Síguenos

Opinión

Los enemigos de la Cuarta, al descubierto

Jorge Canto Alcocer

Con el país cimbrado en lo político y lo económico por la inesperada renuncia de Carlos Urzúa, pocos reflectores captaron los cambios en lo que había sido –y sigue siendo por cierto– uno de los escenarios más peligrosos de la coyuntura: el conflicto con la Policía Federal, que entró, precisamente durante este inicio de semana, en un período de negociaciones. De acuerdo con las evidencias, AMLO personalmente atendió el asunto policiaco, y ello está redundando en la posibilidad de un arreglo inmediato, que dé certidumbre al proceso de construcción de la Guardia Nacional. Pero la noticia, impactante por naturaleza y circunstancia, pasó agachada ante el sismo en la Secretaría de Hacienda.

36 horas después del estupor inicial, los daños parecen ya controlados, y la voz de Urzúa ha sido debidamente matizada y minimizada. El nuevo Secretario, un economista muy experimentado y de cartel, egresado de universidades públicas nacionales y no de los centros académicos del mundo neoliberal, ha comenzado a tomar las riendas del poder fiscal, en tanto que el presidente devela las profundas discrepancias con el ministro saliente que, en palabras de Andrés Manuel “propuso un plan de desarrollo que hubieran firmado Meade y Carstens”, es decir, otro fracasado plan neoliberal.

Lo que se pensó fuera un colapso, se convirtió en un simple freno preventivo. El neoliberal y asfixiante Urzúa quedó fuera, y un prometedor Arturo Herrera –formado, decíamos líneas arriba, en la universidad pública mexicana, cuya academia es muy crítica al neoliberalismo– al frente de la importante cartera hacendaria, con el contundente mensaje de que hay que cumplir el mandato popular del pasado julio, es decir, hay que demoler el neoliberalismo.

Superado, pues, el trauma fiscal, con sus breves e insustanciales consecuencias, volvemos al asunto toral de los últimos días, el conflicto en la Policía Federal. Sobre el entuerto, además de avanzarse de manera significativa en las negociaciones, se ha develado información fundamental, al ventilarse públicamente que agentes oscuros vinculados con los regímenes anteriores están teniendo actuación protagónica en las protestas. Hasta ahora se ha dado a conocer el nombre de Ignacio Benavente Torres, un presunto secuestrador que ha estado en prisión en ambos lados del Río Bravo, pero que desde 2013 fundó en Tijuana una opaca “Asociación Civil pro Libertad y Derechos Humanos de América”, que se sostiene con fondos más opacos aún, procedentes, entre otros sitios, de la ultraderecha norteamericana.

Es obvio que Benavente es uno de tantos criminales reclutados por los gobiernos y diversos grupos de interés tanto en México como en Estados Unidos, y que es un vivales que vende al mejor postor tanto su experiencia como sus membretes organizativos. Dado que estuvo entre prófugo y detenido por casi 20 años, justo antes de la fundación de su “asociación”, es muy difícil vincularlo claramente con algún personaje o grupo, pero es sin duda uno de esos agentes extraños, contradictorios, inverosímiles, ampliamente protegidos desde el poder, que se mueven como peces en el agua a través de conflictos muy diversos e intereses muy fuertes.

La desactivación del descontento en la Policía Federal aún está en proceso, pero poner bajo la lupa al criminal Benavente ha sido tan importante o más que los arreglos que se están negociando con los líderes de los elementos. La reacción pública ha sido, en este tema, claramente favorable a Andrés Manuel, y definitivamente crítica de la postura de una Policía caracterizada en el pasado por su ineficiencia y su corrupción. La detención, o al menos inmovilización de Benavente es un gran logro, un triunfo seguramente de la inteligencia gubernamental, pero aún falta mucho camino por recorrer.

Con la Guardia Nacional en creciente formación y el sobreviviente “neoliberal” Urzúa fuera del gabinete, el presidente retoma el mando en esta etapa, aún inicial, de la transformación mexicana. Otros datos contundentes, en el crucial tema de Ayotzinapa y el no menos importante escándalo de Odebrecht, están francamente en proceso. Con todo el dolor de sus contrincantes, AMLO mantiene la ofensiva, en tanto que sus adversarios neoliberales sienten pasos cada vez más fuertes en la azotea.

Siguiente noticia

¿Un informe 'retro” o a modo?