Alberto Híjar Serrano
Chin chin el teporocho y El Chanfalla son personajes a la altura del Periquillo Sarniento, Pito Pérez y Martín Garatuza. Arraigados en los usos y costumbres de sus comunidades, dan lugar a un verismo literario en total correspondencia con la vida cotidiana, sin más deslices románticos que los amoríos que mantienen en vilo a los enamorados infelices por sus escasos recursos económicos propios de sus vidas errantes sin trabajo asalariado fijo, interrumpido cuando lo hubo, por las francachelas de fin de semana, prolongadas en ocasiones hasta convertirse en mala vida callejera en espera del lugar en el Escuadrón de la Muerte, por ejemplo, esa fila de teporochos desahuciados recargados en el muro calentado por el horno fabril del otro lado para dar lugar a una agonía sin más escalofríos que los de la muerte próxima. Alguien avisa a los familiares para que recojan al muertito, salvo en los casos de desconocimiento de su nombre y su lugar de origen.
Armando Ramírez, fallecido el 10 de julio pasado; Gonzalo Martré, el ingeniero químico, devenido escritor y editor insurrecto desde su trono de nonagenario; Fernández de Lizardi, Federico Gamboa, Vicente Riva Palacio forman una legión constructora del pueblo, ese amorfo gran colectivo de vida precaria, apresurada por las mil tareas de sobrevivencia difícil. Aportan todos ellos, las maravillas del habla crecida en las vecindades, los tugurios, las cárceles, las ferias, los improvisados puestos de venta de suculencias, como la pancita y las tripas en desuso, porque ya no es como antes que las regalaban en el rastro y sólo había que desembolsar una propina para asegurar el buen surtido. Fuera de ahí, nadie usa los nombres de los antojos preferidos, de manera semejante al uso del tatacha fu sólo entendido en los zaguanes, los patios, los lavaderos, los sanitarios comunes, las cárceles, los refugios que Roberto Gómez Bolaños supo caricaturizar expurgados de maledicencias para dar por casa un barril al Chavo del 8. En su más reciente obra maestra, Pedro Almodóvar hace sentir la desolación de la madre migrante forzada al conocer la cueva conseguida por el marido que acaba arreglando con macetas improvisadas, mosaicos de desperdicio todos distintos, y cal en adobes y piedras para volver grata la vivienda transformada gracias a un analfabeta. La sabiduría y la escritura no siempre van juntas.
El recién fallecido nonagenario escritor Andrea Camilleri, famoso por su creación del detective Salvo Montalbano en honor del español Vázquez Montalbán, defendió siempre la lengua siciliana argumentando que es mucho más que recurso de comunicación entre los marginados y los proscritos. Él prueba su sentido entrañable que al desbordar sus límites, enriquece la cultura nacional ahora envilecida con barbarismos yanquis propios de la computística con todo y verbos como whatsappear o chatear. La dialéctica entre lo popular y lo nacional es propuesta por Gramsci, su paisano, como un gran recurso de identidad social, independiente y soberana.
De haber vivido Armando Ramírez, le hubiera mostrado en la exposición CUBA VA, los ejemplares de la extinta revista cubana Signos, en la que Samuel Feijoo publicaba los dibujos de campesinos gustosos del cruce de líneas levemente figurativas. Le hubiera contado acerca de la correspondencia breve de Feijoo con Dubuffet y su brutalismo plástico, también empeñado en construir espacios con trazos fuertes. En la inauguración de la exposición con un centenar de coloridos carteles de campañas y, memoria nacional y popular, acompañados con objetos significantes de la Revolución, fotos y portadas de libros y discos, Taller del Sur cantó dos poemas de Antonio Guerrero Rodríguez escritos en la celda yanqui donde permaneció por 15 largos años al lado de sus cuatro compañeros sometidos a aislamiento extremo por infiltrarse en las bandas criminales y mercenarias de Miami. La amorosa referencia a la Patria fue seguida del canto al Che y del Son de la Barricada, el himno de las luchas contra el despotismo y la represión en Oaxaca desde 2006. El hijo de Armando gozó de esto con un vaso de curado de guayaba, abastecido por una pulquería solidaria del barrio de Peralvillo-Tepito donde se ubica la ejemplar Galería José María Velasco con sus constantes actividades comunitarias profundas incluyentes del Seminario Permanente del Albur y sus publicaciones incluyendo el homenaje a la Reina del Albur, Lourdes Ruiz Baltazar, fallecida en abril. El nombre –consigna Tepito Arte Acá–, procreado por Armando Ramírez y Daniel Manrique, a la par de la Peña Morelos por la colonia vecina, viven y aportan sus valiosos modos culturales a la resistencia popular.