Alvaro Cepeda NeriConjeturas
I.- El espionaje es tan antiguo como la corrupción. Los gobernantes espían tanto a sus adversarios y enemigos, como a los ciudadanos de todas las actividades para saber qué hacen, qué dicen, con quiénes se juntan y a la hora que lo hacen. Así como el tamaño de la corrupción que practican como ladrones con impunidad; gracias a que tienen acceso directo a los caudales públicos. Sumando todo ello al toma y daca con los particulares, cuando éstos hacen negocios como sector privado con el público. De esta manera es como se enriquecieron unos y otros desde antes del capitalismo y el nacimiento de los mercados para vender y comprar. El espionaje como el practicado en nuestro país estuvo presente, ya marcadamente, desde el porfirismo. Para llevar a cabo sus enfrentamientos armados, los revolucionarios de 1910 se espiaron entre sí. Adquirían de quienes se dedicaban al espionaje formal, informes sobre las tácticas militares empleadas por sus adversarios.
II.- Ya después, durante el priísmo desde que lo creó Miguel Alemán Valdés (1946) hasta Peña (2018), primero con la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y luego con el CISEN, los presidentes en turno utilizaron a ese órgano –formalmente incrustado en la Secretaría de Gobernación, pero dependiendo directamente de los presidentes–, para saber lo que estaban haciendo –entre otros– los del PAN; y aunque parezca increíble, también los del PRI. Y todos los demás ciudadanos en la actividad política, económica, social y cultural. Es por eso que el periódico El Universal ha estado dando seguimiento a los archivos de la DFS y el Cisen, para informar sobre lo que encuentran sus reporteros y darlo a conocer. Es decir, sacar a la luz pública las fotografías que tomaban los policías disfrazados de reporteros y los reportes que escribían, para concluir que todos aquellos que llegaban al poder presidencial ordenaban espiar a sus amigos, a sus antecesores en el cargo, a los integrantes de los partidos, a sus empleados.
III.- Todos ellos lo sabían y se hacían los “misteriosos”. Era un espionaje al estilo del “policía chino” que se deja ver por los espiados. De esas dos oficinas hasta salieron las órdenes para ejecutar políticos y periodistas (el caso de Manuel Buendía, sobre el que Miguel Angel Granados Chapa escribió y publicó su libro: Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México.-2012). Ese espionaje, parece, ha llegado a su final con López Obrador, aunque seguirá habiendo información reservada; mientras tanto, ha habido una apertura a los archivos de manera seleccionada, protegiendo la información que está catalogada como “bajo reserva”. Es claro que hay un avance al tener oportunidad de conocer algo de esa información. El Universal está publicando lo que los responsables han dictaminado que la opinión pública debe saber, aunque es poco relevante. Pero queda al descubierto la única verdad: que quienes estaban en el poder espiaban a los demás y sabían lo que se habían robado. Es anecdótico que los presidentes sabían todo de sus antecesores; incluso sus amantes, sus corrupciones. Historietas, pues.
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