Hugo Carbajal Aguilar
Los Estados Unidos presumen en todos los ámbitos sus hipócritas y farisaicas creencias religiosas. Sus billetes –In God We Trust, se lee- circulan con la leyenda de esa su creencia; sus juicios en la Corte inician exigiendo al presunto culpable jurar con una mano posada en la Biblia; acuden con frecuencia a los servicios religiosos. Justamente, como profetizó Simón Bolívar, se comprenden como el país destinado a plagar de miserias a la América entera. Y, también lo poetizó-profetizó Rubén Darío: Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor.
Si hubiera una pizca de racionalidad en el debate político, aquél que tiene que ver con la asunción y manutención del poder, todos aquellos justificadores del capitalismo globalizado deberían considerarse absolutamente equivocados… y derrotados. Algunos hasta suplican por un golpe de Estado en México, como Sergio Sarmiento. Y súmele usted a: Pascal Beltrán del Río, Ricardo Alemán (muy cuate de Genaro García Luna), Loret, los panistas Fox, Marco Cortés, Mariana Gómez, Calderón… Su gurú más relevante Mario Vargas Llosa –con toda su sapiencia magistral literaria y cultural– aún todavía no se percata de sus absurdas, ilógicas e irracionales declaraciones, auténticos disparates que pretenden argumentar en favor de este régimen de explotación, mentira y criminalidad conocido como capitalismo o neoliberalismo.
Podríamos ver, con ojos límpidos de lagañas ideologizadas, las consecuencias socioeconómicas, evidencias concretas en la vida de los pueblos. Estos nuestros pueblos maldecidos por la riqueza de nuestros recursos naturales.
Bolivia posee el 70% o más del litio que existe en el mundo, un mineral necesario para toda clase de baterías para computadoras, automóviles, celulares.
Ecuador y Venezuela tienen más que suficiente petróleo para abastecer a muchos otros países. Y fruta, sólo Ecuador tiene a un multimillonario enriquecido por la exportación del plátano que quiso ser también presidente y perdió con Rafael Correa.
Paraguay exporta carne y tiene –en las cataratas de Iguazú– la fuente de agua dulce más impresionante de América.
Chile, su riqueza marina y sus minas de cobre.
Argentina con su todavía plata, su petróleo, su riqueza mineral y marina.
Brasil y su impresionante selva amazónica, plena de maderas preciosas, de riquezas naturales, agua, caucho, minas.
¿Y México? Otro nuestro poeta, López Velarde, lo dijo: El niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo.
Nuestra Amerindia es la Caperucita del bosque, la Cenicienta lavaplatos, la niña más hermosa de la fiesta cuya belleza la hace víctima de los abusadores.
África tiene también una ensangrentada historia que contar. Sin estos continentes –africano y amerindio– no podrían explicarse la riqueza y el poderío de los países dominantes. Italia y su Roma imperial que incendió y destrozó Cartago, la ciudad más floreciente del norte de África. Francia, que tiene con Haití –sólo por poner un ejemplo– una deuda histórica en razón de la cual le debería entregar una compensación vitalicia. Bélgica, que tenía su Congo en África. Inglaterra, la pérfida Albión, adueñada de la India y de países africanos y hasta de las Malvinas en América del Sur. En fin, todos esos países que han esclavizado y ensangrentado a nuestros pueblos utilizando la prédica religiosa para embotar los sentidos.
¿Cómo explicar a la soldadesca de Fulgencio Batista en Cuba, a la guardia nacional somocista de Nicaragua, a los cobardes asesinos del Batallón Atlácatl de El Salvador, a los kaibiles guatemaltecos, a la manada militar pinochetista de Chile, a los de la Operación Cóndor de Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil y Chile…? ¿Cómo explicarles que ellos han masacrado a sus propios pueblos creyendo que lo han hecho bendecidos por sus cómplices de sus iglesias y de los Mass Media?
Han sembrado el hambre, la enfermedad y la muerte. Como consigna han defendido la convicción de matar a los pobres, desaparecer a los indígenas, hombres, mujeres y niños y, con ellos, a todos aquellos que estén de su lado, que se comprometan con su suerte y su destino como el P. Ignacio Ellacuría y sus compañeros sacerdotes masacrados, como el Obispo Romero y tantos otros cuya vida es testimonio de su fe.
A propósito de toda esta parafernalia criminal, léase el breve texto de Noam Chomsky “Lo que realmente quiere el Tío Sam”, donde describe escenas plenas de crueldad, como aquélla en la que una campesina llega a su casita sólo para encontrar a su familia sentada sosteniendo con sus manos cada uno su propia cabeza colocada sobre la mesa. A un niño al que no pudieron sujetar bien le clavaron sus manecitas sobre su propia cabeza. A tal grado ha llegado la saña de estos enfermos y trastornados criminales. El Obispo Oscar Arnulfo Romero, en su denuncia por las atrocidades cometidas contra el pueblo salvadoreño, exclamó: “Les exijo, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”
Y como se cuestionaban los participantes del Sínodo: ¿dónde nos ubicamos?, ¿al lado de quién estamos?, ¿qué perspectiva asumimos?, ¿cómo trasmitimos la dimensión política y ética de nuestra palabra de fe y vida?
¿Qué hacer? Cito al P. Miguel Concha: Así puede resumirse el legado de Ellacuría. Hacerse cargo de la realidad (momento noético), cargar con la realidad (momento ético) y encargarse de ella (momento práxico). Lo que significa reconocer las injusticias del mundo a través del análisis, asumirlas como inaceptables y hacer algo para cambiarlas.
Monseñor Romero, también enriqueció esto: “Me alegro, dijo, de que todas aquellas organizaciones que buscan con sinceridad la transformación de la sociedad, que buscan un orden justo, reconozcan la sinceridad con que trato de servir a mi diócesis… me comprometí a apoyar todo lo justo de sus reivindicaciones y a denunciar cualquier intento por destruirlas…
“… creo en la verdadera necesidad de que el pueblo salvadoreño se organice porque creo que las organizaciones de masas son las fuerzas sociales que van a empujar, que van a presionar, que van a lograr una sociedad auténtica con justicia social y libertad… son necesarias para el proceso de liberación y no pueden perder de vista su razón de ser: fuerza social para el bien del pueblo… hay que evitar el fanatismo y el sectarismo que impiden el diálogo…
“…en la política, mi papel es el de pastor, orientar, señalar objetivos más eficientes… un servicio que la Iglesia ofrece, es decir, señalar los posibles errores e injusticias.
“El bien común tenemos que salvarlo entre todos”. Prensa Latina, entrevista. 15 de febrero de 1980.