León García Soler
A la mitad del foro
Mañana lunes rinde Andrés Manuel López Obrador su primer informe. Si ha de ser este “el año cero” de la Cuarta Transformación, podrían cambiar de inmediato el calendario de la nueva era y adoptar algo así como el del Comité de Salvación Pública en la Revolución Francesa. Del Terror ni hablamos. Ya hubo votación unánime en el Senado de la todavía República y luego de un gran suspiro, habló el secretario Alfonso Durazo de la Guardia Nacional y el plazo de cinco años para el uso de las tropas del Ejército y la Marina en asuntos de seguridad pública.
Atención. Ni de broma propongo que empiece el nuevo orden con un mes que precede a los idus de marzo. Y menos todavía que después de los napoleónicos cien días venga otro 18 Brumario. Todo está bien, adelantó AMLO. Y trabajó doble jornada esa madrugada, para recibir a las mujeres que esperaban en el Patio Central del Palacio, en torno a la fuente del Pegaso, las palabras de aliento del primer mandatario en el Día Internacional de la Mujer. Y hubo lección de lo que es y lo que debe ser la democracia participativa. Sobre todo cuando hay opiniones confrontadas, como en lo que hace a los derechos de las mujeres, la criminalización del aborto en gran número de los estados de la todavía República, y la equidad que es mucho más que asunto de sueldos iguales para ambos géneros:
Hay que consultar al pueblo bueno. Les dijo el guía a las puertas del paraíso. Sin embargo, “¡Los derechos no se someten a consulta!”, es el clamor en el mundo de la globalidad. Y aquí también. En el Palacio hubo ecos de las diferencias. Sobre todo entre militantes de Morena en torno al aborto, la reciente contra-reforma aprobada en Nuevo León y el absurdo de criminalizar el aborto con el argumento del derecho a la vida. Por eso hubo ya en Guanajuato pena de treinta años de prisión a una mujer que abortó sin intervención de manos ajenas. En un elevador, según los reportes de la prensa: Y fue llevada a juicio por homicidio. La intervención de la opinión pública, sin consulta de por medio, logró que recuperara su libertad. Pero no el derecho por el que el viernes pasado marcharon miles de mujeres en el mundo.
Ahí, afuera del Palacio se imponía la voz de Clitemnestra. Y Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, ex ministra de la Suprema Corte de Justicia, desfiló en el numeroso grupo al frente de la marcha, proclamando el derecho a la igualdad plena y la certeza de que la mujer es dueña de su cuerpo. Los legisladores debaten la iniciativa de reforma constitucional presentada por el Movimiento Ciudadano, que despenalizaría el aborto en toda la Federación. Y la derecha se proclama defensora de la vida para “volver a criminalizar a la mujer como si la quisieran quemar en leña verde a la mitad del Zócalo”, diría la Secretaria de Gobernación. Volver, se ha dicho. Por que desde hace décadas se despenalizó el aborto en Chiapas en el gobierno de Patrocinio González Garrido.
Y al hacerse gobierno del DF la izquierda perredista se impuso la razón y desde entonces la ley ampara a las mujeres en la capital de la República y otras entidades. No es asunto menor el que se sumara, se confundiera, una derecha extrema al movimiento de Morena en la dispersión de partidos políticos y el rechazo a la democracia financiera y la desigualdad cósmica de la riqueza concentrada en unos cuantos, mientras más de cincuenta millones de mexicanos sobreviven en la pobreza. Mañana rendirá López Obrador el informe de sus primeros cien días. Y hace un par de ellos volvió a exponer su visión del gobierno de la unidad impuesta en el gobierno de la nueva era; el que demanda unidad y le impone no pronunciarse “de manera contundente por alguna causa (ya que) nosotros representamos a todos los ciudadanos, a todas y a todos los ciudadanos, de todas las corrientes del pensamiento, de todas las religiones...”
Cien días. Y durante ellos declaró terminada la guerra contra el narcotráfico. Acertadamente diría que fracasó la estrategia de perseguir y descabezar a los capos de cada cártel. No añadió que esa estrategia obedecía al método de la DEA. Sería porque se ha impuesto la disciplina de no confrontar al inquilino de la Casa Blanca en Washington. En fin. Por lo pronto han transcurrido los cien días de movimiento continuo, de contacto directo con las multitudes de los estados de esta todavía República. Espectaculares rechazos, insultos y silbatinas a los recién degradados jefes de gobierno de estados libres y soberanos. Llega en línea comercial el vencedor y tras la humillación, castigo se diría, el predicador de la unidad democrática pide a los ciudadanos respeto a la autoridad: Se acabó la campaña, hoy se impone la unidad.
Le funcionó muy bien la campaña del presidente que llega como mexicano de a pie. Demuestra que el alud de votos y el altísimo porcentaje de mexicanos que aprueban lo hecho estos cien días, son el pan nuestro de cada día. Muy bien, dirían los de las encuestas y los fieles seguidores del predicador de amor y paz que sigue en campaña. En Guerrero se produjo una correcta protesta del gobernador Héctor Astudillo; luego sonrisas y discreción a lo largo del periplo. Con la sorpresa de Sonora, donde los del mitin aplaudieron y lanzaron porras a favor de la gobernadora Claudia Pavlovich. En Colima decidió el gobernador anfitrión tomar la palabra y acatar las reglas del juego: ¿Ya terminó la protesta?, entonces ahora hablo yo, diría, José Ignacio Peralta.
Y más. En Aguascalientes recibió el gobernador Martín Orozco al Presidente López Obrador en el aeropuerto y le hizo saber que no lo acompañaría al acto de masas, para evitar el disgusto de lo que el propio Presidente había calificado de “infantilismo político”. Y le fue peor. Sus paisanos, los de la nueva era, le gritaron insultos a placer y lo menos que dijeron es que no estaba ahí por miedo. Y de ahí a Guanajuato, donde gobierna el PAN y se combate la batalla del huachicol. Ni un grito, ni abucheos, todo fueron aplausos y porras a favor del gobernador Diego Sinhué Rodríguez. La “libró”, Diego, dijo el visitante.
Nada altera la confianza expresa del ochenta y cinco por ciento de los mexicanos en la convocatoria de Andrés Manuel López Obrador a dar por concluidos los años del neoliberalismo y la corrupción. La expectativa se mide también en términos de los ahora despreciados expertos, técnicos que proclaman la certidumbre de más del ochenta por ciento de la población en el futuro de bienestar y la distribución directa de apoyo monetario a jóvenes y viejos. Pero mientras la “libraba” Diego en el mitin, hombres armados y encapuchados llegaron en tres o cuatro camionetas a un centro nocturno de Salamanca y mataron a catorce hombres. Hirieron cuando menos a una docena más y se fueron tranquilamente rumbo al Norte de la ciudad. De armas automáticas y dinero efectivo es el contrabando que pasa del Norte para acá. Y con las tropas en el estado, los sicarios las usan, matan y se van.
La guerra no ha terminado. Nunca debieron usar la metáfora para justificar la intervención del imperio vecino y exhibirse comandantes en jefe de un Ejército al que sacamos de los cuarteles sin previa suspensión de garantías, como lo manda la norma constitucional. En vísperas del informe de los cien días de intensa actividad, los huachicoleros a punto de ser sometidos por las fuerzas militares y sometidos a juicio, conforme declara el secretario Alfonso Durazo, exhiben desprecio por la autoridad y hacen gala de sevicia al cometer no un homicidio, sino una masacre, en terrenos cercanos al sitio en el que estaba el Presidente de la República.
Debería destinar espacio al inminente cambio de liderazgo del PRI, del derrotado y apabullado por el paciente predicador que en unos cuantos años supo integrar un movimiento social sin más programa que el de liquidar al viejo régimen y ser el “mejor Presidente de la Historia de México”. Pero hay que atender a lo urgente. Rendir informe de gobierno a los cien días de haber tomado posesión del cargo, confirma que AMLO pretende acabar con el régimen que derivó en poliarquía, en pretender gobernar para todos y acabar por no gobernar a nadie. Y más. En la obsecuencia de servir a los dueños del dinero y mantener en la pobreza a la mayoría de una población que durante largas décadas ascendió en la escala social por las obras del nacionalismo revolucionario, traicionado, despreciado por la oligarquía ebria de poder y de ambiciones.
Ni modo. Queda la esperanza de que los restos del que fuera Partido de la Revolución Mexicana recuerden su origen y de verdad den a los de abajo voz y votos que cuenten y se cuenten en elecciones abiertas. No es en broma que varios comentaristas, escritores de raíces izquierdistas y vocación social, digan ahora que la victoria apabullante del 1º de julio no fue una elección, que estamos ante “una revolución”.
En cien días se consolida la aprobación popular del prócer de la democracia participativa y el escapulario con la leyenda: “¡Detente enemigo, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo!” Pero todavía no se ha derrumbado el moderno Estado Mexicano, obra de la Revolución y las instituciones demolidas por los aprendices de brujos y los fanáticos de la extrema derecha. Esos que ya asoman en toda latitud del mundo global y desde el vecino del Norte amenazan con la estulticia y ambición sin medida del tal Donald Trump.
Mala hora ésta para hacer encuestas sobre el sucesor del hombre tras el cual se paran cada madrugada para rezar en voz baja: “Es un honor, estar con Obrador”. Y ya las hacen. Cien días que miro el amanecer...