluyendo otras probablemente no consideradas inicialmente. Lo que es indudable es que Alfonso Romo, su operador económico, se ha apuntado, de momento, un auténtico “grand slam” –el batazo más productivo del béisbol-, si bien aún estamos en el primer tercio de un partido a nueve entradas.
Dejemos bien sentado algo: pese a toda la propaganda sucia que así lo señalaba, AMLO JAMAS planteó una confrontación con los capitalistas mexicanos. NUNCA, ni en los tiempos más duros de las protestas por el fraude electoral del 2006, López Obrador ha confrontado el sistema económico ni a sus actores hegemónicos. Más bien han sido ellos, los oligarcas, los que lo han atacado de manera agresiva, desmedida e injustificada, ante lo cual el tabasqueño se ha defendido con prudencia. Lo que ha sido planteado como eje de la Cuarta Transformación ha sido abandonar el modelo neoliberal –NO el sistema capitalista–, así como sus peores excesos, sus más abyectos agravios y, por supuesto, las consecuencias que de ellos se derivan.
Pero aún este objetivo ha tenido que ser matizado sobre la marcha. ¿Por qué? No han sido, sin duda, peccata minuta, sino situaciones de mucho peso, las que han impulsado la profundización de la alianza con el sector más poderoso de la oligarquía nacional. Desde nuestro punto de vista, las siguientes son las más trascendentes: en primer término, el problema de la inseguridad, o, mejor dicho, el enorme poder de los grupos criminales, que no ha podido ser desarticulado desde ningún punto de vista. Estas organizaciones continúan manejando la producción y trasiego de drogas, la trata de personas, el secuestro y el cobro de derecho de piso, entre otras actividades, así como el uso de violencia extrema para el logro de sus fines y la protección de sus territorios. Su existencia y operación, como se ha demostrado hasta el cansancio, forma parte de la estrategia del Imperialismo norteamericano para mantener de rodillas a los gobiernos latinoamericanos, por lo que su combate y erradicación es extraordinariamente complejo y difícil. Sin resultados palpables, el tema continúa siendo de importancia fundamental para la sociedad y para el gobierno.
Otro ámbito toral, en el que los resultados no han sido los esperados, es el administrativo. De acuerdo con las evidencias, lo que el equipo de AMLO encontró fue muchísimo peor de lo que imaginado, y la cadena de corrupción, desviación de recursos, simulación y estafa es tan impresionante como difícil de manejar. Al no conocerse la magnitud y características de la fuga, el presidente dio la orden de cerrar el flujo, la liquidez, lo que llevó a situaciones terribles, como el desabasto de medicamentos del IMSS y del ISSSTE, o la falta de pago a proveedores y de becas y apoyos a beneficiarios. Este flujo apenas y está regularizándose, pero el impacto a la economía ya se sintió, y de manera rotunda, al producirse el crecimiento cero y la declaración de recesión fáctica en la que nos encontramos.
Justo el impacto mediático de esa declaratoria, consideramos, fue una de las gotas que derramaron el vaso e hicieron urgente el espectacular acuerdo con los capitanes de la oligarquía. AMLO y su equipo económico saben que esa presunta recesión, no atribuida a factores reales, es consecuencia precisamente de los reacomodos y las presiones ante las nuevas prácticas gubernamentales, por lo que es pasajera y superficial, pero hubiera sido materia para muchos ataques y previsiones catastrofistas, algo que ha sido detenido en seco precisamente por las declaraciones de los líderes oligárquicos en la rueda de prensa.
Un último tema NO es el menor: lo sucedido en Bolivia seguramente pesó y con fuerza en la nueva estrategia obradorista. Para nadie es un secreto que los grupos más poderosos de la oligarquía boliviana, en connivencia con los Halcones de Washington, levantaron las protestas contra Evo y quebraron, con dólares, la lealtad del Ejército. Los últimos acontecimientos intervencionistas, con la amenaza de Trump de declarar terroristas –es decir, “blancos legítimos”– a los grupos criminales mexicanos, son graves, como ya había advertido anticipadamente el canciller Ebrard. Ante un panorama amenazante, AMLO ha cambiado la estrategia y trocado las lanzas en cañas, por el momento.